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- 23/08/2020 00:00
La obesidad es una enfermedad. Punto.
Gracias a los médicos y científicos de la salud, hoy día podemos decir que la obesidad es una enfermedad. Porque si fuera por los políticos y legisladores, todavía estuvieran discutiendo la naturaleza de esta condición que afecta a casi un tercio de la población adulta mundial.
Reconocer la obesidad como una enfermedad ha ayudado a cambiar la forma en que la comunidad aborda este problema complejo. Porque al plantearse como una enfermedad, inmediatamente adquiere relevancia la lucha contra la diabetes tipo 2 y demás enfermedades no transmisibles, como son los padecimientos del corazón, hipertensión, colesterol alto y algunos cánceres que se han demostrado están relacionados con la obesidad.
Hasta cierto punto, la cuestión de si la obesidad es una enfermedad o no es un asunto de semántica, ya que ni siquiera existe una definición universalmente aceptada de lo que constituye una enfermedad. Y la decisión de los médicos y científicos de la salud, aunque nunca tuvo vinculada al tema legal ni político, sí fue abordada de manera correcta, porque son ellos mismos los que deben en principio tratar de prevenirla y curarla. Probablemente a raíz de esta decisión, los médicos han comenzado a tomar más en serio a la obesidad, aconsejando a sus pacientes al respecto. Igualmente, ha ayudado a que las empresas de seguro comiencen a pagar el reembolso de medicamentos, cirugías y asesoramiento relacionados con la obesidad.
Pero no siempre fue así. Aunque en 1998 la Obesity Society emitió oficialmente su apoyo para clasificar la obesidad como una enfermedad, no fue hasta 2004 que el tema se debatió políticamente, ya que el sistema de salud pública Medicare eliminó de su cobertura a la obesidad, aduciendo que no era una enfermedad, a pesar de que dentro de los beneficios se incluían medicamentos para la pérdida de peso. En 2010, el debate llegó a la Cámara de Representantes del Congreso de Estados Unidos y allí se creó una acalorada discusión dentro del Comité de Ciencia y Salud Pública, señalándose que la medida utilizada para definir la obesidad era el índice de masa corporal (IMC), un criterio muy simplista y carente de sustento científico. La realidad es que hay personas con IMC por encima del nivel que generalmente define la obesidad que son perfectamente saludables, mientras que hay otras por debajo que pueden tener niveles peligrosos de grasa corporal y problemas metabólicos asociados con la obesidad. Y debido a las limitaciones existentes del IMC para diagnosticar la obesidad, en lugar de definirla como enfermedad, lo denominaron “trastorno”.
Pero los médicos insistieron y resumieron sus argumentos a favor de considerar a la obesidad como una enfermedad, señalando que, a pesar del estigma de que obesidad es el resultado de comer demasiado o hacer poco ejercicio, la realidad es que las personas obesas no tienen control sobre su peso y sufren de una alteración de la función corporal. Los políticos que argumentaban en contra decían que no hay síntomas específicos asociados con la enfermedad y que es más un factor de riesgo para otras condiciones que una enfermedad por derecho propio, y que, al definirse la obesidad como una enfermedad, podía “medicalizar” casi a un tercio de la población y llevarla entonces a una mayor dependencia de medicamentos costosos y cirugía, en lugar de cambios en el estilo de vida.
Los médicos rechazaron la conclusión de los representantes y entonces se marcharon a sus respectivas asociaciones y allá votaron a favor de una resolución impulsada por la Asociación Americana de Clínica Endocrinólogos, el American College of Cardiology y más de una veintena de organizaciones, y resolvieron que la obesidad era un “estado de enfermedad multimetabólico y hormonal” que conduce a resultados desfavorables como la diabetes tipo 2 y enfermedades cardiovasculares.
Llamar a las cosas por su nombre siempre ha sido un primer paso para la solución de los problemas: el obeso es un enfermo que debe tratarse. Y las políticas de salud pública deben construirse en base a esa realidad para evitar que haya más enfermos. De allí la importancia de regular el consumo de comida dañina y prohibir la fabricación de alimentos altos en calorías.
Es increíble que los políticos, por tratar de salvar a sus industrias y circuitos, son capaces de vender la salud de sus hijos. La sugerencia de que la obesidad no es una enfermedad, sino una consecuencia de un estilo de vida elegido, ejemplificado por comer en exceso o por inactividad, es equivalente a sugerir que el cáncer de pulmón no es una enfermedad, porque fue provocado por una decisión individual de fumar cigarrillos. Vergüenza les debería dar.