• 02/03/2021 00:00

Adolescentes: educación y entorno

“Ahora, […], debemos garantizar una educación que priorice al niño, al adolescente y a la juventud, y que no deje por fuera los hogares […]”

La adolescencia es una etapa de la vida comprendida desde la infancia hasta la pubertad, donde el joven experimenta vivencias y conductas que marcan su devenir y, de hecho, consolida la tenencia de una juventud sana y productiva. Por eso, es fundamental entender y comprender al adolescente de modo que convivamos con él y seamos caldo de cultivo en su desarrollo emocional, espiritual, ético e intelectual.

Es en el hogar donde se inicia su educación, donde se le inculcan valores, principios y se le insinúa una cosmovisión que irá ampliando en la escuela formal, en el entorno y en la socialización que experimente en su crecer. No obstante, el adolescente, en la mayoría de las veces, experimenta una soledad profunda que lo aísla y arrincona, sujeto a sus propios miedos y dudas. Pues, en su hogar, no encuentra una figura paterna o materna, que, con carácter, con amor, con decisión y expectativas de vida diferente, trate de guiarlo y llevarlo por el sendero de crecimiento íntegro.

Los hogares de nuestros adolescentes suelen ser disfuncionales, amén de una madre o padre carente de educación y de aspiraciones en la búsqueda de un proyecto de vida mejor, con una mejor calidad. Es común, en consecuencia, observar nuestros centros escolares, las calles, el vecindario, plétoras en adolescentes tipo “mangos silvestres”, que respiran porque sí, que deambulan por inercia y que reproducen patrones conductuales que los llevarán a un embarazo precoz, a ser pandilleros, a una cárcel, a ser carga social o, en el peor de los casos, a una muerte trágica.

Asimismo, dado el hecho de que en muchos hogares se da el fenómeno de niña criando niña, el adolescente, desarrolla un perfil sicológico conflictivo, violento, desajustado, con cuadros de ansiedad y trastornos de aprendizaje, pues en vez de cariño y amor, se le ofrece menosprecio, maltrato, malacrianza y una actitud de poco importa en la vida o aquello de que “no necesita educarse para sobrevivir”.

El resultado de esto lo vemos, vivimos a diario y también lo sufrimos, toda vez que se entroniza una cultura de violencia y desinterés que engendra un producto social que mina y socava la convivencia pacífica y el desarrollo humano. Debemos atender a nuestros adolescentes, desde el hogar, desde las escuelas, desde las redes sociales, para así no dejarlos solos y llevarlos a la condición señalada hace años por Aníbal Ponce en su ensayo “Ambición y angustia del adolescente”, donde enfatiza que: “… el adolescente sufre más que nadie la angustia de la soledad, porque necesita más que nadie el apoyo de los otros…”.

Ahora, cuando nuestra sociedad padece de una profunda “angustia existencial”, producto de la pandemia y de otros factores concomitantes, debemos garantizar una educación que priorice al niño, al adolescente y a la juventud, y que no deje por fuera los hogares, pues es allí donde se decide la soledad o integración social saludable de los adolescentes, y con ello se define una sociedad próspera con visos de desarrollo humano integral.

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