• 30/04/2023 00:00

El canciller Leyva: 'lapsus linguae' o convicción histórica

“El canciller Leyva debe hacer autocrítica. La leyenda blanca nuestra debe ser matizada”

Las declaraciones del canciller de la República de Colombia, Álvaro Leyva, al referirse a la República de Panamá como el “Departamento de Panamá” han causado un revuelo en nuestro país. Se le atribuye a este diplomático colombiano ignorancia de la historia, ser hombre de poca formación o, en general, falta de conocimiento a título personal. Nada de esto es exacto.

El diplomático en mención es un hombre estudiado, muy lejos de ser un hombre ignorante o de ideas caducas en su país sobre nuestro devenir histórico. Este caballero es graduado de Derecho y Economía de la Pontificia Universidad Javeriana, centro académico en el cual yo también me gradué en las mismas materias. Recuerdo a este señor, quien terminaba la carrera cuando yo la iniciaba en 1966. Nuestra universidad es catalogada en estudios recientes como una de las mejores de América Latina.

El problema, me temo, es más profundo que un desliz gramático, un “lapsus linguae”, de este diplomático. Se trata de la forma en que se enseña y se vive la historia en la República de Colombia con respecto a la separación de nuestro país.

Empecemos por el escudo de armas de la República de Colombia, adoptado desde 1834 y vigente hoy en día como uno de los símbolos patrios de ese país, según su orden constitucional y legal. Invito a los lectores a ver su imagen en internet. Si lo hacen verán que en la parte inferior aparece el istmo de Panamá. Todos los niños colombianos del siglo XXI ven en su aula de clases ese símbolo de su patria ,escudo en el cual aparece Panamá. Ha habido intentos de corregir esto, tanto en las discusiones de la nueva Constitución colombiana de 1991, en la que varios constituyentes promovieron eliminar a Panamá del Escudo de Armas, solo para ser fuertemente refutados, según me cuentan un par de amigos constituyentes presentes en el debate. Luego, en los años 2008-2009 un intento similar también fue rechazado en el Congreso de Colombia.

En segundo lugar, está para la mayoría de los colombianos la ley norteamericana que ratificó el Tratado Thomson-Urrutia de 1914, en el cual Estados Unidos pagó a Colombia la suma de 25 millones por la separación de Panamá y aquélla reconoció nuestra existencia como Estado nacional. La versión original de ese tratado contenía unas “excusas” de Estados Unidos a Colombia por haber promovido nuestra independencia, pero el Senado norteamericano, al ratificarlo, eliminó esa parte.

No cabe duda de que la visión de nuestra separación de Colombia en 1903, como la culminación de un largo proceso que inició en 1830, sólo unos años después desde que nos unimos voluntariamente a ese país en 1821, es correcta, pues no somos una república inventada, una creación artificial de los norteamericanos. Sin embargo, ese proceso histórico no tenía un resultado necesario e ineluctable en los hechos de 1903.

Lo deseable para los panameños se convirtió en lo posible mediante una alianza.

Los hechos del 3 de Noviembre de 1903 fueron una conjunción de genuinas aspiraciones nacionales gestadas a lo largo del siglo XIX con causas objetivas desde el centralismo colombiano de la Constitución de 1886 hasta la Guerra de los Mil Días, que causó cerca de 100 000 muertos en una población colombiana de 4 millones de habitantes. Nosotros rechazamos desde ese año la tradición de la violencia que prevalece en Colombia hasta el día de hoy.

La cuestión, sin embargo, es que en 1903 no logramos esa separación sólo por nuestros propios medios o la astucia de unos cuantos panameños, sino con la ayuda decisiva de Teodoro Roosevelt, presidente de los Estados Unidos de América.

Hubo, pues, una conjunción de genuinos intereses de los panameños de formar un Estado nacional, independiente, y los intereses envueltos en el proyecto imperial de Roosevelt. Pagamos un alto precio con el establecimiento de un enclave colonial, la Zona del Canal, que nos tomó cerca de un siglo desmantelar.

Tanto la leyenda negra prevalente en la versión colombiana de nuestra separación como la leyenda blanca prevaleciente en nuestro país de que la separación de 1903 era inevitable, alcanzada y explicada solo por nuestras aspiraciones nacionales y astucia local, sin intervención norteamericana, no son históricamente exactas.

Para mí, la alianza entre genuinas aspiraciones nacionales y el proyecto expansionista norteamericano que hizo posible nuestro nacimiento como Estado nacional, republicano e independiente, no es motivo de vergüenza, porque no es un hecho aislado ni anómalo en la historia de las luchas de independencia ni de la conducta de los Estados. ¿No se aliaron los patriotas norteamericanos de 1776 con la monarquía francesa para fundar una república? ¿No se alió Franklin D. Roosevelt con un personaje como Stalin para liberar a Europa del colonialismo fascista? Esto no es más que una visión realista de las relaciones internacionales: la preeminencia del Estado nacional y su apoyo en alianzas para contrarrestar a un poder estatal superior , como era el colombiano en 1903.

El canciller Leyva debe hacer autocrítica. La leyenda blanca nuestra debe ser matizada. Lo cierto es que nuestra alianza de 1903 no tiene nada de pecaminoso, porque su resultado es cónsono con las aspiraciones nacionales y su resultado es un Estado nacional soberano y exitoso.

Expresidente de la Corte Suprema, doctor en Derecho, máster en Economía.
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