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- 05/01/2022 00:00
Ser político
Me confieso político, en un momento en que serlo quizás levante signos de interrogación. Soy miembro de la Democracia Cristiana desde junio de 1980. En aquel momento algunos sentían que para ser miembro de un partido político de oposición había que ser valiente y muchos políticos se consideraban patriotas. Quizás llegué a sentir ambas cosas en algunos momentos, especialmente en los últimos años de la dictadura.
En la antigua Grecia era un honor participar de la política, no todos tenían la oportunidad de participar de las decisiones que iban a afectar en buena o mala forma a la comunidad. Era una labor para ciudadanos escogidos, gente respetada, con altos estándares morales y cívicos. Y de repente estamos aquí, donde se considera a los políticos como gente incapaz, interesada en sus propios intereses en vez de los intereses públicos. Inclusive, en nuestro medio, notorios delincuentes se mimetizan y forman parte de la clase política, o al menos eso es lo que aparenta y es lo que se da a conocer sobre el tema.
Lo anterior es sumamente delicado. Debemos entender que cuando hablamos de la política hablamos de lo concerniente a la cosa pública, al interés público, es decir, el interés de la mayoría. No el interés particular ni siquiera de un grupo, sino de la colectividad, algunos dirían de la Nación y otros de la Republica. Entonces, ¿qué es lo que ha acontecido para que la política haya caído tan baja en la apreciación de la ciudadanía? ¿Acaso los políticos son el reflejo de lo que somos como sociedad, más interesados en el “¿qué hay pa' mí?” y acostumbrados al “juegavivo”?
Sé que a estas alturas existen muchos que rechazan estos comentarios, ya que no se sienten identificados con el escrito. Y, sin embargo, creo decir cosas que son ciertas e indiscutibles. Ahora, hubo una época en donde la clase política estaba conformada desde los círculos económicamente poderosos y de allí salían los ministros y embajadores, controlando el devenir de la Nación y no necesariamente en búsqueda del interés público. Se hablaba en aquella época de la oligarquía, entendiendo que eran los ricos los que controlaban el país. Un presidente posinvasión hablaba de la plutocracia. Debo aclarar que no es la intención hacer comparaciones entre el ayer y lo que tenemos en la actualidad y menos establecer valoraciones de mejor o peor o de bueno y malo. Son situaciones en el tiempo, circunstancias que ha vivido el país y que deben superarse, tomando la actualidad solo como un punto de partida, tratando de lograr avances en el país.
Debemos dejar de vivir de mentiras, de las historias que hablan de que Panamá es el país que más crece y que somos la envidia de nuestros vecinos. Tenemos una de las peores distribuciones de ingreso del mundo. Vivimos en el país de los subsidios y sin esto cientos de miles de panameños no tendrían techo ni alimento; gastamos mucho en educación, pero no marcamos bien cuando nos evalúan internacionalmente.
Hagamos un alto y redefinamos el país que queremos. De eso se trata la política. Y en política, como en el mundo material, no hay espacios vacíos, si alguien se resta, alguien ocupa su lugar. Si nuestras clases empresariales honestas, profesionales de distintas ramas, nuestra elite intelectual o los buenos ciudadanos no quieren participar de la política, pues otros lo van a hacer y van a formar parte de la oferta electoral que los partidos políticos pondrán a la disposición de la ciudadanía y de la cual tendremos que escoger para dirigir el país. Cada vez hay menos tiempo para diseñar el país que necesitan nuestros hijos para enfrentar los retos del mañana. No nos engañemos pensando que tenemos mucho tiempo por delante para diseñar y construir el país que queremos. El futuro comienza ahora.