• 29/04/2021 00:00

La desforestación y la tradición

“Son los descendientes de esos hombres que forjaron la provincia […], quienes van heredando estas tierras, a quienes les corresponde la reingeniería que necesitamos en el tema agropecuario y de la reforestación”

Carlos Fuentes, periodista y escritor mexicano, fallecido en el año 2012, sostenía: “Para crear, debes ser consciente de las tradiciones, pero para mantener las tradiciones, debes crear algo nuevo”.

Para opinar sobre un tema tan álgido como es la desforestación o deforestación en la provincia de Los Santos, debemos tener claro que esta pujante provincia, en ninguna época fue selvática, pertenece a las llamadas “llanuras del sur”, pero poseedora de pequeños “bosques” o montes que poco a poco fueron mermando, producto de la tradición campesina de “zocolar” y “arribar” o derribar estos montes a “punta de jacha”, para sembrar y cosechar.

Hay quienes sostienen que la escasez de árboles y la aridez en las tierras santeñas, se ha vuelto tan común por la falta de cultura de su gente. En gran parte es cierto, pues los conquistadores dejaron huellas inculcando a nuestros campesinos que, para lograr siembras prósperas, había que derribar los montes, abrir “rayo” para no perjudicar al vecino colindante, limpiar y quemar los residuos de la “rosa” o el área designada y una vez llegaran las lluvias, se procedía a sembrar.

El proceso de limpiar, quemar y volver a sembrar se realizaba tantas veces como fuera posible, hasta que la tierra fuera productiva y no se “cansara”. Esta tierra, convertida en rastrojo, se dejaba “descansar” por años, hasta que nuevamente, ya recuperada, se considerara óptima para sembrarla nuevamente; pero la chispa de la ganadería llenó de entusiasmo a nuestros campesinos y aquellas tierras dedicadas a las siembras, a la labranza, se fueron utilizando para pastorear el “ganado criollo”; más tarde, apareció la faragua y la raza de ganado Cebú.

Este entusiasmo, se propagó como la misma faragua o jaragua (Hyparrhenia rufa), gramínea de la familia de las poáceas, que muy pronto se propagó como la candela, por todos los rincones de la provincia santeña. Así, de esta manera, se fueron desprotegiendo los cauces de las quebradas, ríos y el nuevo ganado sufría las inclemencias del tiempo. Se estimaba muy poca, cualquier cantidad de tierra para la cría de más ganado; en otras palabras, este tema se le salió de las manos al santeño.

El campesino de la región del Canajagua hoy día tiene claro que, “donde hay selva no hay producción”. Así lo han demostrado las migraciones a otras provincias como Darién, Colón, parte de Bocas del Toro y Coclé, donde los santeños han contribuido a colocar estas provincias en el “mapa agropecuario” nacional; pero desde luego, esto no es suficiente para justificar la desforestación desmedida.

La desforestación o deforestación es el proceso mediante el cual la tierra pierde sus “bosques” o montes, en manos del machete o del hacha del hombre. Por este hecho, en gran medida, en la región santeña escasean los árboles y la tierra se ha vuelto árida.

Es bueno revisar qué han hecho la educación y algunos Gobiernos al respecto de preservar la tradición agrícola y ganadera de esta región, que sigue siendo productiva; en el entendido de que no es fácil convencer sin pruebas reales a un campesino agricultor que ha cultivado su tierra y criado su ganado como le enseñaron su padre y su abuelo. ¿Cómo cambiar sus estrategias que por “tradición” mantiene?

Son los descendientes de esos hombres que forjaron la provincia con sudor, esfuerzo y lágrimas, quienes van heredando estas tierras, a quienes les corresponde la reingeniería que necesitamos en el tema agropecuario y de la reforestación.

Así, comenzamos a ver, cómo los jóvenes, muchos de ellos preparados académicamente, están convenciendo a sus padres y vecinos colindantes de sus tierras, para que dejen, por lo menos, un cuarto del “hectareaje” de sus potreros, para que se conviertan en rastrojos a los cuales les siembren árboles originarios de la región, para que nuevamente aparezca la flora y fauna natural, instándolos para cercar sus propiedades con “estacas vivas” de balo, coquillo, ciruelo o carate y otras especies para beneficio de la tierra y de su propia ganadería.

La ANAM y el MIDA, por su parte, trabajan en la formación de grupos de personas de las comunidades para el rescate de la naturaleza, sembrando miles de plantones de árboles propios de la región en toda la provincia, promoviendo la siembra de pastos mejorados. Tratando de organizar, a base de motivación, a los dueños de potreros y fincas para que accedan a participar en programas de reforestación. Porque solo así, poco a poco, con firmeza, tesón, convencimiento y acciones positivas, podemos salvar la provincia para que, en términos de alimentación, podamos seguir siendo autosuficientes y salvarnos todos.

Escritor, folclorista, compositor.
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