• 29/06/2020 00:00

Abran ya las escuelas

Una de las primeras decisiones adoptadas por el Ministerio de Salud (Minsa) en marzo, al confirmarse los primeros casos de coronavirus en Panamá, fue suspender clases en las escuelas y universidades en todo el país.

Una de las primeras decisiones adoptadas por el Ministerio de Salud (Minsa) en marzo, al confirmarse los primeros casos de coronavirus en Panamá, fue suspender clases en las escuelas y universidades en todo el país. Posteriormente, algunas escuelas particulares, así como las universidades particulares y públicas, han retomado clases en modalidades remotas. Pero ya es tiempo de enviar a los niños a las escuelas. No en agosto, sino ya.

Desde un inicio, se nos dijo que las decisiones responderían a la evidencia científica. Sin embargo, hay importantes líneas de evidencia sobre diversos aspectos de la pandemia, que no parecen haber sido consideradas, porque contradicen las premisas de las decisiones adoptadas por el Minsa.

Comencemos por algo de evidencia anecdótica. A mediados de abril, varios países europeos levantaron sus confinamientos, reabrieron sus economías y enviaron a sus niños nuevamente a las escuelas. Austria, por ejemplo, reinició rápidamente las clases presenciales en las escuelas, para los niños de hasta doce años. Posteriormente reabrieron también las escuelas para los estudiantes de secundaria. En ese momento, 14 de abril, Austria casi duplicaba en muertes por millón de habitantes a Panamá (41 vs. 22). Había temor de que reabrir las economías, o enviar los niños a las escuelas, pudiese causar rebrotes. Bueno, al jueves 25 de junio, más de dos meses después, las cifras de muertes por millón de habitantes de los dos países eran: Austria 77 vs. 131 de Panamá. Austria, en lo que va de junio, hasta el día 25, inclusive, lleva 30 muertos por COVID-19. Panamá, ha sumado 228 muertos por COVID-19 en el mismo período. Austria tiene 9 millones de habitantes, versus 4.3 millones de Panamá.

El lector podrá increpar: “Pero Molina, no puedes comparar Austria con Panamá”. Está bien. No comparemos Austria con Panamá. Comparemos, empero, la evolución de muertes por millón de habitantes de Austria durante el confinamiento, con la evolución de la misma curva, luego de que desconfinan y envían sus niños a las escuelas. El contraste es impresionante y contraintuitivo.

Similar situación se observa con Noruega. Noruega es aún más interesante para nosotros. Las curvas de muertes por millón de habitantes de Noruega y Panamá iban de gemelas siamesas hasta el 25 de abril, pues tenían la misma cantidad de muertes por millón de habitantes (35 Noruega vs. 36 Panamá). Días antes, el 20 de abril, Noruega levantó su confinamiento domiciliario y abrió los jardines de infantes. El 27 de abril envió a los niños de hasta 12 años a las escuelas. Desde entonces las curvas de ambos países divergieron de modo que no se puede ignorar. Noruega al 25 de junio tenía 46 muertos por millón de habitantes, frente a los 131 de Panamá. De nuevo: no compare Noruega con Panamá, pero compare Noruega durante el confinamiento con Noruega después de haber desconfinado y enviado sus niños a las escuelas. Recuerde que en abril nuestras autoridades sanitarias encargadas del manejo epidemiológico nos decían que esos países que estaban reabriendo, pronto lamentarían haberse “apresurado”. Dudo mucho que Noruega y Austria se estén lamentando de haber reabierto ni enviado sus niños a las escuelas.

Noruega y Austria son solo dos ejemplos de países que llegaron a estar igual o peor que Panamá en muertes por millón de habitantes, hasta que desconfinaron y enviaron sus niños a las escuelas, a partir de lo cual comenzaron rápidamente a mejorar, y sus muertes descendieron de forma rápida y sostenida. Panamá, en cambio, sobre la tesis de que extender el confinamiento sería más prudente, no ha visto su epidemia reducirse en intensidad, vista en términos de muertes. Los países mencionados, para nada los únicos, son evidencia que nuestros tomadores de decisiones no pueden seguir despreciando. No es evidencia solo aquello que se publica en revistas médicas.

Pero también hay evidencia en revistas médicas. En un artículo en The Lancet [Lancet Child Adolesc Health 2020; 4: 397–404], publicado en abril, los autores examinan la evidencia y estiman que los cierres de escuelas, en los escenarios más optimistas, reducirían solo 2-4 % las muertes. En cambio, el cierre de escuelas tiene un costo social muy alto, no solo en impacto económico adverso para los padres de los niños, sino también en daño a los propios niños, en términos de costos de oportunidad educativa y en la pérdida de sus interacciones sociales con sus pares, que en edades tempranas es fundamental para el desarrollo integral de la persona.

Los autores señalan que los cierres de escuelas, como medida de control epidemiológico, están basados en modelos que parten de lo que se conoce de las dinámicas de contagio de la influenza, y que a esas alturas (abril) ya se sabía lo suficiente del coronavirus como para entender que sus dinámicas de contagio son cualitativamente distintas a las de la influenza, en que con el SARS-CoV-2 los niños juegan un rol en todo caso marginal en la propagación del virus en la población. Los autores proponen que, para el control de la epidemia del coronavirus, los cierres de escuelas serían una medida extremadamente disruptiva y con efectos adversos importantes que probablemente exceden su pírrico beneficio.

La escuela no es solo libros y clases. Es también socialización, resolución de conflictos, juego no estructurado en el patio del colegio. Todas esas actividades son tanto o más educativas y formativas de la persona que las que se dan dentro de las aulas. No podemos mantener a los niños encerrados ni dando clases de forma remota para siempre. Hay que reabrir las escuelas ya. Evaluemos la evidencia y las experiencias de otros países. No sigamos “casados” con las decisiones adoptadas en marzo, solo para no tener que reconocer errores. Errar cuando se toma decisiones en medio de una crisis, es inevitable. Eso no tiene nada de malo per se. Lo que sí es censurable es negarse a revisar las decisiones ya tomadas. Cuando se afecta las vidas de ciudadanos, las intervenciones deben ser mínimas y de corta duración. Aprendamos de las experiencias de otros países y liberen ya a nuestros niños del arresto domiciliario.

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