• 30/05/2025 01:00

Decidido apoyo a la creación literaria en ‘La Estrella de Panamá’

La primera versión de La Estrella de Panamá, según Google, inicialmente fue una sección en español de un diario en inglés llamado The Panamá Star, fundado el 24 de febrero de 1849. Pero La Estrella de Panamá empezó a publicarse como lo conocemos hoy el 1 de febrero de 1853. Entre sus temas alusivos a noticias y acontecimientos, siempre han estado, de un modo u otro, los avatares de la buena literatura escrita por nuestros mejores autores. Basta repasar los archivos hemerográficos nacionales para constatarlo. Así, nuestros grandes escritores de finales del siglo XIX y principios del XX, tales como Darío Herrera, Ricardo Miró, Guillermo Andreve y Gaspar Octavio Hernández, entre otros, publicaban ya en este periódico.

Visto desde la perspectiva del siglo XXI, resulta grato y estimulante que este longevo periódico nacional haya seguido publicando no sólo información calificada y muy bien ponderada en torno a diversos eventos literarios, tales como la presentación de nuevos libros, mesas redondas, premios, talleres literarios, antologías, conversatorios y entrevistas con escritores, críticos y editores, sino que además esté dando cabida, como en otras épocas de su larga historia, a artículos de opinión ligados al cultivo de las letras —como lo es este—, relativo a la creatividad literaria, sus manifestaciones y los nexos existentes con el desarrollo humano en Panamá.

El ímpetu, por ejemplo, con el que en lo que va del presente siglo van apareciendo en nuestro país talentosas mujeres cuentistas, en alto número y variedad es, sin duda, uno de los temas que en este periódico ha tenido auspiciosa cabida más de una vez. Recuerdo que una clara muestra de ello fue la cobertura dada a la publicación en 2021 de una importante antología en la que reúno muestras del quehacer cuentístico de narradoras de cinco generaciones: “Ofertorio: Secuencias y consecuencias (Mujeres cuentistas del siglo XXI)”, una selección con prólogo de mi autoría.

Evidentemente, existe una sensibilidad particular entre los directivos del periódico, quienes comprenden la necesidad de que todo el contenido intelectual en un medio de difusión con la antigüedad de este, no esté orientando de forma exclusiva hacia la realidad política y social de Panamá y del mundo, sino que también se dé cabida a las múltiples manifestaciones de la cultura, una de cuyas vertientes ha sido, desde siempre, la creación literaria.

Y es que los escritores —novelistas, cuentistas, poetas, dramaturgos, ensayistas— nos dedicamos a escudriñar la realidad a través de la experiencia, la observación, la imaginación y el lenguaje más idóneo para expresarla en obras que pretenden ser leídas y decodificadas por lectores inteligentes y sensibles pero, obviamente, para que ello ocurra debe darse la debida difusión, preferiblemente por especialistas que sepan explicar sus virtudes intrínsecas y también sus nexos con la realidad.

Así, ocurre que cuando las fuerzas creativas se desatan en un autor al momento de crear, es perfectamente factible que mediante el movimiento concertado de sus dedos desplazándose súbita y febrilmente sobre el teclado, la imaginación no solamente sea la consabida ‘loca de la casa’, sino que, literalmente, se convierta en toda una gran casa enloquecida. Una casa se entiende, concebida como mundo propio, único, intransferible, henchido de sí mismo. Y ese mundo puede ser, entre otras cosas, un retrato hablado (o sugerido) de la realidad nacional o de la que ocurre en otros ámbitos, como también la del alma misma de quien se vale del lenguaje para expresar sus más sentidas cuitas. Piénsese en la espléndida labor de grandes poetas nacionales como Amelia Denis de Icaza, José Guillermo Ros-Zanet, Stella Sierra, José Franco, Esther María Osses, Ricardo J. Bermúdez, Diana Morán, Tobías Díaz Blaitry, Elsie Alvarado de Ricord, Roberto Luzcando y Manuel Orestes Nieto, entre otros.

Y es que a veces es tal el ímpetu emocional capaz de crear imágenes con la magia de las palabras, o el desparpajo intelectual que nos guía al irles dando vida como si fuéramos auténticos magos o posesos a través de quienes ‘alguien’ o ‘algo’ dictara la articulación precisa de situaciones, atmósferas y personajes muy particulares que poco a poco cobran vida en el texto, que sólo entonces el narrador o poeta que somos, seducido desde adentro, acepta el reto de manifestarse por completo en torno a ese mundo íntimo súbitamente desatado; el reto de compartirlo tarde o temprano con los lectores, receptores finales de aquellas interpretaciones... Sin escatimar palabras en ese primer rapto de creatividad extrema, el creador termina “tirando la casa por la ventana”. Lo cual supone darle rienda suelta a los impulsos creativos sin medir límites ni ponderar prejuicios ni cortapisa alguna.

Todo esto implica, qué duda cabe, un fuerte grado de intuición, de automatismo, incluso de sana improvisación, cuya única rienda es la natural fluidez que caracteriza a la buena escritura. Un lenguaje, por cierto, que consciente o inconscientemente se mantiene en secreta sintonía con el ser interior; con la vivencia íntima, con deseos y fobias, y a ratos, con los recuerdos enterrados que de pronto afloran, anticipando situaciones reales o inverosímiles que su arte hace posibles... En ese sentido, la realidad externa, los problemas sociales, incluso los de orden político, podrían sentirse aludidos.

Ya después, en un segundo momento, cuando la calma se instala en el ánimo de quien crea, solo entonces se revisa, se pule, se reescribe en busca de la mayor perfección posible. La obra que finalmente resulta cuando hay talento, disciplina y autocrítica, sin duda contribuye a sensibilizar a los lectores, a expandir los resortes de su imaginación y a invitarlo a compartir o a disentir de la visión de mundo del autor. Es decir: los buenos lectores terminan siendo los beneficiarios finales de aquel innato talento.

*El autor escritor, profesor jubilado, promotor cultural y editor
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