• 30/01/2024 00:00

2024: Tanteadoras transformaciones

Nacen del ser humano que busca ordenar, encontrar respuesta, solucionar y/o explorarnos descubridores

Hoy que todo es más gaseoso que líquido, tal vez noticias lejanas sobre el Sur Global, gobernanza “G-Zero”, mundo “multipolar”, desglobalización, etc., puedan comenzar a aproximarse. Las redes sociales postean lo que los analistas desean compartir y que tras sucumbir al dogma del «fin de la historia» parece haberse olvidado. El mundo se transforma.

Las transformaciones nacen al calor del espíritu del ser humano, en dar un orden a las cosas, encontrar respuesta, solucionar y/o explorarnos descubridores, son la fundación del ser humano. No son ni excepcionales ni necesariamente terminales. Si pensamos, la máquina de vapor, pólvora, bombilla e imprenta, cual tiras del pasado, surgieron en tiempos de transformación y alteraron el orden de las cosas, tal como hoy internet y TikTok.

Ahora que los límites geográficos se tambalean y el mundo se achica, las transformaciones se conectan más visiblemente con nosotros, se palpan, se resienten: pandemias, violencia, guerras, etc., todo muestra como las trasformaciones comienzan a minar nuestra preocupación. Aunque lo social implosionado en Chile, Colombia, #MilkTeaAlliance, Yellow Jackets, Primavera Árabe, etc., reflejan paralelismos, los casos más notables ocurren en la migración, la emergencia ambiental, la violencia, la economía y la erosión de las democracias ― especialmente la del vecino. Así, sin distinguir fronteras, los efectos de las transformaciones acontecen maximizadas por la mercantilización, transnacionalización y globalización. Los modelos urbanos, las alianzas, la inversión, los nuevos patrones familiares y convivenciales y la equidad inter­generacional, etc., todos tropiezan con las transformaciones.

Eso sí, nada más agudo de las transformaciones que su reclamo al Estado. Un estado desintermediado que ya no lo puede todo, pero que sigue moviéndose y aferrándose a su retórica Westfaliana. Pero, no podría afirmarse que los estados son responsables por todas estas disrupciones. Las transformaciones no arrojan a los estados a su reducción. Su fuerza es otra. Apuntan a cuestionarle la capacidad de resolver. Desde ese ímpetu impugnador, el Estado es indagado a solucionar la digitalización de la cotidianidad frente al inalcanzable aprendizaje tecnológico; el impasse entre apuros económicos e instituciones extractivas —explicado en Why Nations Fail—; en mapear la seguridad alimentaria y mirarse en la incidencia regional del arroz en India; en calcular reacomodos ante el repertorio de reelecciones (India, EE.UU., Venezuela, Rusia, Ucrania y Taiwán); en ser testigos del renqueante multilateralismo al no lograr localmente los objetivos de desarrollo sostenible; en equilibrar menudamente el interés nacional y política internacional dentro del desacoplamiento Sino-estadounidense, etc.

Conforme a estas paradojas y a su propio proceso, las transformaciones se presentan como un estadio de transición entre los pro statu quo y los que intentan modificarlo. Los que asumieron que la certeza de lo anterior predominaría sin reservas como modelo universal o tradicional, implícito y acrítico, resisten. Mientras, los que proponen cambios enlistan malestares, sin cartas de navegación. Al estar contextualizadas a su relación epocal, las transformaciones están sujetas a su carácter cíclico, y actúan en función de este: pueden demorar, multiplicarse o congelarse ― trampa de la transformación. Y es por esta lógica, que nos sitúan en un estadio donde lo antiguo se ha desvanecido, pero no identificamos lo que constituye el nuevo perfil de las cosas. En los supuestos idealistas de los modificadores persisten indefiniciones y ausencia normativa. Bajo las transformaciones quedamos entonces confinados a una realidad menos binaria que Star Wars, porque no están destinadas a repararlo todo.

Desarmada nuestra certidumbre, con mucho conocimiento y poco control, las transformaciones resultan confusas, desorientadoras, y, para unos, dolorosas. De allí que, suspendidos momentáneamente en sus inacabamientos, solo remedia el comprenderlas desde el pensar en transformaciones. Así, pensadas, nos permiten encuentros literarios que estimulen la agilidad de imaginar ― y consolarnos ― en, al menos, el escenario menos caótico, a manera de maniobrar realidades y fenómenos sociales. No casualmente, Dostoievski, Conrad y Simone Weil ―sin desviarse de ese equilibrio y más allá de idealismos― estudiaron los clásicos, reconocieron su contexto y pensaron la realidad desde un lente desencantado y distanciado.

¿Cómo y no de otra manera se entienden las transformaciones?, ¿cómo y no de otra forma se comprende que, mal asumida las democracias como perfectas y estáticas, observamos una tentación emocional a convertirlas en iliberalismos?, ¿cómo se entiende que la migración es la intersección trágica donde el interés nacional y el espíritu humanitario chocan? Que el discurso de igualdad de género se silencia ante contiguas masculinidades. O, que, en la crisis ambiental, el ideario decrecentista sucumbe al innegociable imperativo económico; que el algoritmo de las no reguladas App precisa de perfiles de humanidades, y que la condensación de «zonas grises de criminalidad» transforman preferencias electorales en coqueteos autoritarios. Si los arreglos resultan de un simple descarte por oposición, polarización y radicalización acompañarán a las transformaciones.

Ciertamente, la visión realista de tratar las transformaciones se concentró en el poder y el interés nacional como prioridades del Estado, pero su rechazo deja sin flexibilidad intelectual para el cálculo geopolítico y un giro hacia la geoeconomía, una fórmula tecnocrática, reduccionista e inmediata, pero sin el dote ecléctico para reconciliar opuestos ni calibrar pulsos o escenarios.

Desde el presente, con sus pasos ya recorridos, realistas, espesas, complejas y humanas, las transformaciones seguirán. Ayer y hoy —mañana— ocurrirán. No es un pesimismo paralizante de que el mundo es una zona de niebla irresoluble, sino al convencimiento de que pensar en transformaciones es imprescindible en la actualidad. Más allá de ciego positivismo, funcionalismos y tranquilizadoras idolatrías de los sentimientos, las transformaciones llaman a aceptar la realidad desde su sofisticación, no como una imposición de lo nuevo e ignorar los logros del pasado, sino en un escrutinio aperturizante de sano escepticismo sin apartarse de la intención de [auto]corregir. El mundo plural, intercultural, multidimensional, y al mismo tiempo impredecible, impermanente y cuestionado, así lo exige.

La autora es doctora en Relaciones Internacionales
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