• 15/08/2020 00:00

Culto a la ignorancia

Vivimos épocas muy extrañas. Son tiempos en los cuales las personas se escandalizan por trivialidades como el cotilleo que generen las redes sociales en torno a la vida de un personaje famoso.

Vivimos épocas muy extrañas. Son tiempos en los cuales las personas se escandalizan por trivialidades como el cotilleo que generen las redes sociales en torno a la vida de un personaje famoso. Esa misma gente, capaz de opinar con la certeza de un conocedor de toda materia, parece completamente desconectada de su realidad inmediata, aquello que afecta el país en el que residen. Se mantienen impertérritos ante los más crueles asesinatos, pero viven en carne propia la tragedia de aquel actor al que “le pusieron el cuerno”, denotando una desconexión entre la realidad y su manera de pensar que es realmente preocupante. Son muchos.

A simple vista, se podría interpretar esta condición como aquella de un grupo social y económicamente distanciado de la ciudadanía, pero no: se trata de aquellos que viven con alguna holgura económica. Mientras el país se ve sumido en la opacidad de la incertidumbre, ellos salen bailando en redes sociales, en un manifiesto tan descerebrado como insensible hacia el resto de la población. ¿Cómo puede alguien que hace alarde de un coeficiente intelectual lamentable vivir económicamente cómodo? Algo no cuadra en esta ecuación.

Si hurgamos un poquito en el siglo pasado, veremos que no se trata de una condición novedosa. Isaac Asimov llamó al fenómeno por el cual personas mediocres terminan llevando las riendas de la sociedad como “antiintelectualismo”, palabra peyorativa, pero atinadísima. Decía Asimov, por allá por 1980, que la constante cultural y política en nuestra historia, impulsada por un concepto equivocado de la democracia, y que hoy vemos por todos lados, consistía en aseverar que “mi ignorancia es tan válida como tú conocimiento”. Siendo Asimov un genio, es probable que imaginara la sociedad actual, aunque creo que hasta él estaría sorprendido de la razón que tenía.

Conferencistas que no saben leer, músicos que no tocan instrumento alguno, consejeros económicos sin estudios en economía, y así un pintoresco grupo de sabelotodos dominan las redes sociales y que se despiertan día a día a seguir regando su jardín de desconocimiento. Bien reza el refrán: “nada más peligroso que un idiota con criterio”.

El “antiintelectualismo” es lo contrario al mérito.

Mientras algunos dedican años de su vida a entrenar sus mentes, nutriéndolas con conocimientos y en la espera de que ese esfuerzo no solo se vea recompensado después con un buen trabajo, sino con el orgullo de poner sus habilidades al servicio de su país y de la humanidad, es a otros a los que les llegan los beneficios. A otros cuya única habilidad parece ser no sentir vergüenza de hacer el ridículo, los cubren de regalías. Esta tendencia se repite en cada administración. ¡Hemos tenido ministros con apenas un bachillerato en su currículum!

Luego, no entendemos por qué nos va como nos va.

El culto a la ignorancia sigue vivo hoy, y con más fuerza que nunca en esta crisis sanitaria. Hemos visto cómo se eliminó un equipo técnico de científicos y se colocó en su lugar a un grupo de copartidarios. Escuchamos hace unos meses a una asociación de empresarios decir que era necesario importar profesionales extranjeros para suplir la demanda de mano de obra calificada, pues los nacionales eran insuficientes. Hoy, no hay trabajo para nadie. ¿Se imaginan qué habría sucedido si se les permitía salirse con la suya?

Vemos en plena pandemia cómo se intenta desoír un fallo de la Corte Suprema de Justicia (CSJ), que avala la Resolución N° 347 del 20 de febrero de 1998 de la Junta Técnica de Ingeniería y Arquitectura, a sabiendas de que las sentencias de la CSJ son finales, definitivas y de obligatorio acatamiento.

Este desacato es una puñalada por la espalda al pacto de caballeros entre los colegios que conforman la Sociedad Panameña de Ingenieros y Arquitectos, y resulta llamativo que el nombre del mismo profesional agremiado aparezca en cada intento frustrado de desoír la mencionada resolución, buscando nuevamente lograr el oscuro objetivo de control de un instituto poderoso y con intereses privados, sin importarles la afrenta que cometen contra una profesión aliada. Beneficios para algunos, por encima de los méritos de todos.

Según Asimov, la cura para el “antiintelectualismo” ha sido siempre la misma: cultura y educación. Una vez se educa al individuo, su atracción por la cultura es inevitable. Lo estimula como una luz en la sombra, despertando una cualidad que está casi perdida en estos aciagos momentos, y que es la prueba sumaria de la inteligencia en los seres: la curiosidad por comprender, por tener algún conocimiento, incluso incipiente, de aquello que nos rodea.

La búsqueda del conocimiento escasea actualmente, mientras nos atiborran aquellos que sugieren que no confiemos en los expertos, pues el internet lo sabe todo, y ya no hay nada más que crear.  De la mano de esos últimos es que se crean los rebaños que siguen a cualquier flautista, y lo siguen hacia el fin que sea, aun si este no sabe tocar la flauta. Y así nos va.

Dios nos guíe.

Ingeniero civil, miembro de SPIA-COICI, Seccional Azuero e inspector de la JTIA.
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