El Festival de Debutantes se realizó el 5 de julio en el Club Unión de Panamá. Es organizado por las Damas Guadalupanas y se realiza cada año para recaudar...
- 25/12/2022 00:00
Un humilde, pero sincero regalo
Hoy quisiera regalar un poco de humildad y sinceridad. Y eso a veces no es fácil. Precisamente porque en la vida, la gente se equivoca muchas veces y le cuesta admitirlo.
Yo me he equivocado en exámenes de escuela, en calcular llegar con puntualidad a una reunión, en pensar que todo el mundo es bueno y en escoger un buen presidente en las elecciones. Muchas veces he enviado textos e imágenes en grupos de chat que resultaron ser falsos. Recuerdo haber confundido el año de 1519 por 1513 para la Fundación de la Ciudad de Panamá y no saber la respuesta a la pregunta sobre los cianuros orgánicos en la reválida de 5to año del Colegio Javier.
Tengo 63 años. Y mientras espero celebrar mis 64 el próximo mes, quiero pensar en lo que he aprendido hasta ahora en mi vida y lo que quiero seguir aprendiendo durante los próximos años. ¿Quién quiero ser cuando tenga 100 años? ¿Qué quiero lograr? ¿Seré un viejo gruñón o un sabio pensativo?
Para empezar, quiero mejorar en estar más en lo correcto y no equivocarme con tanta frecuencia. Vivimos en un mundo en el que tener razón o, al menos, ser visto como tal por la mayor cantidad de personas posible, es una moneda social importante y una carta de presentación para entrar a cualquier grupo. Y aunque eso tiene sentido para un examen de admisión de una prestigiosa universidad, es perjudicial para el resto de nosotros que interactuamos con nuestros vecinos, amigos, colegas y seres queridos.
Negarse a admitir que estamos equivocados puede tener la intención de auto protección, pero en realidad es un autoengaño que nos perjudica a todos en Panamá y el mundo entero. Como cualquier mentira, no aceptar una equivocación destruye la confianza y daña las relaciones en todos los niveles. Creo que, de alguna manera, esta deshonestidad obstinada está en la raíz de la polarización de nuestro país: miles de panameños aparentemente incapaces de admitir fallas, centrados en cambio en las fallas de los demás, nos están conduciendo a todos a una zanja moral y social.
Y, sin embargo, continúan empecinados en seguir este camino. En lugar de admitir que están equivocados, algunas personas se complican aún más y meten más las patas. Para los teóricos del actual Gobierno, dedicados a culpar de todo a las pasadas administraciones, los huecos de las calles es culpa de la pandemia y las propuestas del pacto del Bicentenario son un éxito. Es lamentable que con todos los desaciertos que han hecho, los políticos actúan como si vivieran en el país de las maravillas y se deslizan más allá de sus errores, mostrándose muy cómodos con el estatus quo.
Parecieran encontrar fuerza en la deshonestidad, capaces de construir cosmovisiones enteras a partir de mentiras porque la verdad sería demasiado humillante. Pero si admitieran estar equivocado, ya sea porque los huecos de las calles son más de los que pueden tapar, no es una debilidad. Al contrario, es una poderosa declaración de realidad y honestidad. Sé por mis propios esfuerzos de ser honesto conmigo mismo, cuánta fuerza y voluntad se necesita para admitir un error.
Las demás personas pueden confiar en uno si demuestras que entiendes que te equivocaste. Así que déjenme ser puntual y concreto: me equivoqué en las elecciones de 2019. A Nito le escribí un artículo cuando los primeros 100 días y vaticiné que su legado dependería de cuan fuerte pudiera generar una agenda legislativa que incluyera temas nacionales como Caja del Seguro Social, reformas constitucionales, administración de justicia, educación y seguridad alimentaria nutricional. El resultado fue cero de estos temas.
En el futuro, no puedo olvidar esto. No seré dramático pero si debo estar atento a escuchar a personas que se aman lo suficiente como para decir la verdad sobre sus errores. Y además seguiré activo a opinar sobre temas que me gustan y que para otros pueden ser importantes o insignificantes, grandes o pequeños, familiares o generales, pero al final entender que cuando estoy equivocado, debo tener la madurez para admitir errores cuando los cometo.
Según la experiencia colectiva, cuando las personas admiten los errores y piden disculpas, se sienten mejor. Y ese es el regalo que les traigo hoy a mis lectores, pero especialmente a los políticos, que tengan la capacidad de admitir sus errores en público y enmendarlo. Tómenlo de mí, que me he equivocado muchas veces y entre más lo admito, más fácil es y mejor me siento. Las relaciones con los demás mejoran cuanto más tomamos la iniciativa de admitir que nos equivocamos en algo. No es que es algo inmediato ni automático, pero con solamente intentarlo es mejor para uno, mejor para todos y mejor para el país.