• 31/03/2020 04:00

Las epidemias en Panamá y su perspectiva histórica

La historia de Panamá comenzó hace cinco siglos como una época de epidemias. En aproximadamente cincuenta años, desde principios del siglo XVI, muere entre el 80 y el 90 % de la población de nuestro continente, a causa del encuentro entre dos mundos.

La historia de Panamá comenzó hace cinco siglos como una época de epidemias. En aproximadamente cincuenta años, desde principios del siglo XVI, muere entre el 80 y el 90 % de la población de nuestro continente, a causa del encuentro entre dos mundos. Encuentro accidentado, más que militar, en verdad biológico, microbiano y viral. Algunos miles de conquistadores y colonizadores españoles trajeron al Nuevo Mundo, poblado por más de 50 millones de habitantes, enfermedades hasta entonces desconocidas, como viruela, sarampión, tifo, fiebre amarilla, malaria, dengue, disentería e influenza. Para esas enfermedades los amerindios no tenían defensas naturales, porque habían vivido cerca de 15 000 años desconectados de Eurasia, el mayor foco de infecciones. Se llevaron de aquí los europeos, entre otras cosas, la sífilis.

En Panamá, calculo que desapareció cerca del 80 % de una población de medio millón de habitantes antes de 1530. El Darién, región bien poblada, quedó pronto vacía desde las primeras décadas del siglo XVI. Siguieron muriendo aldeas enteras aún en el siglo XVII. Tan tarde, como el siglo XVIII, todavía hubo epidemias graves de viruela en 1777 y 1782, antes de la introducción de la vacuna en Panamá en 1804, a pesar de la resistencia de parte de la población más ignorante que creía, como aún hoy, en supersticiones religiosas.

En 1816, la fiebre amarilla mató, por lo menos, al 4 % de la población ístmica de 120 000 habitantes, lo que hoy serían 168 000 personas de 4,2 millones. El cólera apareció desde 1849 hasta 1851 y se extendió desde Asia hasta Europa, Estados Unidos y la Nueva Granada donde estaba Panamá, puerto de fácil acceso. En 1851, con infinidad de muertos, se registró la última gran pandemia nacional hasta el 2020. La terrible “gripe española”, de 1918, que produjo 50 millones de muertos en el mundo, no tuvo tanto impacto en el istmo, mientras que de aquí partían los buques que la llevaron a la costa sudamericana del Pacífico.

La fiebre amarilla hizo estragos en la ciudad de Panamá en 1863 y se registraron tantos muertos ese año que corresponderían hoy al 15 % de aproximadamente 20 000 habitantes de nuestra capital y su área suburbana, lo que haría ahora cerca de 240 000 víctimas mortales de 1,6 millones de personas.

Durante la construcción del Canal por los franceses las epidemias de cólera y sobre todo de fiebre amarilla causaron millares de muertes, con mayor proporción entre los trabajadores y técnicos europeos que mostraban altísimas tasas de mortalidad, del 10 % anual. Los trabajos del doctor William Gorgas lograron frenar esa hecatombe, mediante la limpieza radical de los sitios donde prosperaban los vectores de la malaria y la fiebre amarilla en la Zona del Canal y las ciudades de Panamá y Colón, los mosquitos Aedes y Anófeles, además de la construcción de acueductos urbanos, la pavimentación de calles, el drenaje de pantanos y el alcantarillado sanitario. Así, entre 1904 y 1910 se logró hacer de Panamá uno de los lugares más salubres del trópico y hasta del mundo, antes del deterioro en el sector sanitario y ambiental sufrido en las dos últimas décadas.

Las pandemias del planeta nos afectaron relativamente poco hasta la llegada del COVID-19 desde enero del 2020, cuando se desarrolla de manera exponencial a partir de la ciudad de Panamá y llegará hasta el último rincón del país. Catástrofe no solo sanitaria, sino igualmente económica y social, en un país que era un modelo de crecimiento para todo el continente americano, aunque con graves disparidades geográficas y desigualdades sociales. Catástrofe que ya padecemos, especialmente las poblaciones mayoritarias más frágiles, con menores recursos, hacinadas en confinamiento obligado, que sufrirán más el desempleo.

Así como se logró controlar la mortal fiebre amarilla, el llamado “vómito prieto”, a principios del siglo XX con gran trabajo científico y técnico y disciplina social, solo queda a los panameños armarse de valentía y seguir, de manera solidaria y disciplinada, actuando para contener y al final vencer el mayor flagelo mundial en la segunda década del siglo XXI. No hay duda de que sus efectos internos y en el planeta tendrán igualmente graves repercusiones sanitarias, económicas, sociales y políticas en Panamá.

Gracias a la admirable labor del personal sanitario y médico, al igual que la de los científicos del Instituto Conmemorativo Gorgas, quienes han tenido hasta ahora recursos limitados, y la de muchos otros panameños que trabajan desinteresadamente, confío en que llegaremos a triunfar.

Ojalá haya un antes y un después de esta dura prueba, que aprendamos al fin la lección del valor de la ciencia, la educación, la civilidad, la honestidad, la cooperación, la disciplina y la solidaridad para construir una sociedad y un país mejores.

Geógrafo, historiador y diplomático.
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