- 11/07/2020 00:00
Del oportunismo a la corrupción total
El oportunismo en política lo entiendo como la habilidad de ciertas personas en cambiar de bando político o traicionar sus ideales, con el fin de conseguir beneficios, un puesto público y formar parte de la burocracia estatal. En la época de mis años mozos se creó el Frente Patriótico de la Juventud, una organización política que buscaba adecentar la cosa pública. En esos años, que yo recuerde, algunos de los que criticaban el oportunismo fueron los del Frente Patriótico, a los que llamábamos “los frentistas”, quienes veían muy mal que se fuera a trabajar con el Estado, no porque se le necesitara por sus méritos, sino por su oportunismo, por su politiquería, por el amiguismo, para obtener un beneficio o prebenda.
El oportunismo no es algo que ha tenido su origen en estos tiempos, ya desde aquellos años de la llamada patria boba, existían “botellas”, corrupción y malos manejos en el Estado, pero era visto como algo excepcional y sumamente criticable que un personaje tuviera estas prácticas en política y no actuara correctamente. No era la moneda de curso corriente, era un asunto excepcional, si lo comparamos con la situación actual.
La juventud era idealista y aparte del Frente Patriótico de la Juventud, que era a nivel nacional, existió en la ciudad de Penonomé un grupo muy prestigioso llamado Vanguardia Coclesana, al igual que otras asociaciones como en Veraguas, Chiriquí y en otras provincias, cuyos nombres se escapan de mi memoria. Recuerdo un Congreso que se celebró en el Instituto Nacional, adonde asistieron todos estos jóvenes idealistas que querían un destino decente en la política criolla.
En los años sesenta del siglo pasado, tuvimos igualmente un movimiento magisterial adecentador, dirigido por profesores de educación secundaria; entre otros muchos estaban Clarence Beecher, Diana Morán, Berta Zurita de Franceschi y quien les escribe; y en educación primaria, por dirigentes del Magisterio Panameño Unido. Éramos idealistas buscando mejorar la educación panameña, con una educación humanística y para que se les respetara el escalafón a los docentes. Concebíamos la educación como la única manera de detener las malas prácticas políticas. Obtuvimos algunas conquistas, empero, ningún dirigente utilizó su posición como trampolín, ni buscó beneficios económicos propios.
Cuando llegó la dictadura militar se acentuó el oportunismo. Personalidades del mundo civil y de los partidos políticos (proscritos para esas fechas), saltaron a altos cargos públicos. El oportunismo se transformó en corrupción que, como moneda de curso, se convirtió en el mal llamado “juegavivo”, o sea, la corrupción total. Veíamos cómo la moral se deterioraba en el país, pero estábamos impotentes ante los hechos. No había libertades públicas y ante la ausencia de libertad de expresión, no podíamos expresarnos en los periódicos ni en los medios de comunicación, los disidentes eran apresados, exiliados y en algunos casos asesinados. Así se entronizó el concepto de ese mal llamado “juegavivo” que al final no trae beneficios para nadie, porque cuando el barco se hunde, nos hundimos todos con él. Y aunque las cosas fueron cambiando hasta llegar a la democracia, el daño causado por tanta corrupción, oportunismo y “juegavivo” quedó muy integrado al ADN de nuestra población, tanto que parece que no solo invade a la política, sino a todas las esferas de la sociedad. Empero todavía existen voces que mantienen viva aquella lucha de “los frentista” de mis años mozos, voces que luchan por erradicar estos males.
Hoy, en nuestro confinamiento ante la pandemia que vivimos, hemos escuchado que gran parte de la ciudadanía se está prestando para aprovechar ciertas “oportunidades”, que utilizan erróneamente el concepto de que hacer negociados es “ser vivo”, que la solidaridad es para otros, y que la pandemia puede resultar un negocio que rinda pingües ganancias. Obtienen salvoconductos, para especular; privilegios, canonjías y no es lo correcto. Frente a la pandemia lo que se requiere es actuar con decencia y no especular para el beneficio personal, sino buscar el bienestar de la comunidad; el bien común. La sociedad, no solo el Gobierno, los partidos políticos, las asociaciones gremiales, los sindicatos, los clubes cívicos y las familias, deben organizarse en función del bien común, porque estamos en una situación extrema que podría convertirse en una situación de vida o muerte. Rogamos al Todopoderoso que ilumine a nuestra sociedad, a gobernantes y gobernados, a las fuerzas vivas del país, para que todo se encauce por los senderos de la solidaridad y la conciencia.