• 08/02/2021 00:00

El camino se hace más difícil

“Por donde miro este tema […], no se ve bien. Lo que hace es limitar, de ahora en adelante, el trabajo de MiCultura y colocarle el asterisco de dudas […]”

Lo del Ministerio de Cultura, los contratos y los llamados “influencers”, es señal de que algunos sectores, con o sin poder, se niegan a entender dos cosas: la situación crucial en que vivimos y el potencial que tienen para provocar cambios sustanciales en la conducta colectiva y en la vida de otros. Escoger las herramientas apropiadas, es crítico. Para bien o para mal, los nuevos medios finalmente nos han traído al punto en donde estamos discutiendo su valor y utilidad en un escenario sociopolítico y cultural más extenso. Pero antes de seguir, las definiciones son importante.

Para fines de mercadeo y para no perder espacio con otras definiciones, un “influencer” (utilizado en inglés, porque suena más sexy o importante) es: “una persona con la capacidad de influir en los compradores potenciales de un producto o servicio promocionando o recomendando los artículos en las redes sociales”. De los que se promueven como tal en Panamá, no sé si hay mediciones confiables sobre qué tan efectivos son para tales fines. Ya hay cuestionamientos sobre la veracidad del alcance de los que están en discusión en el tema de MiCultura.

También, para no perder espacio, no me termina de cuadrar la necesidad de contratar “influencers”, en plena pandemia para promocionar, no sé qué, de la agenda cultural del Gobierno. En una evaluación más concreta y profunda, no sé qué valor le agregan a la agenda trasformadora del trabajo cultural del Estado en un país que evidentemente tiene problemas y retos culturales y educativos, manifestados claramente en los niveles de corrupción de la cual nos quejamos la mayoría.

En materia de cultura, los medios y las alternativas que proveen las redes sociales, al observar el futuro de la humanidad, desde un país en donde hay tantas desventajas, es cuestionable el gasto en un grupo de “influencers” y los resultados y beneficios para la comunidad. Igual, un escrutinio más puntual sobre sus motivaciones, probablemente no encontremos evidencias “nobles” para contribuir en el mejoramiento de la sociedad desde el punto de vista cultural. Sus intenciones probablemente sean otras.

Para esas cosas del efecto que se busca, un artículo publicado hace algunos años en la revista Forbes, titulado “Is Social Media Sabotaging Real Communication?”, señala que los nuevos procesos de comunicación a través de las redes sociales, y la tecnología que los soporta, han acortado significativamente las barreras de tiempo, velocidad de respuesta y geografía; pero al mismo tiempo han erigido un nuevo grupo de barreras comunicacionales que ponen en peligro la salud y bienestar de la interacción humana.

La autora Susan Tardanico, consultora en comunicación y liderazgo, señaló que con las redes sociales y “con el 93 por ciento de nuestro contexto comunicacional reestructurado (ella escribe: “communication context stripper away”), estamos tratando de tomar decisiones basados en frases, abreviaciones, señas y/o figurillas, que pudieran o no ser fieles representaciones de la realidad que se quiere comunicar”.

Un grupo de investigadores del Massachusetts Institute of Technology, Carnegie Mellon University y del Georgia Institute of Technology realizó una investigación sobre las redes sociales y los resultados sugieren que solo el 36 por ciento de los tuits vale la pena ser leído; 39 por ciento de valor promedio y 25 por ciento son una pérdida de tiempo.

Blue Fountain Media, una agencia de “marketing” digital, establecida en Nueva York y que ofrece desarrollo de sitios web y estrategias de “marketing” en el internet, señala que: “En el panorama actual de los medios de comunicación impulsado por las celebridades y las redes sociales, más marcas están comenzando a ver el valor que ofrecen los “influencers” en términos de alcance, impacto y retorno sobre las inversiones”. Desde el punto de vista de la administración cultural del Estado, no estoy seguro de que esto sea aplicable, si el servicio que se brindará, en pandemia, ayudaría a superar los dolores y desventajas de los últimos meses y para darle forma al trabajo de promoción cultural para construir una mejor sociedad.

Por donde miro este tema (sin evaluar otras aristas), no se ve bien. Lo que hace es limitar de ahora en adelante el trabajo de MiCultura y colocarle el asterisco de dudas que otros sectores ya tienen. Una marca teñida sobre una propuesta cultural diseñada para salvarnos de nosotros mismos. El esfuerzo, de ahora en adelante, será más difícil.

Comunicador
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