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- 14/06/2023 00:00
Decadencia del discurso, y de la democracia
Desde hace bastantes años, los ciudadanos, en muchas partes del planeta, se vienen alejando de la política. Cada día pierden más el interés y se involucran menos; ni siquiera participan en los debates públicos sobre los temas de su interés cotidiano.
El estudio de Latinobarómetro, en su edición del 2021, ya reflejaba cifras preocupantes; hecho que debió llamar la atención de los líderes en la región, generando, fundamentalmente, cambios drásticos en la manera de actuar, conducirse y gobernar. Por ejemplo, solo el 50 % de los ciudadanos de la región respalda la democracia; al 51 % no le importaría que un Gobierno “no democrático” llegara al poder, el 31 % respaldaría a un Gobierno militar, y desde 2013 viene subiendo la insatisfacción con las democracias, del 51 % al 70 % en 2020.
Añade ese informe conclusiones preocupantes. La primera: “La democracia en América Latina esta mediada por la experiencia de estas tres décadas de desempeño de las elites y un juicio categórico de deficiencias de parte del pueblo. Lo que existe, según los ciudadanos, no es lo que se conoce como una democracia plena. Lo que se rechaza es la democracia en ejercicio, que en rigor no es tal”.
La segunda, quizás como consecuencia de esa conclusión anterior, sumado a la decadencia del discurso, los liderazgos populistas surgen, ganando cada vez más espacio político en nuestros países, pues los ciudadanos en la búsqueda de opciones anteponen el presente sin importar las consecuencias para el futuro.
A raíz del fallecimiento de Silvio Berlusconi, quien fuera primer ministro de Italia entre 1994 y 1995 y luego entre 2001 y 2006, más tarde entre 2008 y 2011, un buen amigo me envió las diez frases más escandalosas entre el machismo, la homofobia y el fascismo.
Una de ellas, “Es un culazo mantecoso infollable”, en una conversación frente a la prensa, sobre la canciller alemana, Angela Merkel. Otra imperdonable, “¿Puedo palpar un poco a la señora?”, sobre una enfermera de la Cruz Roja, tras visitar un terremoto en Italia.
Resulta que, de este lado del Atlántico también tenemos gobernantes con una verborrea chabacana, que en nada contribuye con el adecentamiento de la política, y por supuesto, debilita aún más a las democracias.
Por ejemplo, en Brasil, durante un debate televisado entre Lula y Bolsonaro, este último dijo: “Usted se metió el dinero en el trasero y lo repartió con los amigos”, y Lula llamó a Bolsonaro “pequeño dictadorcito”, “mentiroso” y “caradura”.
En México, el presidente López Obrador con frecuencia se refiere a sus críticos como “enemigos del pueblo” o los tilda de hipócritas, racistas, clasistas, corruptos, déspotas, rateros, deshonestos, entre otros epítetos; con el agravante de que muestra públicamente información personal -documentos fiscales, propiedades, fotos, videos- para revelar sus ingresos e insinuar que fueron adquiridos de forma deshonesta.
En Nicaragua, el dúo dictatorial de Ortega y Murillo pregona que el odio enferma, pero se refieren a los opositores como “hijos de perra” de los imperialistas yanquis, traidores a la patria, sinvergüenzas, entre otros calificativos.
Quizás uno de los gobernantes con el vocabulario más soez sea Nicolás Maduro, quien se refiere a quienes se le oponen o critican, como: arrastrados, arrodillados al imperio, imbéciles, payasos, neonazis, neofascistas, locos, farsantes, por nombrar algunos adjetivos que usa con frecuencia.
Otro de los estigmatizadores de sus oponentes es Donald Trump, quien en sus discursos en muchas ocasiones agrede u ofende a personas con adjetivos como criminales, violadores, tontos, estúpidos, ignorantes, corruptos, entre otros.
Entonces, ante la ineficiencia e inoperancia de esta clase de gobernantes para resolver problemas a la sociedad, para satisfacer sus necesidades y requerimientos, el uso de estos discursos decadentes, estigmatizantes, agresores y divisionistas, logran encontrar cabida y resonancia, lo que viene a agravar aún más las ya debilitadas democracias, haciéndolas, también, decadentes e inoperantes.
La decadencia del discurso y de la política existe porque los ciudadanos lo han permitido, pero en sus manos y en sus decisiones está el poder de revertir esa situación, y fundamentalmente las nuevas generaciones, que son las que más se apartan de la política, deberían entender que, a la vuelta de la esquina, les corresponderá asumir el liderazgo de sus ciudades, municipios, y sus países, razón por la cual deberían comenzar a acercarse e involucrarse en la política, participar de manera directa y activa en las discusiones públicas, incidir en la toma de decisiones de los gobernantes y hacer contraloría social. Es la única esperanza para la democracia.