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- 31/10/2020 00:00
Adicción al azúcar
Siendo mediados de dos mil quince; me encontraba en una clínica de la localidad, acompañando a mi padre a una revisión médica. Como la espera se hizo larga, decidí tomarme la presión; para aprovechar el tiempo. Observé que se trataba de un equipo electrónico y no manual. Segundos después la joven que me atendió, me indicó: “pienso que debe acudir al área de urgencias, no soy capaz de darle un diagnóstico, sin embargo, en todas las tomas sale alta, por lo que debe ser tomada manualmente”.
Efectivamente, mi presión arterial era alta (160/90); así lo demostró la toma manual e inmediatamente me recomendaron que lo hiciera por cinco (5) días seguidos, a efectos de corroborar si existía una tendencia al alza, o era simplemente un síntoma pasajero. El paso de los días me demostró que estaba en frente de un alza permanente.
Desde hacía varios años, con cierta frecuencia, me aquejaban insistentes dolores de cabeza, que atribuía convenientemente a la necesidad de ingerir alimentos. Saqué una cita con el médico cardiólogo y recibí la siguiente noticia: entraba al club de los hipertensos.
Desde hace muchos años, los desórdenes alimenticios habían estado a la orden del día. A pesar de haber sido deportista a lo largo de gran parte de mi vida, el inicio de mi actividad laboral, a los 21 años, estuvo acompañado de la ingesta de bebidas gaseosas. La máquina de sodas estaba convenientemente ubicada en la puerta del Juzgado Municipal Penal donde inicié mis labores como oficial escribiente. La ingesta de sodas se volvió costumbre y las comidas rápidas en los recesos de mediodía, un estilo de vida. Luego de los estudios de posgrado, nuevas responsabilidades laborales con largos turnos en la Fiscalía, mis niveles de grasa y azúcar en sangre no dejaban de subir. Pensaba que las bebidas azucaradas contenían efluvios mágicos, que me llenaban de fuerza y energía, para soportar las fuertes jornadas laborales y de estudio.
Luego llegó la época en que me desempeñaba como fiscal y la ingesta regular de refrescos, grasas, me llevaron a tener un peso de 220 libras. Las subidas y bajadas de azúcar, por ende, necesidad de más azúcar, ahora estarían asociadas a necesidad de fuerzas para aguantar las largas jornadas de trabajo.
Mi arribo a la Corte Suprema de Justicia fue en extremo compleja, enormes responsabilidades, presiones propias del cargo y una hipertensión oculta, además de un poco más de peso; ya pesaba 235 libras.
Luego de mi salida de la Corte, en 2011, los trastornos alimenticios no cesaron, no había signos clínicos para alarmarse, más allá de la masa corporal.
Cuando fui diagnosticado de hipertensión, en el año 2015, comencé a leer profundamente sobre el tema de los hábitos alimenticios y los componentes de cada uno de los alimentos; no ha pasado un momento en que no agradezca a Dios por haberme brindado una segunda oportunidad de vivir y de acompañar a mi esposa, familiares y ver crecer a mis hijos; de seguro que, si hubiese continuado con esos hábitos, no habría tenido esa dicha. Quedaron atrás las seis sodas al día, primero convencionales y luego engañosamente las “dietéticas”.
Los primeros meses sin refrescos, gaseosas, sodas, dulces, galletas, panes, fueron difíciles en extremo. Al principio me sentía débil, sin fuerzas y comprendí que estaba enfrentando el síndrome de abstinencia, relacionado con el consumo del azúcar. Fui perdiendo peso con el paso de los días, inicié un programa de ejercicios, con bicicleta y ello salvó mi vida.
Hoy, he cumplido cinco (5) años de estar libre del consumo diario de sodas y es una lucha continúa. Mi vida ha cambiado por completo y mis niveles de fuerza y energía son mejores que en mis veintes.
La ignorancia lleva a la población a comer alimentos cargados en azúcares y a mantener el hábito, siendo a veces demasiado tarde, para revertir las nefastas consecuencias de ese proceder. La prevención evita al ser humano convertirse tempranamente en paciente de hipertensión, diálisis o una cifra más en la estadística de muertes. En este camino he perdido a muchos amigos a temprana edad.
El azúcar, sin duda alguna, es tan potencialmente adictiva y dañina como cualquier droga ilícita o lícita, que se conozca. Destrucción de células, órganos vitales, fuerte corrosivo de tejidos, potenciamiento de diferentes tipos de cáncer, obstrucción de las arterias, entre muchos otros daños asociados a la salud.
Gran cantidad de infartos silenciosos son atribuibles al consumo del azúcar. Tomografías cerebrales de usuarios, segundos después de la ingesta, muestran que los alimentos con alto contenido de azúcar funcionan en el cerebro de la misma forma que la heroína, opio y la morfina. El cerebro se ve como un arbolito de Navidad relleno de luces. El impuesto a las bebidas azucaradas, pareciera ser un primer paso en la lucha permanente.
(*) Exmagistrado de la Corte Suprema de Justicia, ex fiscal nacional en Delitos Relacionados con Drogas, exprofesor de la Universidad Santamaría la Antigua y de la Universidad Latina de Panamá. Ha sido representante legal de la Asociación Panameña de Medicina Crítica y Terapia Intensiva.