• 21/11/2020 00:00

De protector a educador

Hace varios años que trabajo por la inclusión educativa, social y laboral de personas con Síndrome de Down. No tengo ningún familiar con la condición y créanlo o no, esta ha sido una de las razones por las que más he sido cuestionada; que, si no debo opinar, que cuando tenga un hijo podré hablar, que cada uno hace lo que le parece, etc.

Hace varios años que trabajo por la inclusión educativa, social y laboral de personas con Síndrome de Down. No tengo ningún familiar con la condición y créanlo o no, esta ha sido una de las razones por las que más he sido cuestionada; que, si no debo opinar, que cuando tenga un hijo podré hablar, que cada uno hace lo que le parece, etc.

Soy docente, amo lo que hago y considero que los padres en general son los primeros educadores de la sociedad. Para nadie la paternidad es tarea fácil y para los padres de personas con discapacidad mucho menos. Por lo tanto, merecen y deben tener apoyo y guía constante. Ciertamente no puedo decir que existen etapas más fáciles o difíciles; considero que el camino es de resistencia, de adaptación y de buscar ayuda en personas que saben y están dispuestas a guiar.

Tengo más de nueve años de experiencia en el ámbito educativo y sin dudas la educación inclusiva es mi pasión. He podido compartir y trabajar con padres, que frecuentemente mencionan la sensación de incertidumbre, desconocimiento y temor al enfrentar esta nueva etapa.

Estas sensaciones nacen de una realidad social. Una sociedad que trabaja bajo estándares que considera óptimos. Lamentablemente, estos estándares no se adaptan para que un padre de una persona con discapacidad tenga claridad, sepa qué hacer o cómo actuar frente a las necesidades de su hijo. Por esta razón, debemos modificar y ampliar los estándares, estar dispuestos a reconocer y respetar las diferencias, fomentando la correcta inclusión.

Principalmente, debemos reconocer que las personas con discapacidad nacen lastimosamente acompañadas de prejuicios, las sociedades pasaron del rechazo al paternalismo abrumador y de ahí, aparecemos los “disruptivos”. Los disruptivos somos las personas que tratamos de instalar a la sobreprotección como uno de los errores más grandes para la inclusión. Todos los días nos enfrentamos a palabras, hechos o acciones que queremos erradicar. No como cuestionadores sociales, sino como la primera línea de batalla contra los estereotipos.

Los disruptivos rompemos mitos y fomentamos la inclusión social. Estamos y estaremos presentes en pro de los derechos y deberes de las personas con discapacidad. Los disruptivos tenemos la obligación de tomar el rol de “educadores sociales”, sin importar profesión, posición, nacionalidad o edad.

Los “educadores sociales” reconocemos que el camino inclusivo es complicado; pero comprendemos que las personas con discapacidad tienen capacidad de decidir, tienen voz, tienen opinión, tienen personalidad y pensamiento individual.

Enseñar independencia implica frustración, repetición, tiempo y riesgo para obtener éxito. Es muy complicado pretender darle voz a quien nunca le enseñamos a hablar, darle voz a alguien que siempre escuchó lo que quería comer, hacer, tomar, jugar, etc. Esta es la barrera más grande para fomentar la inclusión social de las personas con discapacidad.

Debemos entender que las personas con Síndrome de Down crecen, que son adultos, que verlos como bebés, angelitos, seres de luz sin maldad, es un enorme error. Son personas y seguirán siendo personas con necesidades, defectos, virtudes, preferencias y opinión.

Amparados en estas creencias, es que los protectores no exigen que el “ángel”, el “bebé” o el “chiquito” de 30 años haga cosas por sí mismo. Es ahí donde queremos hacer el cambio, es en la familia donde se debe empezar a pensar diferente. Entiendo que cada generación tiene sus dificultades y por lo mismo las situaciones y llegada de la información es distinta, el objetivo no es ver qué se hizo antes, ni generar bandos; es remar todos en la misma dirección, comprendiendo que siempre es positivo reaprender y como primera regla, mantener que tener Síndrome de Down no es sinónimo de inocencia eterna.

Siendo empáticos y firmes, dejemos de plantar banderas innecesarias, comprendamos que debemos pensar en educar y no solo proteger, que lo que las personas con Síndrome de Down necesitan es una vida digna, oportunidades de crecer y una sociedad que confíe en sus capacidades.

Docente, expositora y capacitadora en educación inclusiva.
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