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- 06/07/2021 00:00
Las vacunas y la dialéctica de la modernidad
Cultivado en la tradición marxista que reverencia los aportes del progreso científico- técnico y lucha por ponerlos al alcance de todas las personas sin distingos de etnias y credos, me inscribo siempre en la tarea de comprender los cambios de la ciencia y lucho por incorporarlos al capital de sobrevivencia que atesora e incrementa toda la humanidad.
Pareciera que debo romper lanzas en favor de toda innovación científica y atacar con denuedo a quienes se oponen a la misma; ¿cómo establecer el deslinde de la acción necesaria en uno y otro sentido, cuando debería ser claro que nada debe retrasar el progreso material?
Párrafo aparte merece el progreso ético y moral que como debemos anticipar no está sujeto al vaivén de los avances materiales y por el contrario permanece estable y moviéndose como bote anclado, aunque con variantes progresivas en torno al valor de lo bueno y justo y no tanto alrededor de lo necesario.
Aparte de los fundamentos ideológicos enunciados en el primer párrafo, no me quedo anclado en ellos y retrocedo hacia la anticipación genial de Platón, quien estableció (sin instrumental y usando solo la razón a partir de la deducción) que solo dos principios priman en el universo: uno es de la afirmación, y otro el de la negación, o cargas positivas contra cargas negativas. Hay un balance y no puede prevalecer uno sin el otro.
Por eso es iluso establecer una sociedad idílica de buenas personas, sin tener en cuenta que, por fuerza, debe haber la carga en sentido contrario de los que piensan que los primeros no son tan buenos.
En este sentido, percibo la polémica entre quienes están en contra y pro de las vacunas sin partidismos ni animosidades. No puede concebirse la general aprobación sin admitir la licitud de una denodada resistencia antivacunal.
Transcribo parte de un artículo ya publicado, en el cual se recuerda la intensa polémica que agitó a la Rusia Imperial con ocasión de la llagada de las vacunas.
Rusia había tenido siempre una mirada amable a los hombres de ciencia. A finales del siglo XVIII, en tiempos de Catalina la Grande, se extendió por San Petersburgo una sincera admiración por los progresos de los científicos en lucha contra la viruela. Catalina había oído hablar del Dr. Thomas Dimsdale, un británico que había desarrollado un interés especial por la prevención de la viruela. Su reputación en la sociedad londinense fue tal que Catalina le convocó. El médico le explicó a la emperatriz su método. Ella no dudó en ofrecerse voluntaria para recibir la primera dosis y con ese apoyo pudo inocular a casi toda la corte “Debíamos ser los primeros, como ejemplo y prueba dentro del Imperio”, dijo. Sin embargo, no dudamos que más de un noble se las arregló para esconder su negativa.
En la actualidad, existe una notable reacción de oposición a las vacunas anti-COVID. El oscilante balance entre el Sí y el No delata la imprescriptible pervivencia del balance dialéctico; “no me disgusto ni me alejo de mis amigos negacionistas, pero yo sí me vacuno”. Dicen que es una conspiración para eliminar a la humanidad, pero aparte de la denuncia vocinglera no hay pruebas al canto. La polémica tiene tres siglos en efervescencia variada. La prueba de toque de toda teoría es su aplicación en la práctica. Yo me vacuno, mantengo el respeto que me merecen mis amistades disidentes, pero me vacuno igual.