• 12/10/2021 00:00

Golpistas de 1968: la inspiración de los 'revolucionarios' (sic)

“Con el argumento de adecentar el país y sacar a la oligarquía del poder, los “revolucionarios” trataron de justificar el golpe, cuando lo que tenían era temor de que el nuevo Gobierno, con todas sus arbitrariedades, quizás intentara ponerlos en cintura”

Mucha saliva y tinta se ha gastado sobre la nefasta noche el 11 de octubre de 1968, cuando el mayor Boris Martínez, jefe de la Quinta Zona de la Guardia Nacional de Chiriquí, se alzó en armas para derrocar al presidente Arnulfo Arias, a 11 días de haber asumido el cargo. Martínez sumó a la mayoría de los jefes de las otras zonas provinciales, compartiendo el mando con el teniente coronel Omar Torrijos Herrera, entonces secretario general de la Guardia Nacional, el de mayor rango de los jóvenes oficiales y quien no formaba parte activa de los alzados.

La decisión de derrocar a Arnulfo tenía antecedentes para los uniformados. En 1941 y en 1951 había sido destituido por estos por su permanente confrontación con los estadounidenses y con ellos, como el coronel José Antonio Remón, a quien trató de forzar su renuncia. La Guardia Nacional, dirigida por el general Bolívar Vallarino, reemplazó de Remón, no tenía ningún sentimiento a favor de Arnulfo. Por sus orígenes y relaciones sociales, Vallarino estaba vinculado al oficialismo liberal, donde se concentraba gran parte de la oligarquía. Poco importaba que, en 1968, a diferencia de 1964, Arnulfo contara con el respaldo del poderoso sector de los ingenios coclesanos y otros grupos oligárquicos que antes habían impedido su triunfo. Por su estilo arbitrario de pensar y hacer, Arnulfo generaba mucha desconfianza, inclusive dentro de sus aliados.

El 3 de octubre, ocho días antes de la asonada en Panamá, se produjo en Perú -ejemplo militar para la región- un golpe contra el presidente Fernando Belaúnde Terry. Asumió el control el general Juan Velasco Alvarado. En esos días se suscitó un gran escándalo en ese país, protagonizado por un contrato con la transnacional estadounidense International Petroleum Company (IPC) que, a cambio de la entrega de pozos petroleros agotados y sin mucho valor, le condonarían todos los reclamos que el Perú tenía en su contra. Para agudizar más la crisis, se extravió la página 11 de ese contrato, donde aparecía lo que debía pagar al Perú, aislando por completo al Gobierno, generándose el vacío de poder que animó a los militares a actuar.

Las cosas se dieron en forma parecida en Panamá. A los temores de que la presidencia de Arnulfo generaba en los sectores militares y en Estados Unidos, luego del traumático reconocimiento de su triunfo, se sumaron algunas de sus primeras decisiones.

Arbitrariamente se entrometió en la escogencia de diputados, imponiendo inclusive quiénes serían los “electos” hasta de su propio partido, pasando por encima de legítimos ganadores, como Ricardo Méndez. Despojó a varios opositores de su triunfo, como Jorge Rubén Rosas. Fui testigo de que quiso hacer lo mismo con los concejales, ya que, sin haber ganado en el distrito de Panamá, me ofrecieron ser el “electo” por la Democracia Cristiana, lo cual rechacé.

Lo más grave fue su decisión de jubilar a los jefes militares, a pesar de haber pactado otra cosa, y de trasladar a los jefes de cuarteles a otros sitios. A Torrijos lo asignaron como agregado militar en El Salvador y hasta dinero había pedido prestado para el viaje.

El arrojo de los peruanos para deshacerse de un Gobierno, tildado de proimperialista y oligárquico, surtió sus efectos en Panamá. Sobre todo, por su promesa de tomar al pueblo en cuenta, a través de la participación social, lo cual se inició en Panamá con los asentamientos campesinos, con la creación del llamado poder popular de la Asamblea Nacional de Representantes de Corregimiento y expropiaciones de valiosas tierras.

Así fue lo ocurrido en 1968: un golpe de Estado. Es cierto que la democracia que teníamos era un parapeto, algo así como lo que tenemos ahora. La oligarquía se repartía el país, como se repite hoy con los nuevos ricos. La clase política estaba sumida en un gran desprestigio; igual que hoy.

Con el argumento de adecentar el país y sacar a la oligarquía del poder, los “revolucionarios” trataron de justificar el golpe, cuando lo que tenían era temor de que el nuevo Gobierno, con todas sus arbitrariedades, quizás intentara ponerlos en cintura.

El golpe militar fue eso: un rompimiento del orden constitucional. Tanto Boris -quien tres meses después fue deportado a Miami- como Omar, fueron unos dictadores, tal como Velasco Alvarado, lo fue en Perú. ¿Qué es un dictador? Alguien que se arroga el derecho de gobernar con poderes absolutos y sin someterse a ninguna ley. Pretender decir otra cosa es ocultar una verdad de la historia que pareciera que los gobernantes no quieren que la conozca nuestra juventud.

Analista político.
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