• 04/03/2024 00:00

Anteojeras en la mente

El prejuicio lo define el DRAE como “Opinión previa y tenaz, por lo general desfavorable, acerca de algo que se conoce mal”. Así se cortan las alas del pensamiento libre y son cinturones de castidad para la razón, la inteligencia, el respeto al “diferente”.

Este título lo usé en un escrito en 1996 en el semanario social y cultural El Heraldo que en 1990 fundó la escritora Beatriz Valdés; circuló con 10,000 ejemplares semanales ¡gratis! y magnífica acogida hasta el 2000. Fui invitada, no recuerdo el año, a formar parte del Consejo Editorial, invitación que acepté gustosa y honrada. Hace unos días me enfrenté a una tarea largamente pospuesta: ordenar debidamente mis desperdigados archivos. Me di cuenta mientras revisaba fotos, documentos legales, recortes de diarios, certificados, artículos, diplomas, actividades sociales, etc., de que son el reflejo de mi vida, mi verdadera “hoja de vida” y de que a pesar de los vaivenes y del paso de los años he mantenido mis convicciones y mis quehaceres. El título del artículo surgió cuando, en un viaje a Bogotá, llegué a casa de mis amigos con una nueva edición de los libros Veinte poemas de amor y una canción desesperada y Confieso que he vivido, de Pablo Neruda. ¡Y ardió Troya! Para mis anfitriones Neruda era un comunista de la peor calaña, monstruo, etc. Sin esos prejuicios hubieran podido conocer las obras del extraordinario escritor, poeta maravilloso, los méritos literarios que le eran mundialmente reconocidos. Ante situaciones así “cuelgo los guantes” porque es incómodo y pérdida de tiempo disentir con alguien con prejuicios tan marcados que me llevan a imaginar anteojeras en la mente; y las comparo con las que se les ponen a los caballos de carrera para que al reducirles su campo de visión no puedan ver más que el camino por donde el jinete desea llevarlos.

Así es andar por el mundo con el cerebro atiborrado de prejuicios que limitan la visión de las cosas y se manifiestan en conceptos radicales, generalmente inexactos; que levantan barreras de incomprensión y fanatismo y generan pensamientos momificados incapaces de voltear al revés las costuras del prejuicio enquistados en los vericuetos de la mente porque alguien los puso allí sustentados sobre bases de “superioridad , ética y moralidad”. El prejuicio lo define el DRAE como “Opinión previa y tenaz, por lo general desfavorable, acerca de algo que se conoce mal”. Así se cortan las alas del pensamiento libre y son cinturones de castidad para la razón, la inteligencia, el respeto al “diferente”. Aberrantes prejuicios han desatado y siguen desatando guerras, desigualdad social, injusticias. Prejuicios entre ricos y pobres; entre negros y blancos; entre religiosos y agnósticos y muchos más. Y todos en doble vía... algo así como “de lo que traen, llevan”. Prejuicios múltiples que llenan capítulos de la historia no han hecho más que provocar violencia, humillación, injusticias sin fin. La migración masiva que nos llega incontenible nace de la pobreza, las guerras, los gobiernos despóticos (como el de Venezuela) y despierta en muchos panameños el rechazo que estamos viendo hacia los migrantes. Creo, sin ignorar que existe la xenofobia, que muy afectado por las dificultades económicas, el desempleo y el desmejoramiento en su calidad de vida, el panameño ve al migrante como amenaza adicional a sus dificultades.

Son muchos los prejuicios y entre estos los de género, clase social, políticos, edad, religiosos, apariencia, sexuales, étnicos, etc. Fueron prejuicios raciales los que el nazismo y su líder, Hitler, manejaron para asesinar judíos, gitanos, homosexuales, discapacitados. El apartheid en Sudáfrica, sistema de segregación racial privilegiaba a los de piel blanca hasta que la presión mundial y mi héroe, Mandela y su esposa Winnie lograron acabar con la discriminación racial, clara muestra de este prejuicio. Y aquí mismo, durante los años de los norteamericanos en la Zona del Canal, existían el Gold Roll para blancos y el Silver Roll para los antillanos, los de piel oscura y blancos no estadounidenses; todo aplicado con los prejuicios raciales de la época que existían en los Estados Unidos de Norteamérica.

Si bien en nuestro cuadro político tenemos blancos, afropanameños, “café con leche”, indígenas (no los llamaré indios ni originarios) y distintas facciones y tonalidades de piel, en estos días de campaña política, el uso del término “delincuentes de cuello blanco” como arma de ataque está en el menú de discursos. Es este un prejuicio arraigado en la clase social y dirigido a empresarios y funcionarios de jerarquía. No obstante, sin anteojeras en la mente, metamos en ese “churuco” a otros que también entran en esa categoría. Los que sin ser empresarios o funcionarios de alto vuelo, sin violencia física cometen fraude, evasión fiscal, lavado de dinero o estafa. Sin embargo, queda claro que a delincuentes de cuello blanco de alto nivel les resulta más fácil eludir la justicia porque tienen “palanca” y dinero para sobornar, dilatar y hasta desaparecer el delito que con maña montan en la nave del olvido. Y volviendo al plano de la política criolla que ya tiene varios ranchos prendidos, observo que se “fogonean” con mayor presión los prejuicios religiosos, de sexo y de clase social. Y tomar este camino para captar votantes es repudiable golpe bajo.

El autor es comunicador social
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