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- 28/08/2021 00:00
Llegamos tarde
En semanas recientes, las acciones del Gobierno y de algunas personas de la sociedad civil y empresarial del país han prendido las alarmas sobre la decadencia de los valores y principios que rigen dentro de la sociedad panameña.
Pero, lamento tener que ser pesimista al decir que estos llamados y preocupación han llegado algo tarde, aproximadamente 30 años.
Durante los 20 años que duró la dictadura, los principios morales y éticos fueron sustituidos por aquellos que permitieron imponer cambios de una manera que no se cuestionaran las medidas y acciones de quienes estaban en el poder. Estas formas de actuar como sociedad comenzaron a justificar los privilegios, la impunidad, el clientelismo, el nepotismo y la corrupción.
Con la caída de la dictadura, los políticos que prometieron el regreso de la democracia debían eliminar todas las malas costumbres que habían sido impuestas en la sociedad, para permitir la convivencia pacífica entre los panameños.
Optaron por no hacer lo correcto y prefirieron olvidar los abusos e injusticia. Pensaron que las heridas sanarían con el tiempo, pero la verdad fue que intentar reconstruir un país por medio de una democracia en ausencia de igualdad ante la Ley y la justicia, era un grave error.
Desde ese momento, el mensaje que se envió fue que los valores morales y éticos, como la meritocracia, el esfuerzo, la honradez, no son necesarios y que el nepotismo, los privilegios y el clientelismo sí pagan. Creando una sensación de insatisfacción e injustica, promoviendo divisiones y fricciones entre los ciudadanos.
El regreso de la democracia y el haber omitido los cambios, le otorgó una posición a la clase política de un poder absoluto, durante estos 30 años, el tamaño del Estado no ha parado de crecer, así como su intervención y control sobre los panameños.
A medida que el Estado ha aumentado, también lo han hecho los antivalores, la clase política ha caído en una condición de arrogancia y soberbia digna de cualquier monarquía absolutista, la creencia de que son intocables y que, al ser elegidos por el pueblo, solo ellos saben qué es bueno para nosotros. El populismo y clientelismo han visibilizado la crisis institucional que vivimos hoy, la falta de separación de poderes, la prostitución de las leyes, las cuales son usadas a su favor para aumentar sus privilegios y poder.
Todo eso ha creado una sensación de abandono por parte de la sociedad, la cual sin un futuro que le permita esa sensación de libertad y una vida mejor, abriendo el camino para esos viejos ideales que, movidos por la desesperanza, el resentimiento y los sentimientos de impotencia, promueven la aparición de soluciones altruistas que, prometiendo el paraíso en la Tierra, terminan imponiendo una sociedad donde la vida, la propiedad y la libertad no existen.
El sector empresarial tampoco escapa de ser parte de la decadencia y de la situación en la que estamos. Durante la dictadura una parte del sector empresarial se acomodó y negoció con la dictadura privilegios e incentivos que le permitieran desarrollarse y conseguir mantener a flote sus empresas ante el brazo coactivo del Estado.
Lo que no tiene excusa es que, después del retorno de la democracia, siguieran favoreciéndose del Estado, promoviendo un viejo sistema de mercantilismo, donde, confabulando con el poder, este les permitiera tener una posición exclusiva y cómoda, mediante privilegios, monopolios y proteccionismos, a fin de asegurar su prosperidad y seguridad, por medio de “lobbies”, grupos de presión, contribuyendo así al clientelismo, nepotismo, la prostitución de las leyes y la pérdida de una sociedad libre.
Estas formas de actuar, como las que la sociedad civil expresa cuando demanda mayores subsidios, servicios gratis y ayudas estatales, ignorando si son o no factibles, cargando los costos a terceros o futuras generaciones. Todas estas formas de actuar han contribuido a la decadencia y pérdida de valores de la sociedad.
Hoy, muestran preocupación porque ese crecimiento económico envidiable parece haberse acabado. Donde sus mismos privilegios les han jugado en contra, generando condiciones que hoy están afectando su productividad, competitividad, fuerza laboral y estructura productiva.
Se olvidaron de que en la globalización no se compite con el nacional, sino con el mundo y que Panamá se ha quedado muy atrás en la carrera, por haber sido conformitas, con una mentalidad de creer que no saldrían afectados. Es bueno que reconozcan su preocupación, pero sería bueno que generen acciones que den confianza y credibilidad. Podrían comenzar eliminando aquellos privilegios, proteccionismos e incentivos, de forma tal que permita eliminar toda desigualdad ante la Ley, dado que una minoría empresarial se beneficia a costa de la mayoría de la población. De otra manera, las fricciones seguirán aumentando y los antivalores seguirán presentes en la percepción de la sociedad y en la forma como el sector empresarial actúa.
Lo que nos queda, como sociedad, es reconocer nuestros errores y ser responsables por los mismos, hayan sido estos cometidos hoy o hace 30 años. Los únicos culpables somos nosotros como sociedad, tanto por evadir nuestras responsabilidades como haber omitido y vendido nuestros principios y valores por condiciones de seguridad y conformismo. Para salir del hueco donde nos encontramos, no hay otra salida que limar nuestras diferencias, debatir nuestras ideas y permitir llegar a consensos sobre la sociedad que queremos ya no para nosotros, sino para las próximas generaciones. Se requiere del esfuerzo de todos, esto no es sacrificar a unos por otros.
Debemos partir de una Nación donde lo importante sea el respeto a la libertad, la propiedad y, sobre todo, el respeto a la Ley y su igualdad, sin importar raza, creencia, color e ideología.