• 06/11/2025 23:20

Adelante la pica y la pala de la creatividad literaria

No es cierto que uno no puede superar los problemas de la depresión cuando ésta empieza a tomarse lentamente o por asalto nuestra tranquilidad. No es fácil, por supuesto, pero a menudo hay formas de superarlo. Acaso la más accesible sea permitirnos a nosotros mismos el placer de entregarnos a una muy sentida afición; a un gusto que por una razón u otra se ha abandonado; o a la que no se le ha dado cauce. A veces por el necio temor a hacer el ridículo o de fracasar.

Se trata de situaciones de reconocible inercia, a menudo muy conscientes, que es indispensable horadar, desarmando con acción decidida su negativo influjo. ni más ni menos que como cuando se deja atrás un vicio... Pintar, por ejemplo. Componer música. Ir al cine. Jugar dominó... Hacer ejercicio en casa o en un gimnasio. Salir a caminar una vez al día. O bien escribir.

Y si fuera esto último, hacerlo cuando algo muy profundo en nuestro ser lo esté pidiendo. Tanto en las imágenes inesperadas que pasan por la mente, como en una cierta emotividad que le hace cosquillas a las entretelas del alma haciendo que nuestros dedos reciban un irresistible deseo de contar una historia real o inventada: hacerlo por escrito...

Si bien tengo la suerte de no haber confrontado hasta el momento este problema (llevo más de 65 años escribiendo y dando clases, tanto en la Secundaria como a nivel universitario dentro y fuera de Panamá), sé de muchos colegas que ya se han dado por vencidos al intentar asomarse al reto de la creatividad literaria.... No porque no tengan ideas y emociones bullendo en su ser, sino porque el poder castrante de la inercia –absorbente– se impone.

En el aspecto literario, a veces el pretexto es no tener algo significativo que aportar mediante el arte de la buena escritura. Aunque fuera cierto, y a menudo no lo es si desde antaño se tiene ya esa habilidad, la inventiva humana bien entendida no tiene límites. Empezar con una primera frase a manera de reto a la propia creatividad puede ser el punto de arranque de una narración significativa, o de un poema largamente anclado en nuestra sensibilidad.

A principios del siglo xx lo entendieron muy bien los surrealistas, y le llamaron “escritura automática” a tal procedimiento. A mí me ha servido, si no siempre, muy a menudo. Así, confieso que el inicio de este texto surgió de esa manera, y miren ya por dónde vamos... Y eso que no se trata ahora de un cuento sino de un artículo de opinión... Pero en todo caso, el procedimiento es el mismo: una cosa lleva a otra por asociación de ideas. Ejemplo: Si escribo: “Desde muy pequeño, al niño le aterraban los truenos y relámpagos a la hora de dormir...” Sería bastante lógico que la siguiente frase fuera, por ejemplo: “Y es que en una tormenta de esas había muerto su padre camino a casa al salir de su trabajo en el campo.”

Por otra parte, no importa que uno no vislumbre el desenlace. Es algo muy común. Sin embargo, lo importante es dejarse llevar, ejerciendo por supuesto un cierto control, y no yéndose por las ramas... El gran escritor uruguayo Juan Carlos Onetti decía que si él supiera el final de sus historias, ¿para qué las escribía? Modestia aparte, suelo pensar lo mismo.

Aunque no siempre, claro: porque es sabido que de todo puede ocurrir en la viña del Señor. Una viña literaria en ese caso, que cuando rebosa originalidad, disciplina y un agazapado talento innato hace lo que quiere con la trama de un relato y lo suele hacer bien; incluso yéndosele de las manos a su creador; porque tarde o temprano resulta que todo tiene que ver con todo, a veces de insospechadas maneras... Así, no es poco frecuente que la trama, también llamada argumento, vaya creciendo en la medida en que se nutre de sus propias posibilidades innatas, ya sea por el lado de los personajes o de la atmósfera o de la trama misma.

Todo esto lo señalo para alentar a quienes recién empiezan a escribir sin mucho conocimiento y con escasa constancia, aunque con un indudable talento. Y por supuesto, el talento nace, no se aprende. Pero todos los artistas -y el verdadero escritor siempre lo es- logran reconocer tarde o temprano la cercanía de vetas de inusitada creatividad disponibles, que pueden recorrerse una vez se les reconozca y se entienda a fondo su operatividad práctica... Y de ahí irán saliendo nuevas vetas que de un modo u otro reforzarán la verosimilitud de la historia hasta que ésta se consolide.

Porque ocurre que las técnicas literarias se pueden aprender, y sin duda son de un inmenso apoyo en cuanto a introducir matices, variantes, sorpresas en el acontecer de la historia que se relata. Sin duda alguna. En ese sentido, recomiendo la lectura de mi “Manual para la creación de cuentos y minicuentos imaginativos” (Amazon, 2024), de venta en algunas librerías de Panamá. Pero lo que no se aprende es a tener talento, que o bien se tiene o se carece de él. Y resulta fundamental comprender que al talento hay que saberlo administrar, saber aplicarlo a determinadas coyunturas; a veces saliéndonos por la tangente.

Finalmente, no se puede llegar a ser un buen escritor si uno no es de antemano un buen lector; hábito que suele iniciarse en la niñez y que debe afianzarse en la adolescencia. Quien no lee cotidianamente, jamás será un buen escritor... También recomiendo que quienes sienten esa inclinación se prueben a sí mismos participando en talleres literarios con acreditados profesores que a su vez sean buenos escritores... Recomiendo el “Diplomado en Creación Literaria” que fundé en 2001 en la Universidad Tecnológica de Panamá, y que se imparte dos veces por año; o bien talleres individuales con escritores de probado prestigio.

Y que lo hagan con fe y entusiasmo, tratando de escribir cuando sea posible, sin excusas. Tal y como reza una estrofa inolvidable del himno nacional panameño: “Adelante la pica y la pala, al trabajo sin más dilación

* El autor es escritor, profesor universitario jubilado, promotor cultural y editor.
Lo Nuevo