• 06/08/2011 02:00

Respuesta creativa a la crisis

FILÓSOFO BUDISTA DEL JAPÓN DEDICADO A LA PROMOCIÓN DE LA PAZ MUNDIAL. PRESIDENTE DE LA SOKA GAKKAI INTERNACIONAL (SGI).

FILÓSOFO BUDISTA DEL JAPÓN DEDICADO A LA PROMOCIÓN DE LA PAZ MUNDIAL. PRESIDENTE DE LA SOKA GAKKAI INTERNACIONAL (SGI).

El espíritu humano posee una cualidad extraordinaria: la capacidad de albergar esperanza, incluso en la crisis más devastadora. La demostración palmaria de ese potencial para crear valor, por más trágicas que fueren las circunstancias, es la manera en que está respondiendo la gente ante la catástrofe sísmica que asoló el Japón el 11 de marzo de este año.

Tras el seísmo y el posterior tsunami, personas de todos los rincones del mundo expresaron a la población japonesa su solidaridad, aunándose a las tareas de rescate y colaborando con una cuantiosa ayuda humanitaria, tanto material como espiritual. Nuestro pueblo jamás olvidará dicha sinceridad. Tendremos presente —en cada instante del largo proceso de recuperación— nuestra deuda de gratitud hacia las personas del orbe entero que manifestaron su inconmensurable buena voluntad.

El historiador británico Arnold J. Toynbee es conocido, entre otras cosas, por su teoría de la relación entre el desafío y la respuesta, según la cual, una civilización crece y prospera cuando logra responder exitosamente a retos sucesivos. Sin la menor duda, la Humanidad deberá afrontar interminables desafíos a lo largo de la historia.

El pueblo japonés debe buscar la forma de levantarse y remontar los más complejos problemas generados por aquella catástrofe telúrica sin precedentes. Cuanto más grandes sean los desafíos que surjan, tanto más debemos manifestar el potencial para avanzar con perseverancia y hallar respuestas creativas, que contribuyan al caudal de sabiduría del género humano.

El éxito de esa empresa recae en la construcción de comunidades humanas de fortaleza invulnerable.

Muchas personas sobrevivieron asombrosamente al desastre, gracias a la ayuda mutua que se brindaron entre vecinos. Y, en los días y semanas posteriores al siniestro, cuando las infraestructuras básicas de comunicación, electricidad, agua y gas no funcionaban, fueron las plataformas vecinales y los vínculos de apoyo entre conciudadanos los que proporcionaron los medios de subsistencia.

Conozco el caso de innumerables damnificados, que pese a haber perdido a sus propios seres queridos, sus hogares y sus medios de sustento, se dedicaron noblemente a ayudar a otros y a trabajar por la recuperación de su terruño, compartiendo cuanto exiguo recurso poseían y poniendo toda su energía en la asistencia a los demás. Uno se siente invadido de emoción y admiración ante el esplendor de esa humanidad, que brilla a través de momentos de crisis como esos.

Hemos visto tales actos de cooperación desinteresada en los centros comunitarios de la Soka Gakkai de las regiones afectadas, que abrimos para albergar a los evacuados inmediatamente después del seísmo. Apenas ocurrido el desastre, pese a que la red vial que unía las zonas devastadas con Tokio se vio severamente interrumpida, nuestros voluntarios de Niigata, en la costa Noroeste, lograron acudir con elementos de auxilio buscando una serie de rutas alternativas. Tales voluntarios habían sufrido terremotos de gran magnitud en 2004 y en 2007, por lo que comprendían el dolor y las necesidades de los sobrevivientes. Durante toda la noche, prepararon provisiones y elementos esenciales, como agua potable, bolas de arroz y otros alimentos de emergencia; generadores eléctricos, combustible y baños portátiles, y lograron entregar todo en el menor tiempo posible. Me dijeron que los había impulsado la gratitud por la ayuda recibida en la época de los sismos de Niigata: ‘Fue tanta la gente que nos ayudó, que ahora nos toca a nosotros hacer todo lo que podamos’.

El sufrimiento provocado por un terremoto es atroz. Pero cualquiera haya sido el lugar donde se produjeron esas tragedias —el terremoto de Sumatra y el maremoto en el Océano Índico, en 2004; el sismo de Sichuan en la China, en 2008; el de Haití, en 2010, y otros— siempre emergió allí la solidaridad, la valentía y el altruismo de ciudadanos dispuestos a actuar en conjunto para ayudarse mutuamente. Tal conducta, y el corazón que la motiva, son ejemplares. Sé que no soy el único que ve en ello el bien más genuino de nuestra Humanidad.

Desde luego, las operaciones de asistencia gestionadas por las autoridades son centrales e indispensables en las tareas de rescate y de reconstrucción. Pero, al mismo tiempo, ha quedado documentado que es la cooperación entre los integrantes de cada comunidad la que puede brindar una mano salvadora a quienes han sufrido el impacto de los desastres y han quedado sometidos a condiciones de suma vulnerabilidad.

El aliento y la consideración son factores que acrecientan su importancia en la fase de reconstrucción. La red de ciudadanos particulares, que día tras día interaccionan cuidándose y alentándose mutuamente, desempeña un papel fundamental en dicho proceso. En tal sentido, las asociaciones comunitarias son imprescindibles para lograr la clase de seguridad humana que nada puede quebrantar, ni siquiera la calamidad más extrema.

Nuestra respuesta a los trágicos desastres debe ser la de extraer a partir de ellos un valor imperecedero. Por un lado, eso significa que debemos reflexionar profundamente sobre el significado de la felicidad auténtica. Al mismo tiempo, debemos examinar nuestra visión del futuro de la Humanidad, sobre todo, la delicada cuestión de la política energética.

Así como el desastre de Chernobyl de 1986 llamó a la reflexión, el siniestro de la central nuclear de Fukushima está ejerciendo un enorme impacto en la opinión del colectivo mundial.

Aunque la opción que adopte cada nación va a ser diferente una de la otra, no cabe la menor duda de que las elecciones que se hagan engendrarán una nueva corriente en la historia, como la urgente transición hacia nuevas fuentes de energía renovable y el desarrollo de tecnologías más eficientes que promuevan el ahorro de la energía y los recursos.

La creación de una sociedad sostenible exigirá una mirada sobre el mundo que sea capaz de poner freno a los excesos de la codicia y de transformar sabiamente esos impulsos hacia propósitos más elevados.

Espero que seamos capaces de encontrar una respuesta que congregue toda la sabiduría humana para que podamos recuperar nuestros medios de vida, nuestra sociedad, nuestra civilización y, como puntal de todo ello, podamos reconstruir firmemente el corazón humano.

SGI/IPS

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