• 17/12/2022 00:00

Catar y la hipocresía occidental

El pasado 21 de noviembre, el periodista deportivo estadounidense, Grant Wahl, publicaba en su cuenta de Twitter que fue detenido por un espacio de 25 minutos por la seguridad catarí cuando intentaba ingresar al estadio en el que se celebraría el duelo entre Estados Unidos y Gales.

El pasado 21 de noviembre, el periodista deportivo estadounidense, Grant Wahl, publicaba en su cuenta de Twitter que fue detenido por un espacio de 25 minutos por la seguridad catarí cuando intentaba ingresar al estadio en el que se celebraría el duelo entre Estados Unidos y Gales. La razón de ello se debía a que Wahl portaba una camiseta con simbología favorable hacia la comunidad LGBTQ; y siendo que el Estado del golfo posee leyes draconianas contra dicha comunidad, la reacción catarí era obvia.

La acción de Wahl ha sido solo una de las muchas que han tenido lugar durante este evento deportivo; aunque la misma no se limita a la actitud de Catar sobre la comunidad LGBTQ, sino que también responde a los reportes de organismos como 'Amnistía Internacional', que denuncian la explotación de trabajadores inmigrantes en sectores como el trabajo doméstico y la construcción, siendo este último vital para preparar a la nación árabe para el mundial.

Ciertamente, estas denuncias se encuentran respaldadas por informes de diversos organismos internacionales en materia de derechos humanos y no es un misterio el trato que recibe la bandera arcoiris en esa región del globo; sin embargo, esto no hace menos problemático el “activismo” occidental que denuncia estos hechos a través de figuras como Wahl.

¿No sería la nación de Wahl la primera en la lista de violadores de derechos humanos? En Panamá hemos sentido de cerca la hegemonía del dólar desde antes que el Istmo se constituyera en una República, y con episodios sangrientos como los de 1964 y 1989. Y lo que ocurrió aquí no es una excepción a la norma, la lista es larga: Nicaragua (1854), Haití (1915), Corea (1950), Vietnam (1964), Granada (1983), Yugoslavia (1999), Irak (2003) y más. Eso sin contar otros instrumentos más sutiles (FMI), con los cuales el capital estadounidense puede apropiarse de vitales recursos naturales que alimentan su industria; y ello a costa del impacto negativo que tiene sobre la población de la nación afectada.

Además, dentro de su propio territorio, este país tiene temas pendientes, como el hecho de que las minorías (principalmente hispanos y afroamericanos) integren buena parte de la enorme población penitenciaria, o los campos de detención de menores de edad en la frontera con México, o el endeudamiento de miles de sus ciudadanos con la salud privada, Guantánamo, entre otros.

Y todo esto resulta irónico porque Catar es un socio estratégico de Washington. En un comunicado del departamento de Estado titulado “Estados Unidos y Qatar: socios estratégicos que promueven la paz y la seguridad”, se reconocía el progreso de la monarquía del golfo en derechos laborales y en la lucha contra el tráfico humano; recordando además los cincuenta años de relaciones bilaterales entre ambos países. Después de todo, Catar produce petróleo, un valioso recurso para EE.UU.; negocio que además mantiene a flote al anacrónico régimen catarí.

No obstante, la actitud contraria, como la tomada por Venezuela, no es menos problemática. La otra narrativa, de menor impacto, pero aún presente, se sostiene sobre el argumento de: “es un boicot”. En esta dirección se expresaba un comunicado lanzado por el gobierno bolivariano, en el cual repudiaba los ataques y críticas presentadas contra Catar, las cuales formarían parte de una campaña imperialista contra la nación árabe de Medio Oriente. Y el problema de esta postura es que en el proceso se blanquea al régimen catarí y se le oculta bajo la sombra de un mal mayor: “el imperio”.

Sin embargo, la realidad es que nadie se salva en este asunto, pues de ser estrictos y honestos en la aplicación de los criterios que cada bando dice defender, ni Washington ni Catar podrían aspirar a ser huéspedes de este tipo de eventos dado su discutible historial en materia de derechos humanos. Entonces, lo que quizás nos toque hacer consistiría en ver más allá de las dulces palabras y comprender que lo que verdaderamente está en juego es otra cosa (geopolítica, negocios, etc.); con lo cual evitaríamos participar de una contienda de retórica vacía e hipócrita.

Al final, la prueba la pondrá el tiempo, y ya veremos quiénes son auténticos en su condena, esto es, quienes mantendrán su denuncia en 2023 sobre Catar, o si, por el contrario (lo más probable), todo ello acabará cuando culmine el mundial, siendo reemplazado por la nueva “sensación” del momento.

Profesor de la Universidad de Panamá
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