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- 18/05/2025 01:00
Crisis en la CSS: Espejo de un país (parte II) Reeducar para sanar

La crisis de la Caja de Seguro Social (CSS) no es únicamente un problema financiero ni administrativo. Lo que estamos presenciando es el colapso visible de un sistema profundamente marcado por la ausencia de una educación formativa, informativa, inclusiva y transformadora. Es el resultado de décadas en las que el conocimiento fue reducido a la memorización de fórmulas, la obediencia fue premiada por encima del pensamiento crítico, y la repetición mecánica fue confundida con excelencia académica. Lo que hemos sembrado en el aula se cosecha hoy en las instituciones públicas: funcionarios que conocen procedimientos, pero desconocen el sentido profundo de servir al bien común.
Un modelo educativo centrado en la repetición mecánica, en premiar la obediencia y castigar la duda o el pensamiento crítico, no puede formar líderes capaces de responder con sensibilidad, integridad y compromiso. La raíz de la crisis está en un sistema que forma técnicos sin alma, funcionarios sin conciencia social y profesionales que conocen la ley, pero no comprenden al ser humano.
En una educación donde se enseña a aplicar normas, fórmulas y a memorizar, se ha dejado de lado la formación en habilidades humanas: la empatía, la resiliencia, la ética aplicada y la escucha activa. No se trata de restar valor al conocimiento técnico, sino de integrar la dimensión emocional como parte esencial de una formación profesional verdaderamente completa. La desconexión entre lo técnico y lo humano ha generado generaciones de profesionales que, aunque preparados para ejecutar tareas, no están preparados para comprender, acompañar ni transformar realidades humanas.
Hoy es más urgente que nunca repensar el rol de la educación como la principal herramienta de prevención, transformación y justicia social. No podemos seguir educando bajo modelos del siglo XIX cuando los desafíos actuales requieren habilidades del siglo XXI. Hablamos de pensamiento crítico, colaboración, gestión emocional, comunicación efectiva, integridad pública y sentido ético del poder. Estas no son materias opcionales. Son pilares fundamentales de cualquier sociedad que aspire a tener instituciones fuertes, eficientes y humanas.
La educación del futuro no puede seguir produciendo profesionales con títulos, pero sin vocación. Necesitamos médicos que entiendan el dolor humano, abogados que defiendan la justicia más allá de los tecnicismos, ingenieros que trabajen con responsabilidad social y servidores públicos que comprendan que su autoridad emana del respeto, no del poder. La vocación de servicio no se improvisa: se cultiva desde la infancia, se refuerza en la juventud y se confirma con el ejemplo.
Por eso, cuando hablamos de reeducar para sanar, no nos referimos únicamente a cambiar pénsum o actualizar contenidos. Reeducar implica un proceso profundo, estructural y humano: transformar el aula en un espacio de reflexión, diálogo, valores y comprensión. Significa capacitar a docentes no solo en su materia, sino también en su capacidad para inspirar, conectar y construir ciudadanía. Cada maestro y cada escuela tienen en sus manos la posibilidad de reconstruir la dignidad colectiva de un país.
Además, debemos reconocer que la crisis no solo se origina en lo que enseñamos, sino en lo que dejamos de enseñar. Si no hablamos de ética, de respeto, de servicio, de cooperación y responsabilidad, dejamos vacíos que fácilmente son ocupados por el egoísmo, la indiferencia y la corrupción. La verdadera reforma educativa no empieza en las leyes ni en los escritorios: empieza en la voluntad firme de formar seres humanos conscientes y comprometidos con el bien común.
El primer paso para esta transformación debe ser la transparencia total en el proceso educativo. Desde el nombramiento de autoridades hasta la ejecución de presupuestos, todo debe estar sujeto a rendición de cuentas, evaluación de resultados y participación activa de la sociedad civil. Solo así construiremos líderes con autoridad moral para inspirar al pueblo y profesionales que entiendan que el verdadero éxito no es acumular poder, sino ponerlo al servicio de los demás.
Este es el llamado urgente a transformar nuestra forma de enseñar y de aprender. No por moda, ni por presión internacional, sino por convicción ética y sentido de responsabilidad histórica. Sanar la CSS —y muchas otras instituciones— requiere más que auditorías o reformas administrativas. Requiere ciudadanos con valores, con criterio, con responsabilidad y con humanidad. Y eso solo se logra con una educación que forme personas, no solo empleados. Esto es patriotismo educativo.