Conducirnos en la vía, conducirnos en la vida

  • 11/09/2025 00:00

Luego de una jornada laboral y de camino a casa, me puse a observar a los conductores y peatones que me cruzaba en la vía.

Había buses con pasajeros a capacidad máxima, taxis recogiendo carreras, vehículos particulares de múltiples colores y formas, y uno que otro articulado fuera de ruta. Eran parte del panorama que circulaba en “hora pico” en una avenida de mi país, regularmente congestionada.

No puedo dejar de mencionar que la lluvia, que caía incesantemente, hacía un marco gris tenue al collage de figuras multicolores que danzaban en el área.

Reflexiono. El tránsito en una ciudad es mucho más que el ir y venir de vehículos y gente cruzando la calle. Cada conductor tiene una historia, cada pasajero y cada peatón la suya.

En mi andar, observé al estoico que manejaba despacio por la cinta de cemento, impasible ante las bocinas que, a pesar de la lluvia, se oían sonar. Él no lleva apuro, ¿para qué? Si la vida, corta o larga, hay que aceptarla como es. Vi también al impulsivo que se siente Fittipaldi, acelerando - en una calle mojada- porque la prioridad la tiene él. Avisté al estratega que en el semáforo se adelanta para ser el primero en arrancar. Quizás para sentirse campeón. Miré al bondadoso que dejó pasar a todos, cortésmente, tal vez porque su lema es: Hoy por ti, mañana por mí. Y también, me encontré al filósofo, quien lanzó -en mi imaginación- reflexiones al aire que si hubiese podido escuchar tal vez dirían: ¡Hasta cuándo esta lucha!

Partiendo de la premisa de que si el tránsito es un espejo de lo que cada quien es y de lo que somos en sociedad, entonces ningún accidente es un hecho aislado, sino un reflejo de nuestra manera de convivir.

Lo anterior me hace sentir pena por Panamá, puesto que la estadística registrada al momento supera los 19.611 hechos de tránsito y más de 167 víctimas fatales. En palabras simples, nuestra manera de convivir en sociedad deja tanto que desear.

Tal vez nuestro país, más allá de necesitar semáforos inteligentes, lo que requiere es la voz firme de una intensa campaña que recuerde al usuario de las vías que mostramos en ellas quiénes somos.

El tránsito como espejo social manifiesta que: como conducimos hablamos, como conducimos nos tratamos, y como conducimos nos respetamos. Cuando alguien decide bajar la marcha, ceder el paso, acelerar, estacionar en lugares no permitidos, creerse dueño de la vía o con derecho a regañar a los demás, deja al descubierto su verdadera identidad.

Las situaciones individuales en la vía producen consecuencias colectivas. Ojalá los resultados siempre fueran positivos, pero usualmente no lo son. Después de un accidente de tránsito no sirven los lamentos ni las disculpas, ya el daño fue hecho.

Si deseamos un mejor ordenamiento vial debemos empezar por cultivar nuestros valores en espacios públicos, reforzando en la educación vial los ideales de una convivencia armoniosa en sociedad.

Cada vez que usemos la vía, debemos hacerlo con responsabilidad y cautela, con la convicción de que el tránsito es una extensión de quienes somos e internalizar que la seguridad en las vías comienza con uno y se multiplica con la acción de todos.

Reducir la siniestralidad no depende ni se limita a nuevas leyes y sanciones, sino a algo más profundo que nos lleve a valorar que conducir es un acto de corresponsabilidad. En otras palabras, las decisiones al volante impactan en el entorno y el apuro puede convertirse en tragedia para usted y para otros.

Si cambiamos la forma de relacionarnos en la vía, mejorará la forma de conducirnos en sociedad. Hagamos la prueba, confío en usted.

Si queremos caminos seguros empecemos por conducir como individuos íntegros. Hagamos la prueba, confío en usted.

Si cuidamos una vida en la calle, garantizamos el futuro de nuestra sociedad y ese es un trofeo que no tiene precio. Hagamos la prueba, confío en usted.

Recordemos, un instante de cortesía puede ahorrarnos tragos amargos en la vía y en la vida.

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