• 05/10/2020 00:00

Dialéctica de la gestión universitaria: o parálisis o renovación sobria

En la gestión universitaria pública, como en toda unidad social, se verifican dos movimientos distintos, pero de una misma realidad dialéctica: uno particular de la unidad social que se trate y otro universal que se le impone.

En la gestión universitaria pública, como en toda unidad social, se verifican dos movimientos distintos, pero de una misma realidad dialéctica: uno particular de la unidad social que se trate y otro universal que se le impone. Veámoslo a través del tema financiero.

Existe una lógica que se impone a los intereses de esta institución, que expresa un movimiento universal. Esta es fácilmente calificable como irracional y perversa, por cuanto se orienta hacia la protección y beneficio de una parte clave de nuestro sistema económico: los banqueros istmeños y mundiales, más no a los hijos de las clases populares y de estratos medios que han accedido a estudiar o laborar en estas entidades educativas.

Pues sí, respetables leedores. Nuestras universidades, como todas las instituciones del país, están sometidas a esa lógica del capitalismo depredador y rentista en la que las clases sociales que dominan nuestro Estado nos han matriculado. El endeudamiento esclavizante que estos grupos vienen fomentando desde la era Martinelli y con mayor acento en la gestión Cortizo, hablan de tener como prioridad el pago sonante y constante de la deuda, no a los proveedores (pequeños y medianos empresarios) nacionales, sino a los banqueros locales y mundiales.

De los 8641 millones de dólares comprometidos con los agiotistas internacionales -desde julio 2019 a agosto 2020- mayoritariamente de EUA, 2748.5 millones se asignaron para el pago de la deuda antes obtenida con esos mismos banqueros. Además, parte importante de esos préstamos se les entrega a los banqueros para que hagan negocios, otorgando créditos dizque a la pequeña empresa y otros afectados por la crisis…, pero con nuestra plata y sin compartirnos sus ganancias.

En este movimiento, todo se supedita a su cumplimiento, por tanto, los responsables de la asignación presupuestaria y el control del gasto vienen a ser meros verdugos encargados de esto, más no los grandes beneficiados; lo que hace infantil demandar la renuncia de las autoridades del MEF. Para los incautos, el país no tiene otra salida. Por lo contrario, para economistas como Miguel Ramos, Gersán Joseph y Julio Manduley -entre otros sin muchos estudios, pero con razonamientos críticos- sería cosa de desalentar la evasión fiscal y quitarle un pelo al lobo, poniendo a los grandes beneficiados de la “pandemia” a pagar tanto impuesto como los trabajadores y pequeños empresarios. Solo con eso -según nos demuestran estos profesionales-, se hubiese hecho absolutamente innecesario entregar nuestra soberanía financiera a los banqueros del imperio.

¿Y cómo ese movimiento afecta a nuestras universidades públicas? Pues, en el proceso de controlar el gasto, el Gobierno central les impide a nuestras instituciones utilizar incluso los fondos generados por su propia autogestión. ¿Sabían que solo la Facultad de Humanidades de la Universidad de Panamá generó cerca de un cuarto de millón de dólares el último año por sus servicios ofertados a precios populares? ¿Sabían que la Facultad de Ciencias Agropecuarias de esta misma entidad, recientemente, le “regaló” al Fondo Solidario gubernamental miles de pollos que tiene entorpecido vender para generar sus propios fondos? Luego, en los presupuestos, el Gobierno les asigna menos de lo que estas unidades académicas han generado para apoyarse. La conjura de los que se benefician del movimiento universal -los banqueros- tiene su brazo tan largo que alcanza así a nuestras universidades públicas.

Pero hay un movimiento particular, donde los controles gubernamentales no alcanzan y que suscitan estímulos a la creatividad y a contraer gestiones de sobriedad con eficiencia. Favorablemente, facultades como la de Humanidades de nuestra institución, lo mismo que en nuestra Vicerrectoría de Extensión, han demostrado con sus iniciativas asumir tales retos para el desarrollo comunitario e institucional.

Ciertamente, no es unánime la disposición para promover una cultura que no dependa del confort paralizante, para dar paso a una gestión hacia la renovación en la sobriedad que necesitan nuestros usuarios. Practicar una política de extensión universitaria no asistencialista, sostenible y solidaria con escasos recursos, es más que un arte. Multiplicar los escasos recursos, más aún. Muchos, después que les resuelvan sus prestaciones salariales -indudablemente un derecho adquirido- no están dispuestos a ser parte de la maduración de esta nueva cultura. Esto, no depende del movimiento universal -neoliberal-, depende de los propios universitarios, lo que hace caricaturescas las posturas “antineoliberales” que responsabilizan a dicho movimiento de todo lo que se ha sido incapaz de impulsar, aún en la escasez.

Sociólogo, docente de la UP.
Lo Nuevo