• 29/03/2023 00:00

En defensa de la comedia

“[...] nuestro goce con respecto al sufrimiento, solo se ha vuelto más sofisticado, pero no ha desaparecido en lo absoluto”

El sufrimiento ha sido la mejor herramienta de la mnemotécnica (la técnica de la memoria); esto podría parecernos chocante, pero se trata de un postulado interesante dentro del segundo tratado de la Genealogía de la moral, del filósofo alemán Friedrich Nietzsche. Para ejemplificar esto con un caso más cercano a nuestra cotidianeidad, podemos remitirnos a cuando la figura paternal utiliza el castigo para imprimir en la memoria del infante una norma que no debe ser violentada; y suele funcionar. Este uso del dolor por parte de la figura paterna, sobre el cual aún no existe mucho sobresalto, sería un eco de aquella violencia brutal que tuvo lugar en un pasado remoto y que permitió sentar las bases de la convivencia social.

Es decir, con el paso del tiempo, el dolor habría permitido la convivencia de los miembros individuales dentro de la polis, llegando a transformarse en cultura: un grupo de ideas fijas. Ahora bien, el sentido de toda cultura, según el filósofo alemán (algo que también recuerda a la obra de Sigmund Freud), consistiría en transformar al animal de rapiña (ese brutal hombre antiguo), en un animal manso y civilizado (el hombre moderno). No obstante, tanto Nietzsche como Freud, detectan que algo se ha perdido en el proceso de dicho avance.

Nietzsche recuerda que esa crueldad depositada sobre quien había incumplido la norma (o la promesa) era vivida en el pasado como una fiesta, un momento alegre; es decir, era un espectáculo festivo. Para ello también podemos traer a colación los casos que expone el filósofo francés Michel Foucalt en su conocida obra Vigilar y castigar. De modo que, las terribles imágenes y procesos empleados para ello servirían para imprimir con fuerza un mensaje en la memoria colectiva. La cuestión es que este gusto por el espectáculo de coliseo ha dejado de ser necesario; pero no por ello ha desaparecido, más bien, se ha transformado en mecanismos mucho más sutiles, con lo cual se anula esa característica tosca, atroz, salvaje y brutal de épocas pasadas.

Quizás no podríamos imaginar que tal cosa existiera en algo tan liviano como la comedia, pero está claro que este no es el caso, en tanto que es posible observar en este género dramático un ingenioso gusto por todo lo irónico y cargado de alguna forma de sufrimiento. Piénsese al respecto en uno de los estilos de comedia más conocidos: el “Slapstick”. ¿En qué consiste? Las bromas suelen girar en torno al dolor físico experimentado por sus protagónicos y ello produce goce en el público, para ejemplo tenemos desde clásicos (los cortos Chaplin, el seriado de los tres chiflados, el Chavo del ocho, etc.) hasta más actuales (series animadas como Ren & Stimpy, entre muchas otras).

De modo que, como ya se indicó, nuestro goce con respecto al sufrimiento, solo se ha vuelto más sofisticado, pero no ha desaparecido en lo absoluto. Y quizás sea precisamente este grado de sofisticación uno de los baluartes que más deberíamos defender, pues allí encontramos una cierta catarsis (recordando la poética de Aristóteles) que ya no podemos hallar en otros ámbitos de nuestra experiencia vital.

Considero, entonces, que el peligro de acabar con este tipo de recintos, implica cercenar una de las pocas fuentes que son capaces de satisfacer ese antiguo instinto y frenar a su vez el hastío vital que padecen nuestras sociedades contemporáneas. Lo anterior no implica que la comedia deba ser inmunizada o resguardada de toda crítica, todo lo contrario, la misma se enriquece con esta. Ahora, ese hastío vital no se resuelve solo con carcajadas; tiene un mayor peso la posibilidad de generar una profunda revitalización de nuestras instituciones “democráticas” y con ello que sean capaces de responder a las demandas más apremiantes, no obstante, esta discusión quedará para otro artículo.

Profesor de la Universidad de Panamá.
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