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- 12/06/2022 00:00
Construyendo un futuro sostenible, resiliente y equitativo
La semana pasada se celebró en la ciudad de Los Ángeles de California, la novena Cumbre de las Américas, un encuentro que realizan de manera periódica los líderes políticos del continente para debatir y definir acciones frente a problemas y desafíos compartidos por la región y avanzar en la integración.
El lema de la cumbre define nuestra necesidad más apremiante: “construyendo un futuro sostenible, resiliente y equitativo”. Sin embargo y lamentablemente, el anfitrión decidió no invitar algunos países por considerar unilateralmente a sus presidentes como autoritarios e ilegítimos desde su reelección. Como era de esperarse, esa postura del dueño de la casa provocó que otros países no asistieran a la cita, o lo hicieran con una delegación menor, lo cual, en mi opinión le resta valor a los acuerdos que se alcancen en tan importante cónclave. Personalmente, aunque pueda estar de acuerdo con los señalamientos sobre los no invitados, considero que la convocatoria debió ser para todos a fin de buscar puntos de encuentro sobre este sensible tema.
Esta situación es muy preocupante, pues son precisamente los países excluidos por el organizador del evento, junto los que no asisten porque rechazan esta postura excluyente del anfitrión; los que más se beneficiarían del debate sobre los temas relacionados a ese futuro que queremos para el continente. En particular, como señalaron los invitantes: la pandemia del coronavirus y las deficiencias que se han dejado ver en los sistemas de salud, económicos, educativos y sociales en los países; las amenazas a la democracia; la crisis climática; y la falta de acceso equitativo a oportunidades económicas, sociales y políticas.
Dicho lo anterior, le dedico el resto de esta glosa a reflexionar sobre el significado que tiene para Panamá el lema de la Cumbre. No debe hacernos falta una resolución para que construyamos un futuro sostenible, resiente y equitativo. Un asunto pendiente, por cierto, en nuestro terruño.
Para comenzar, el gran desafío para construir un futuro sostenible en Panamá es superar la gran desigualdad que padecemos, formulando políticas destinadas a alcanzar la equidad y combatir la desigualdad. Parafraseando a la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, CEPAL —en su publicación “La matriz de la desigualdad social en América Latina”— en nuestro país la desigualdad social se encuentra en el corazón de nuestro quehacer para alcanzar el desarrollo sostenible. Para nosotros, uno de los países más desiguales de América Latina, la desigualdad social representa, además, un rasgo estructural y por tanto un desafío fundamental.
Pero, como también ha señalado la CEPAL, “el desarrollo social no solo trata de erradicar la pobreza, sino también de potenciar un desarrollo inclusivo y con mayor igualdad que permita aumentar las capacidades de las personas y expandir sus libertades, dignidad y autonomía y que fomente el crecimiento, la sustentabilidad ambiental y la sostenibilidad inter temporal, asumiendo su responsabilidad hacia las futuras generaciones”.
Sobre la resiliencia de ese desarrollo social, admito que tenemos mucho que hacer para que nuestras instituciones cuenten con renovadas capacidades y liderazgos para diseñar y poner en marcha de forma participativa, colaborativa e inclusiva políticas y programas que respondan a las necesidades del presente, con una mirada de futuro. Esa capacidad es una condición previa para el desarrollo sostenible en general, y de forma más específica, para luchar contra la pobreza y el hambre, la reducción del riesgo de desastres y la adaptación al cambio climático, la protección social, la transferencia de riesgos financieros y la tenencia de los recursos naturales para los más vulnerables.
En este sentido, el plan de gobierno de las actuales autoridades reconoció al inicio de su gestión la necesidad de fortalecer las instituciones para mejorar las condiciones de vida de la población, en particular aquella en situación de mayor vulnerabilidad y pobreza; destacando políticas públicas de prioridad inmediata entre las cuales incluyó: mejorar la eficiencia del sector público, combatir la pobreza y desigualdad, estimular el empleo, usufructuar el comercio exterior, ejecutar con feliz término las inversiones públicas, promover las inversiones privadas y enriquecer la calidad y cobertura de los servicios de educación y salud. Cierto que la pandemia de covid-19 puso al planeta en pausa y nos obligó a enfocarnos en la lucha contra el mortal virus. Pero en este momento que estamos controlando la enfermedad, es la hora de fortalecer el desarrollo de lo planificado para no dejar a nadie atrás.
Al final admito que me quedé corto, pero, como he señalado previamente, el logro del desarrollo sostenible, resiliente, inclusivo y equitativo en nuestro continente americano y nuestro territorio, exige que seamos capaces de superar las agendas de todo tipo y trabajar todos juntos por un objetivo común.
Es preciso que todos los países, sin excluir a ninguno, sean parte del debate y de las propuestas. Y dentro de cada país, los diferentes sectores: gobierno, políticos, empresas, organizaciones gremiales, sindicatos, sociedad y la población en general colaboremos todos de manera integrada poniendo en común recursos financieros, conocimientos y experiencia, pues aquí lo que está en riesgo es el futuro de nuestra paz social y nuestra democracia.