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- 19/04/2025 00:00
Aliados imprescindibles del aprendizaje escolar: el silencio y la disciplina
Hablar de silencio y disciplina en el aula puede asemejar un viaje al pasado, a esos tiempos de la escuela arcaica en los que la rigidez era la regla y el ruido un enemigo declarado. No obstante, ¿Qué tal si ambos conceptos, bien comprendidos y aplicados, pueden ser legítimos potenciadores del aprendizaje? Hoy día, en un entorno de aprendizaje donde el ruido y la falta de concentración prevalecen, incrementados por los dispositivos electrónicos perturbadores de la atención, resulta crucial volver a valorar el papel del silencio y la disciplina en las aulas, laboratorios y espacios formales de aprendizaje.
El silencio, ese gran relegado, se asocia generalmente con la pasividad e inclusive con la falta de creatividad. Sin embargo, estudios han evidenciado que un ambiente silencioso puede mejorar significativamente la capacidad de concentración y la retención de información. Para Klatte et al. (2023) el ruido de fondo constante puede reducir la capacidad cognitiva hasta en un 25 %, mientras que, “el silencio beneficia la reflexión profunda y la comprensión de conceptos complejos” (p.34), elementos esenciales para un aprendizaje significativo.
Por su parte, cuando se habla de disciplina en el aula, no se refiere a un enfoque autoritario ni a la imposición de la obediencia ciega; se trata de establecer normas claras y coherentes que permitan un ambiente de respeto y responsabilidad. La Universidad de Harvard (2016) realizó un estudio donde se demostró que los estudiantes en entornos con normas claras y consistentes tienden a tener un mejor rendimiento académico. La razón es sencilla: la disciplina crea un marco en el que los estudiantes saben qué esperar y qué se espera de ellos, lo que reduce la ansiedad y aumenta la concentración.
Estos beneficios no son meramente teóricos. En la práctica, los docentes que implementan estrategias de silencio y disciplina notan una mejora notoria en el rendimiento de sus estudiantes. La ciencia respalda esta experiencia docente. El neurocientífico Levitin (2014), argumenta que “el silencio no solo reduce los niveles de estrés, sino que también puede mejorar la creatividad y la resolución de problemas” (p.78). En un experimento realizado en Finlandia, se descubrió que los estudiantes que pasaban más tiempo en silencio antes de los exámenes tenían un rendimiento, significativamente, mejor que aquellos que no lo hacían (Escuela de graduados en Educación de Harvard, 2016).
Por otro lado, el silencio y la disciplina no solo benefician el rendimiento académico, sino que, también tienen un impacto positivo en el bienestar emocional de los estudiantes. Un estudio de Leira (2021) encontró, entre otros factores, que los estudiantes que asistían a escuelas con estrategias de silencio y disciplina bien estructuradas reportaban niveles más bajos de estrés y ansiedad. Este hallazgo recalca la importancia de un entorno de aprendizaje tranquilo y organizado no solo para el éxito académico, sino también para la salud mental de los estudiantes, que tanto han padecido con la pandemia y sufren con el sobrepeso de los “ruidos” tecnológicos.
En conclusión, el silencio y la disciplina son dos socios invisibles pero eficaces para el aprendizaje. No se trata de volver a viejos métodos, sino de redimensionar el valor de un ambiente que favorezca la concentración, la reflexión y el respeto. A medida que la educación avanza hacia un futuro cada vez más dinámico y saturado de estímulos, es esencial recordar que a veces, menos, es más. No nos ilusionemos tanto con el video, el TikTok, las redes, la IA, etc.; dejemos la tendencia al facilismo y manos a la creatividad docente con el silencio y la disciplina como aliados, en todos los niveles de la educación.