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- 05/05/2025 00:00
La corrupción de la realidad empieza desde el momento en que un gobierno se convierte en la causa de los males que debería prevenir. Y cuando un gobierno —cualquiera que sea— no se contenta con mantener a sus gobernados en la ignorancia de sus actos, sino que busca hacerlos ignorantes de los mismos, estamos frente a una conducta que “no admite perdón por lo que hace a los modales, ni tiene justificación por lo que hace a la política”.
En su “biblia de los pobres”, como calificara G.G.H. Cole, la obra “Derechos del Hombre” de Thomas Paine, este nos indica que:
“El Gobierno no consiste en el contraste entre prisiones y palacios, entre pobreza y pompa; no se ha instituido para robar al necesitado su pitanza y empeorar la miseria de los miserables... Cuando se asignan un poder extraordinario a cualquier individuo de un gobierno, se convierte en el centro, en trono al cual se genera y se forma todo tipo de corrupción, Dad a cualquiera un millón al año, y añadid a eso el poder de crear y disponer de empleos a expensas del país, y las libertades de ese país ya no están a salvo. Eso que llaman el esplendor del trono no es sino la corrupción del Estado. Consiste en que una partida de parásitos viva en una indolencia lujosa a costa de los tributos públicos”.
En mi artículo anterior “La realidad de la corrupción” (La Estrella de Panamá, 28 de abril de 2025), señalaba cómo en los últimos años, los gobernantes han procurado evitar que se le preste una atención seria, responsable y crítica a la corrupción política para combatirla y, como también han logrado que muchos de los interesados en el imperio de la Ley y en una mejora del funcionamiento del sistema democrático no vean el peligro que representa la corrupción, calificada de “endémico en todas las formas de gobierno”.
Peter Euben destaca cómo el vocablo “corrupción”, de fuerte carga emotiva negativa, ha sido asimilado a decadencia, desintegración, degeneración o envilecimiento. Definir el concepto de corrupción, sobre todo cuando esta resulta funcional para el mantenimiento de un sistema político y para la política de los rectores del sistema, no deja de ser importante para entender tanto la realidad de la corrupción como la corrupción de la realidad. La obra “Political Corruption-A Handbook”, nos enseña en una conocida y útil clasificación, que son tres los modelos que agrupan las definiciones de corrupción.
El que pone el acento en los deberes del funcionario y en la singularización de la función pública. En aspectos concernientes a la demanda, la oferta y el intercambio de acciones corruptas, nociones estas que deberían ser interpretadas a la luz de la moderna teoría económica y el modelo que define la corrupción atendiendo al interés público.
Lo que nos interesa destacar es el caso de Panamá, cuya realidad de la corrupción cabe en todos y cada uno de los tres modelos, porque se ha producido una corrupción de la realidad. Ello está corroborado por la creciente falta de confianza de los ciudadanos en las decisiones gubernamentales (del pasado y actual gobierno) y al convencimiento que las mismas no están ni estarán guiadas por la honestidad y por la persecución del bienestar social.
Para la mayoría de los ciudadanos que se interesan en el estado actual del Estado, los gobernantes están tomando las decisiones atendiendo a intereses espurios. Hemos olvidado la reacción de la opinión pública durante los gobiernos pasados los últimos seis lustros...
La corrupción de la realidad es cada vez mayor. El comportamiento “leseferista” de los Gobiernos los distancian de cualquier tipo de compromiso social equitativo y cierra las puertas a una mayor posibilidad de participación política de los ciudadanos. Esa premeditada corrupción de la realidad —a la que se dedicaron tiempo completo— las principales autoridades del último Órgano Ejecutivo, con sus socios en sociedad asociada del Legislativo y Judicial, apadrinados por las cúpulas de las corporaciones políticas, nos lleva a olvidar que “es absolutamente necesario que se impongan límites estrictos sobre las grandes acumulaciones de riquezas y privilegios hereditarios. Que toda la dialéctica de la injusticia y de la corrupción comienza con esas desigualdades... Tomar la corrupción en serio es tomar la virtud cívica en serio, tomar la virtud cívica seriamente requiere no sólo una educación moral, sino también una participación sustantiva y una igualdad económica y política”.