• 21/06/2020 00:00

El buen nombre, un tesoro valioso pero olvidado

Desde pequeño venía escuchando a mis padres expresando “que lo único que una persona no puede perder es el nombre”, refiriéndose a lo que te antecede en la sociedad.

Desde pequeño venía escuchando a mis padres expresando “que lo único que una persona no puede perder es el nombre”, refiriéndose a lo que te antecede en la sociedad. Porque eso posee un valor, es sinónimo de respeto, de tradición, de principios, de valores cultivados de generación en generación, y que inspira confianza. De ahí emerge el apretón de mano y el inicio de muchas actividades tratos, y acuerdos comerciales, e incluso compromisos históricos sellados que marcaron la humanidad.

Con el paso de los años, estas costumbres sociales, pilares de naciones inquebrantables, de pueblos enteros y de sociedades en formación se han ido perdiendo. Si buscamos responsables de esta pérdida, los podemos encontrar frente a un espejo. La escala de valores y principios que nos fueron enseñados pasaron a ocupar el último lugar dentro de las prioridades de nuestra sociedad, y de muchas familias.

El dinero, la riqueza rápida, la traición y la hipocresía se disputan el primer lugar de los valores humanos que son transmitidos de generación en generación, convirtiendo a los países en sociedades oscuras, con Gobiernos desalmados, desacreditados y con una falta total de credibilidad que en épocas pasadas eran realmente inimaginables concebir.

El mundo entero vive momentos difíciles, producto de situaciones asombrosas y que algunos podrían asimilar quizás como la antesala del juicio final, por los devastadores acontecimientos que han ocasionado la muerte de personas producto de la pandemia.

Permitiendo aflorar de una manera clara las intenciones de muchas personas, de sociedades enteras e incluso de los propios Gobiernos.

En medio de la penuria que viven miles de personas a nivel mundial, se ha podido detectar cómo Gobiernos se han aprovechado de esa desgracia para hacer compras costosas, derrochando las arcas del Estado y canalizando esos dineros hacia sus cuentas personales o de algún testaferro.

Eran otros tiempos cuando ser presidente de un país o decir que “mi padre, mi abuelo, mi bisabuelo o algún ascendiente llegó a dirigir la Nación”, era un auténtico honor, y la descendencia lo compartía con un orgullo indestructible.

En soledad, me pregunto ¿cómo quieren ser recordados estos personajes?, ¿el que le robó a su pueblo?, ¿el que despreció y maltrató a su gente?, ¿o quisieran ser recordados como aquel que hizo todo lo posible por brindarle bienestar a su patria y oportunidades a los habitantes? Las respuestas a estas preguntas nos la dará la historia.

La familia es el vehículo formador de ciudadanos, es la instancia apropiada para instruir valores, hábitos, buenas costumbres, y principios que deben ser respetados, trasladado de padre a hijos, para que en la posteridad podamos rescatar el atesorado buen nombre que requerimos hoy día, que nos dejaron como legado único los que ya no están y a quienes honramos su memoria.

Caminar hacia el futuro, olvidando el pasado o desconociendo la experiencia adquirida cuando tropezamos, es como recorrer un largo viaje con los ojos vendados.

Al final, cada uno tiene la libertad de elegir la forma de ser recordado, el tránsito por la vida tendrá el sello personal de cada quien.

Abogado y periodista.
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