• 16/05/2023 00:00

'Como cucaracha en baile de gallinas'

“Unir Panamá y David por tren no es una idea reciente. Hace cien años, los expresidentes Pablo Arosemena y Belisario Porras tuvieron la visión. ¿Aprovecharemos esa oportunidad, [...]?”

En unos días cumpliremos seis años de relaciones diplomáticas con China. Ese país y Estados Unidos están en guerra comercial y junto a ambos somos “como una cucaracha en baile de gallinas”. El refrán nos calza de maravilla. Antes de seguir, revisemos un poquito de historia.

En 1945 Estados Unidos ganó la Segunda Guerra Mundial y como primera economía del planeta, remachó el dólar como moneda dominante y se arraigó con 750 bases militares en 80 países. También funde nuestras mentes con un arma invisible: el “soft power”, que transforma la opinión pública moldeándonos con influencia cultural.

En 1979 China establece un modelo inédito, al inventar un Estado socialista con economía de mercado, dirigido por un partido comunista. El arquitecto de las reformas, Deng Xiaoping, dijo que “(...) no importa que el gato sea negro o blanco; importa que cace ratones”. ¡Ni maullar! Así, con ese pragmatismo, son desde 2010 la segunda economía mundial.

En 2017 Trump aseveró que China aplicaba a su país prácticas comerciales injustas en asuntos de tecnología y propiedad intelectual. El expresidente fijó aranceles a 800 productos chinos, entre los cuales estaban televisores y equipo médico. China reaccionó del mismo modo contra 500 productos estadounidenses, entre los cuales estaban carne, mariscos y lácteos.

También en 2017, representando al expresidente Juan Carlos Varela, Isabel de Saint Malo estableció relaciones diplomáticas con China. La excanciller tuvo éxito donde otros fracasaron. Ernesto Pérez Balladares falló en viaje a Beijing en 1994. A Martín Torrijos le ocurrió lo mismo mediante sus representantes (Jorge Ritter Domingo y Jaime Arias Calderón), en viaje a Madrid en 2005.

Mientras estrechaba la mano de su homólogo Wang Yi, de Saint Malo dijo: “somos puente entre China y América Latina”. ¿Estados Unidos aprueba ese rol? Hay cuatro señales de desaprobación.

La primera, en octubre de 2018, fue la visita del secretario de Estado, Mike Pompeo. Amenazó a Varela: “mantén los ojos muy abiertos en los negocios con China”.

La segunda, en junio de 2019, ocurrió apenas toma posesión de la Presidencia Laurentino Cortizo. Fanático ardiente del fútbol americano, graduado en Texas y casado con puertorriqueña, Nito es totalmente anglófilo. Suspende las rondas de negociación del TLC con China, congelando los avances de cinco rondas previas lideradas por Alberto Alemán Arias.

Luego, la tercera, en octubre de 2019, cuando el subsecretario de Estado, Michael Kozak, inaugura el proyecto eléctrico AES Colón, primera planta de generación de energía a base de gas natural. Una simpática y poderosa foto de este, la encargada de la embajada, Roxanne Cabral, y del empresario Stanley Motta en un recorrido juntitos en un carro de golf, resume el nuevo sentimiento sinófobo.

Por último, en noviembre de 2022, Cortizo, acompañado por la nueva embajadora de Estados Unidos, Maricarmen Aponte, supervisa otro proyecto de AES, pero pendiente de conclusión y ubicado en Gatún. Ella recalcó: “AES es el mayor inversionista estadounidense en Panamá, con 2.7 mil millones de dólares invertidos en el sector de energía limpia y renovable”. La embajadora –dueña de una estamina admirable e imparable– evidenció la postura gringa de contener a China.

Nuestros amigos asiáticos nos seducen proponiendo un tren. Sería una pieza clave de un proyecto llamado Ruta de la Seda 2.0, versión nueva de la que funcionó entre 130 a. C. y 1453 d. C.

Dicho tren tendría 22 estaciones recorriendo unos 400 kilómetros, desde Ciudad del Futuro en Panamá Oeste hasta David, Chiriquí. A 185 kilómetros por hora, sería una herramienta veloz de conectividad, coherente con nuestra Estrategia Logística 2030, consensuada hace años entre el Gobierno, el sector privado, la CAF y el Banco Mundial.

Existen detractores y entusiastas. Entre los argumentos a favor está que mejoraría la logística nacional, pues en 2025 nuestro canal alcanzará su tope de capacidad diaria, con 14 embarcaciones neopanamax y 40 panamax. Lamentablemente, desde 2026 dicho tope hará rentables dos opciones regionales de interconexión que capturarán carga que no pueda pasar por aquí: el canal de Tehuantepec en México y el canal seco del golfo de Urabá en Colombia.

Otro argumento a favor es que el área de la región interoceánica –de Pacora a Capira y de Colón a ciudad de Panamá– ocupa 20 % del país, genera 85 % del PIB y sustenta 60 % de la población.

Esa realidad geográfica explica la existencia de nuestra pobreza rural que puede mitigarse con cuatro efectos favorables del tren: reducir la desigualdad, fomentar agroexportaciones, emplear a 6000 personas durante 6 años y a 2000 desde la inauguración.

Con la obra se transportaría pasajeros y carga. Algunos dicen que no hay suficientes pasajeros para ocuparlo con rentabilidad. Otros señalan que mover carga –actividad que realizan transportistas en camiones– no será viable políticamente, a menos que se los indemnice por sacarlos o se los convierta en socios.

Se ha criticado el elevado costo de la obra. Debo señalar que es normal que los ferrocarriles no sean viables financieramente, pues su función es proveer un valor social gigantesco.

Unir Panamá y David por tren no es una idea reciente. Hace cien años, los expresidentes Pablo Arosemena y Belisario Porras tuvieron la visión. ¿Aprovecharemos esa oportunidad, aunque dos potencias se enfrenten a picotazos? ¿Tenemos un líder con experiencia y valentía para realizar esa meta?

Consultor
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