• 10/07/2021 00:00

Cambio, de verdad

“¿Vamos a dejar que Panamá llore por siempre, o lo vamos a defender?”

A la mayoría de los seres humanos nos conmueven las emociones. Digo “a la mayoría”, confiando en que seamos más los que mantenemos la humanidad dentro de nuestros valores. La humanidad como un valor. Dejemos que ese concepto se asiente en nuestra mente. Siendo humanos, algunos no cuentan con humanidad y pasan por este plano repartiendo odio, plantando rencores y generando caos, teniendo una meta única de hacerse con los bienes del mundo a cualquier precio. A cualquier costo. Mentir, engañar, robar, y hasta matar, todo es visto por estos seres deshumanizados como justificable para lograr su objetivo.

La risa infantil, ese desordenado grito que tiene de emoción, alegría y curiosidad en partes iguales, es capaz de ablandar el corazón más duro. Aún mayor es el sentimiento, si esa risa viene de un hijo. Son instantes, imágenes eternas que se graban en nuestras memorias y nos recuerdan lo bonito de la vida. Nos motivan a seguir esforzándonos para tratar de seguir disfrutando de similares emociones a futuro. Son el alimento inefable de nuestro espíritu, ese que, siendo etéreo, es capaz de mover nuestros músculos para hacernos caminar, producir.

Todavía más intenso es el sentimiento que produce el llanto de un niño. Es desgarrador, y llena cada célula de nuestro cuerpo de hielo y fuego. Causa dolor, pero más allá de eso, causa miedo. Nos hace sentir miedo por otro ser, más que por nosotros mismos. Es un miedo terrible, pero no es del tipo que congela nuestras reacciones, por el contrario, nos llena de un coraje no siempre disponible, mediante el cual nuestra mente se convence de que, sin importar lo que suceda, a pesar de tener miedo, vamos a enfrentar lo que sea para acallar ese llanto, a costo de nuestra vida si es necesario. No todos los miedos son malos. Los niños son el futuro, y por eso nuestra naturaleza humana nos lleva a protegerlos, a defenderlos siempre.

Calor, frío, alegría, tristeza, miedo y coraje son cosas muy humanas que sentimos. Pero estos seres deshumanizados, muertos por dentro, no son capaces de entender estas cosas de la misma manera que las percibimos los demás. Para ellos el único placer reside en engañar y salirse con la suya, enturbiando todo lo que tocan, ensuciando su entorno y hasta a su familia. Carecen de la habilidad de sentir amor, pues no reconocen a nadie más que ellos mismos, centro y razón única de su retorcido mundo. Bien pueden ser los monstruos de los cuentos que nos aterrorizan y nos hacen padecer en las horas más oscuras de la noche.

Hoy, muchos niños lloran.

Lloran en silencio, viviendo una pesadilla de nunca acabar, pues, en un giro cruel del destino, esa infancia, que debía estar llena de amor, atenciones, protección y alegría, es realmente un infierno. Los niños lloran de hambre, pues la pobreza creada por los Gobiernos y el poder económico no permite que puedan comer. Lloran de frío, pues son hijos de nadie que viven en las calles, y sus lágrimas no son vistas por nadie. Lloran de miedo, pues un monstruo de verdad aparece en su cuarto por las noches, y les viola entre las paredes de lo que debía ser su refugio. Lloran porque no entienden, pues el conocimiento les ha sido negado por un sistema educativo inexistente que los condena a la mayor pobreza, que es la ignorancia. Los niños lloran de dolor, pues están enfermos y la salud, que debía ser provista por el Estado, solo llega a aquellos que tienen nombre, o dinero para comprar lo que por derecho debía ser de todos.

Ahora, amigo lector, piense que esos niños son Panamá. Esos niños somos todos. Y los seres deshumanizados que nos hacen daño existen, y son los que actualmente no hacen nada para que la situación mejore; por el contrario, siguen trabajando para que a ellos les vaya mejor, a costo de que a todo el país nos vaya peor.

Pasemos de este miedo al coraje que nos haga luchar contra el poder, pues si los niños son el futuro, nuestro futuro está siendo masacrado hoy.

Esos mismos niños que hoy lloran serán los que mañana no lloren por nada, pues se habrán convertido en monstruos también. Pero aún estamos a tiempo, unidos como una Familia que se llama Panamá, no tal o cual partido. En la pandemia, y siempre, son los ciudadanos los que salvan a los ciudadanos, no los políticos. Hacen falta cambios.

Tenemos que cambiar la oscuridad, por la luz y eso no se logra con pequeños retoques. Hay que empezar de cero para obtener algo nuevo y diferente, que sea luz para el país, no la oscuridad a la que nos han sometido los militares, el poder económico y los partidos políticos.

Constituyente sí es un cambio, de verdad. La paralela es lo mismo.

Hay tres movimientos pintados de colores diferentes buscando un mismo fin. Los tres recolectan firmas con diferentes eslóganes, pero es para lo mismo. No le parece extraño a nadie que los políticos siempre se den plomo uno a otros, pero ahora van agarrados de la mano “por Panamá”, ¡JA!

Mágicamente, ahora todos quieren lo mismo. Jamás lo han hecho por Panamá, siempre es por ellos solamente.

Nótese que a la fecha ningún movimiento busca firmas para la Constituyente.

¿Vamos a dejar que Panamá llore por siempre, o lo vamos a defender?

Dios nos guíe.

Ingeniero civil.
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