• 11/01/2018 01:00

El dilema político de los panameños; La bitácora...

Falacia a todas luces de conveniencia política. Si el país se aboca en las próximas elecciones a elegir entre dos fuerzas políticas corruptas

Estamos viviendo dentro de un entorno de gran decepción y fatalismo. Nuestros gobernantes, como sus adversarios políticos, partidarios transan y participan del mismo juego de la corrupción.

A pesar de las graves revelaciones de corrupción multimillonaria, sigue una cantidad de huestes partidarias en oposición difundiendo el discurso de la persecución política. Otros todavía pretenden engañar a la opinión pública con discursos de que a su líder, y me imagino a sus familiares, no se le ha podido encontrar nada que los incrimine.

Falacia a todas luces de conveniencia política. Si el país se aboca en las próximas elecciones a elegir entre dos fuerzas políticas corruptas que se nutrieron de la misma fuente de la corrupción, nuestro futuro es incierto y peligroso. Pero las coimas, sobornos o donaciones de Odebrecht son apenas parte de toda la nefasta organización criminal del Gobierno anterior y que de alguna forma u otra también salpica al actual en sus prácticas y antecedentes.

En realidad estamos atrapados entre fuerzas políticas que aspiran al poder político para entre otros propósitos el enriquecimiento personal. En medio de esta debacle, nos hemos quedado huérfanos de dirigentes y partidos políticos en quienes podamos depositar nuestra confianza de que su actuación se enmarcará dentro de los parámetros de la Constitución y la Ley, con altos niveles de integridad política en su actuación.

Es por ello que nos vemos en la necesidad de reestructurar nuestra organización política y alejar a los corruptos de la vida política del país.

Los llamados a la muerte civil de los corruptos es una opción. La imprescriptibilidad o extensión de los periodos de prescripción por delitos contra la administración pública es otra. Pero, más allá de los parches aquí y allá, necesitamos un nuevo orden constitucional que debe ser elaborado con mucho cuidado y precisión.

Para ello debemos distanciar a los políticos tradicionales de esa tarea. Con ellos en el proceso tendríamos un espejo de nuestra realidad actual. Quizás a eso no se abocó el país en los últimos veintisiete años y como consecuencia, hoy, tenemos una imitación de gobernabilidad basada en nuestras tradicionales taras del pasado.

El Estado no se puede administrar entre núcleos de las familias tradicionales de la Independencia y sus diversas vertientes y satrapías o como clubes o fraternidades que se turnan cada cinco años en el poder. Un Estado moderno en la Comunidad de Naciones para ser respetado necesita tener una casa ordenada de conformidad con valores y principios éticos sólidos. Esos valores y principios deben ser de posible implementación. No bastan ideales inalcanzables ni Estado interventor o protector de toda la actividad humana.

Dejemos el necesario espacio de libertad a los ciudadanos para permitirles buscar su propio bienestar y ampliemos el marco de oportunidades para todos. Necesitamos los necesarios pesos y contrapesos a efectos de evitar la arbitrariedad en el ejercicio del poder.

Vivimos un período crítico para nuestro país. Nuestras opciones están en convertirnos en una Guatemala, Honduras o El Salvador o dar el salto hacia una Suiza o Nueva Zelandia. Y no me conformo con el argumento de no ser suizos o neozelandeses. En materia de aspiraciones, nuestro horizonte no debe tener límites.

ABOGADO

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