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- 13/12/2020 00:00
El mejor regalo de todos
¿Quién se imaginaría hoy que el mejor regalo en los años de mi juventud era una enciclopedia de más de tres mil páginas, unas cinco mil pulgadas cúbicas (o aproximadamente un quinto de un pie cúbico) de volumen, y con más de seis millones y medio de palabras? La realidad es que cualquiera suficientemente fuerte como para levantarla, sostenerla y sujetarla en las piernas sin causar una obstrucción en la circulación de sangre. Cualquiera que quisiera adquirir información que no pudo conseguir de los recuerdos del círculo doméstico inmediato, de la guía telefónica o del diccionario. O cualquiera que simplemente quisiera aprender.
La enciclopedia Columbia fue de gran utilidad desde su primera publicación en 1935 y estoy seguro aún mantiene relevancia, a pesar de la introducción del ordenador electrónico a finales del siglo pasado. Esta semana, hace 55 años, mis padres la llevaron a casa para las Navidades. Era la 4ta edición y consistía de un solo volumen, a diferencia de la Británica que eran varios tomos, y ayudaba enormemente a que la investigación podía llevarse a cabo sin moverse de la silla, con referencias cruzadas, todo en su orden correcto o previsto. Creo que el artículo más largo de esa edición fue el de los Estados Unidos, cuya geografía e historia debió cubrirse en unas 13 mil palabras. Hubiera sido irracional pedir más. Lo que se hacía entonces para ayudar al investigador era proporcionar bibliografías, y estas las proporcionaban los editores en forma de 40 mil referencias a lecturas adicionales.
Seguramente no fui el único que usé enciclopedias como guía exhaustiva y autorizada para aprender. Qué útil hubiera sido que las mismas hubieran tenido una sección de comentarios que cubrieran todos los campos de interés en forma de un catálogo y con niveles de clasificación desde lo general a lo más específico. Pero aquello debió ser una cosa muy tediosa para compilar, toda esa cantidad de información que contenía, que sin dudas ayudaba enormemente a ampliar el conocimiento. Y a medida que se ampliaba, también ayudaba como herramienta fundamental para la educación general, al punto que se convirtieron en un instrumento esencial en casas, escuelas y bibliotecas.
Sin embargo, es posible que, en retrospectiva, descubramos que las enciclopedias tuvieron algunas omisiones que solo pueden ser atrapadas por el ojo moderno. Considere, por ejemplo, los dos placeres humanos más elementales. Si buscamos la palabra “alimentos”, escuetamente se abordaba el tema y de una manera deprimente, incluyendo alimentos congelados, nutrición y vitaminas. No había ningún artículo sobre cocina o gastronomía, y mucho menos sobre obesidad, aunque tenía entradas biográficas sobre los beneficios de la agricultura doméstica. Había referencias insignificantes sobre “restaurantes”, pero escritas desde un punto de vista algo comercial y pragmático y que terminan, alegremente, con referencias a bares y cafeterías.
Si buscamos la palabra “sexo”, encontramos una descripción vaga del fenómeno biológico en términos generales, pero la sexualidad humana solo se cubría en torno a elementos dispersos como homosexualidad, infidelidad y prostitución. Ninguna referencia sobre pornografía o, para avanzar más en la modernidad, sadismo, violación o trastornos psiquiátricos.
Igualmente, la mayoría de las personas educadas como para haber usado una enciclopedia para aprender sobre la ciencia teórica, debió haberse preocupado por la cobertura extremadamente débil de los últimos desarrollos y descubrimientos. Referencias a la teoría cuántica estaban escritos sin explicaciones gráficas y con términos difíciles de entender. Aunque había menciones sobre la historia del átomo y del concepto de energía, no había nada que estimulara la lectura e incitara a la imaginación como cuando leímos el pequeño libro de Julio Verne, “Veinte mil leguas de viaje submarino”, que, aunque aparentemente dirigido a niños de doce años, elaboraba aspectos del universo y de la física cuántica de una manera mucho más fácil de entender.
Y, tal vez, como para no quedar atrás con el resto de las publicaciones de moda en esos tiempos, como “Reader Digest”, “Time” y “Life”, en la Columbia no había exclusión de los temas momentáneamente notables. Aunque esto debió haber sido una decisión editorial bastante discrecional, porque, aunque Fidel Castro fue ampliamente reseñado, Che Guevara no aparece en escena. Tampoco hay referencias de Bunau-Varilla, Arnulfo Arias y José Remón Cantera.
En general, así como el universo puede describirse como el conjunto de todo, incluyendo a los astros y las estrellas, las enciclopedias de esos días, aunque claramente capaces de ser mejoradas en varios aspectos, fueron una plataforma apropiada de gratitud y reverencia, y no solo porque eran lo único de su clase que existía en esos tiempos, sino porque de ellas sacamos la materia gris que hizo posible lo que somos ahora.