• 25/01/2023 00:00

Manos que moldean la cultura del Caribe

“Era la última noche de conciertos en salas y Dionisio Jesús Valdés Rodríguez, mejor conocido como Chucho Valdés, y su grupo cerraban la jornada de la vigésima versión del “Panama Jazz Festival”.”

Apareció en el proscenio con su figura alta como gigante, zapatillas y pantalones blancos, una camiseta que exhibía atrás una imagen en un rectángulo; llevaba su sempiterna gorra “bebop” al revés sobre la cabeza y levantó sus enormes manos para saludar y luego las colocó en el pecho, como señal de cariño hacia el público. Dio largos pasos, se acomodó en un taburete frente al piano y miró a su trío: un bajista, un percusionista y un conguero.

Era la última noche de conciertos en salas y Dionisio Jesús Valdés Rodríguez, mejor conocido como Chucho Valdés, y su grupo cerraban la jornada de la vigésima versión del “Panama Jazz Festival”. Su amplia experiencia en el mundo de la composición, ejecución y estudio de la música le precedía, así como una fama de ser uno de los mejores pianistas especializados en los diversos géneros de la música, tanto clásica como popular.

No se hizo esperar y dio inicio a una melodía que llamó “Son 21”: rasgos del jazz con armonías latinas, caribeñas y un tema propicio para el conjunto, el cual se movió entre los compases irregulares de las tradiciones de origen afro, pero expresadas con los tintes de un modelo actual, alegre y diáfano.

A partir de allí, desgranó el trabajo de los últimos tiempos, sin olvidar aquello que hizo después de su trayectoria de experimentación en grupos locales isleños, con los que promovió las manifestaciones tropicales y el sonido de tales expresiones. De este periodo ofreció esta noche, un tango dedicado a su esposa. Con esta pieza se introdujo en el mundo de los ritmos basados en bandoneones, milongas y variantes bonaerenses.

Dedicó, con la maestría de sus manos educadas y llenas de capacidades creativas, dos melodías, una a un Mozart, que según dijo estaba vestido con camisilla y sombrero caribeños, y luego al maestro Chick Corea. Ambas demostraron su versatilidad. Con el primero, nos llevó a la Europa del clasicismo del siglo XVIII, pero luego fue variando hacia acordes más tropicales para completar su mezcla de estilos.

De Corea, reprodujo la fuerza del piano que, en una época en transición, llevó a modificar patrones desde las perspectivas de un matrimonio entre las teclas y las cuerdas y del que nos quedan como remembranzas sus singulares encuentros con Paco de Lucía, recuerdos de Herbie Hancock y Keith Jarret y experiencias con la banda de Miles Davis. Los largos dedos de Valdés percutieron, rozaron, rasgaron las teclas y la sala se envolvió en tal ensoñación.

Un pianista que ya avanza sobre los ochenta años y que ha estado frente al instrumento desde su primera infancia en los escenarios de La Habana, de la mano de su padre Bebo, debe dominar un amplio espectro no solo de interpretación, sino de composición y de arreglos. Allí debe haberse involucrado en las teorías para proponer nuevas dinámicas. Eso hizo y dijo que en su interpretación de esa noche se atrevería a modificar las claves, las combinaciones y a eso condujo al grupo.

Heredero de una tradición y su evolución, habría de iniciarse en la Orquesta Cubana de Música Moderna, los Irakeres, los Afro Cuban Messengers y luego un quinteto. Se destacó en grupos y como solista para alcanzar unos 25 discos, innumerables grabaciones alrededor del mundo y muchas distinciones. Se ha encontrado con Egberto Gismonti, Danilo Pérez, Gonzalo Rubalcaba y también con su progenitor para grabar “Juntos para siempre”.

Una vez le pregunté sobre su padre y contestó que le debía el haberle dado “todas las enseñanzas sobre música popular, clásica, la composición y los conciertos musicales que me sirven y servirán siempre”.

Esta noche, sentado en la sala ante el público panameño, Valdés dio una demostración magistral, de valores y estatura artística, que constituyen una dimensión cultural, trascendente.

Periodista
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