• 27/09/2022 00:00

La concertación: ¿Resucitarla o enterrarla?

La mesa de diálogo de Penonomé cumplió su cometido, hasta donde era oportuno y prudente; seguirla estirando era contraproducente. Pero como aún queda mucho camino por recorrer para reconciliar a la nación, es urgente precisar el nuevo derrotero, antes de que se nos venga encima la contienda electoral, en la que los ánimos exacerbados por las ambiciones políticas sectarias se superpondrían al ánimo para dialogar constructivamente.

La mesa de diálogo de Penonomé cumplió su cometido, hasta donde era oportuno y prudente; seguirla estirando era contraproducente. Pero como aún queda mucho camino por recorrer para reconciliar a la nación, es urgente precisar el nuevo derrotero, antes de que se nos venga encima la contienda electoral, en la que los ánimos exacerbados por las ambiciones políticas sectarias se superpondrían al ánimo para dialogar constructivamente.

Las confrontaciones previas a la convocatoria de Penonomé fueron instigadas por sectores específicos de nuestro espectro social; por tanto, para desactivar la tensión que crearon, fue consecuente comenzar por evacuar sus reclamos. Pero, a la par, se fue acumulando otro saldo de insatisfacciones de sectores que, por considerarse indebidamente relegados, protestaron su exclusión y con justificadas razones reclamaban protagonismo.

El diálogo de Penonomé fue la primera etapa del siempre inconcluso proceso para seguir buscando puntos de encuentro con base en denominadores compartidos. La siguiente, como una secuencia natural y como ya se ha encaminado correctamente, debe cumplirse en un escenario ampliado, absolutamente inclusivo y sin excepciones.

Los convocados a la primera etapa, porque convenía a su estrategia de mantener el diálogo circunscrito a los grupos que protagonizaron las protestas, vetaron la incorporación de otros sectores. Esa estrategia funcionó, porque hubo conciencia de que para poder avanzar hacia los primeros acuerdos no era conveniente ampliar los protagonistas. Pero ahora, por el contrario, para que se pueda avanzar hacia soluciones más integrales, es imprescindible incorporar a todos los otros sectores que no participaron y reclaman su inclusión. Para que la nueva etapa del diálogo sea auténticamente nacional no puede haber exclusiones.

Las informaciones que trascienden avanzan que la segunda etapa del siempre inconcluso “Diálogo Nacional”, se cumplirá con un formato y metodología que están por definirse; pero todo indica que no será en el que debiera ser su escenario natural: La Concertación Nacional, aunque esta instancia, creada mediante la Ley 20 de 2008, está legalmente.

La Concertación Nacional no es un mecanismo automáticamente virtuoso; pero, sin duda, es la mejor alternativa para tratar de reencontrarnos y acordar los denominadores comunes que demanda la actual encrucijada que vive el país. En ella se integran más de 2,000 voceros de los sectores más representativos de la vida nacional: empresariales, obreros, organizaciones no gubernamentales, iglesias, instituciones académicas, pueblos indígenas, partidos políticos y Gobierno Nacional. Los que no participan de ese organismo, es porque decidieron autoexcluirse.

Como nada presagia que esa instancia será tomada en cuenta, como el foro nacional que debiera ser, fácil es predecir que su existencia pareciera encaminarse a su extinción de hecho.

La segunda etapa, que tendrá sede en las instalaciones de la Universidad Tecnológica, hasta ahora, parte plagada de incertidumbres, debido a que algunos sectores siguen insistiendo en atribuirse poderes de veto, absolutamente inaceptables; en imponer condiciones de manera unilateral y hasta en chantajear, con la amenaza de acciones de fuerza, si las cosas no se hacen de acuerdo a sus exigencias. Para que la nueva etapa pueda arrancar con posibilidades de alcanzar resultados, esos serán los primeros y principales obstáculos. Y resolverlos, como paso previo, no solo es aconsejable sino necesario. Que eso sea viable dependerá, desde luego, de todos los actores; pero principalmente del Órgano Ejecutivo que, por mandato constitucional, tiene la responsabilidad de gobernar.

Exviceministro de Relaciones Exteriores y exembajador en la OEA
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