• 12/06/2021 00:00

Ocaso del lenguaje

“Tomémonos el tiempo para leer, para escribir. Nos hacemos un favor, pues eso nos ayuda a pensar. Quizás así, aprendamos a elegir mejor en el futuro, aunque eso no signifique nada para algunos”

Me causa satisfacción escribir. Tenemos un idioma hermoso, lleno de formas y tonalidades. Existen muchas hermosas maneras para transmitir una misma idea, y eso se debe precisamente a la riqueza de nuestra lengua.

Escribir para mí es un don. No lo considero algo propio, sino algo que me prestan, y por ello lo atesoro. No tengo control sobre este asunto. A veces me siento frente al cuaderno, o frente al ordenador y no pasa nada. En otras ocasiones casi no puedo contener el ímpetu de mis manos y dedos, dibujando letras o tecleándolas a gran velocidad, con una necesidad urgente de formar palabras.

Digo que es un don, porque, haciendo memoria, estuvo siempre conmigo, pero nunca lo cultivé. Recuerdo algún profesor del colegio, y algunos más en la universidad, que me decían que tenía habilidad para la escritura. Y, si bien sí escribí algunas cosas, fueron mis prisioneras hasta que decidí ejecutarlas, muriendo de manera silente, anónima. Jamás las compartí con nadie. Y por ello murieron sin casi haber existido.

No fue hasta el 2016 cuando algo me impulsó, una fuerza invisible que no dejaba de presionarme para que hiciera lo posible para publicar un escrito, un artículo que había surgido con la velocidad del rayo de mis manos al papel, y que no se quería convertir en otro condenado al silencio. No sé explicarlo mejor de allí.

Y desde entonces he vivido este “affaire” con las letras, que me hace cada día valorar las riquezas de nuestro inmenso idioma español. Ahora veo la ortografía como cortesía. Cuando leo algo que posee buena redacción, es como si pudiera sentir los buenos modales de aquel que lo escribió. En el buen escribir veo valores, gestos cordiales, y hasta alguna brisa fresca muy palpable en la vista. Leer resulta algo grato, es una escuela que me enseña lo poco que conozco del español, y me maravilla con las posibilidades de seguir incursionando en la interminable tarea de aprender.

Del buen leer nace el buen escribir. Del buen escribir nace el buen pensar. Del buen pensar, actúan las grandes personas.

Algunas veces aquello que leo me cuesta un poco de trabajo, no por lo escrito, sino porque el nivel del escritor me supera, y me toma dos y tres pasadas para entender el concepto. Hay que ejercitar el cerebro para que, como un atleta, mejore sus capacidades. A veces el esfuerzo resulta tan extenuante como una pesada jornada de ejercicios, agotándome. Curiosamente, es un agotamiento que incita a seguir practicando.

Me encanta el idioma, y por ello lo respeto. Es la capacidad de comunicarnos la que nos colocó por encima de las demás especies, no la fortaleza física. Esto no es una superioridad. Resulta una circunstancia que puede cambiar, y está cambiando.

Aquellos que poseen riqueza lingüística poseen valores, y de manera opuesta, los mutiladores de la lengua carecen de ellos. La tecnología y su velocidad están influyendo de manera negativa sobre las mentes jóvenes, y las no tan jóvenes también. La inmediatez ha sido malinterpretada por muchas personas como la obligatoriedad de empequeñecer las palabras, atentando directamente contra el idioma. So pretexto de ser más rápidos, estamos perdiendo la calidad de la comunicación. El contenido de lo que expresamos es cada vez más simple, más rudimentario, rayando a veces en un mero símbolo. La tecnología que se desarrolló para salvarnos nos está haciendo perder la capacidad de pensar, generando un retroceso, una involución en nuestras capacidades. Nos estamos volviendo menos pensantes, pues el lenguaje escrito está cediendo al lenguaje gráfico como resultado de la tecnología.

Si consideramos que los primeros intentos de comunicación perdurable fueron las pinturas rupestres, podemos ver que el lenguaje gráfico fue la fundación para nuestra forma de comunicación actual. Apoyados en la datación de carbono se ha podido determinar que algunas de estas obras cuentan con 20 000 años (Lascaux, Francia). Más aún, los caballos de la cueva de Chauvet podrían contar con casi 40 000 años de antigüedad.

Si esto parece impresionante considere, amigo lector, que un reciente descubrimiento, en septiembre del 2018, reveló dibujos paleolíticos en una piedra en Sudáfrica que podrían datar de hace unos 73 000 años.

Si ponemos atención a las fechas estimadas en la creación de las mencionadas obras, podemos notar que la evolución del lenguaje gráfico a nuestra forma de comunicación fue un proceso largo.

Hagamos las matemáticas. Pruebas de la escritura cuneiforme la ubican hace unos 5000 años atrás. Siendo lógicos, y considerando que las técnicas de preservación de esa época no eran tan efectivas como las actuales, podemos aventurarnos a decir que esa escritura se desarrolló desde unos 5000 años antes. Eso suma 10 000 años de proceso.

A eso le sumamos los huesos con marcas encontrados en la República Democrática del Congo, que eran menos sofisticados, pero que demuestran también la capacidad primitiva de escritura. Estos últimos datan de hace 20 000 años.

Siendo esto así, nos tomó unos 10 000 años mejorar la capacidad de escritura. Antes de eso, nos demoramos unos 50 000 años en pasar del lenguaje gráfico al lenguaje escrito. Y así fue la evolución, de lo gráfico a lo escrito. ¡Vaya viaje!

Los últimos 10 000 años de viaje nos llevaron de la escritura cuneiforme a los lenguajes como los conocemos.

Han bastado apenas un par de décadas para desaprender lo que nos tomó 10 000 años en perfeccionar: la escritura.

Estamos olvidando todo el esfuerzo evolutivo que se coronó con los idiomas y la escritura, por miles de años, y lo disolvemos en “emojis”, dando quizás el mayor salto atrás en nuestra historia, patrocinado por políticos y poderes económicos.

Aquel que desconoce las riquezas de su lenguaje es ignorante a los tiempos, pasado, presente y futuro. Estamos perdiendo la habilidad de pensar a futuro, y desconocemos el pasado, limitando el proceso mental al presente.

Vivir en el presente les resta valor a los sueños, y nos condena a un aquí y ahora. ¿Acaso presenciamos el ocaso del lenguaje?

Tomémonos el tiempo para leer, para escribir. Nos hacemos un favor, pues eso nos ayuda a pensar. Quizás así, aprendamos a elegir mejor en el futuro, aunque eso no signifique nada para algunos.

Dios nos guíe.

Ingeniero civil.
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