• 30/05/2021 00:00

Dosis de refuerzo en vacunas COVID-19: ¿negocio o necesidad?

“La luz al final del túnel está cada vez más cerca. Gracias a la ciencia, por enésima vez…”

Los gerentes ejecutivos de las empresas Pfizer y Moderna alertaron recientemente sobre la potencial necesidad de que, a corto o mediano plazo, se requeriría una tercera dosis de sus vacunas como refuerzo para la protección contra COVID-19. Debido al sesgo comercial de los proponentes, sin embargo, conviene aclarar algunos conceptos de inmunidad pertinentes a la vacunación contra las infecciones virales, en general, y contra el coronavirus, en particular. Los mayores componentes de nuestro sistema inmunológico para combatir cualquier microbio son las células B (productoras de anticuerpos) y las células T (entrenadas para atacar y aniquilar patógenos); las células T se subdividen, a su vez, en linfocitos CD4 (cooperadores de la orquesta inmune) y linfocitos CD8 (destructores de las células infectadas mediante citotoxicidad). Estos dos brazos de defensa, al ser estimulados por la infección natural o por la vacunación, generan células de memoria para recordar al intruso microbiano, usualmente por muchos años después. Hay varias razones que sugieren que la protección contra el SARS-CoV-2 será duradera y que podría ser improbable el requisito de dosis adicionales en el futuro cercano.

Varios estudios científicos realizados en personas que sobrevivieron COVID-19 han demostrado que, aunque la cantidad de anticuerpos IgG disminuye en pocos meses, se puede detectar la presencia de células B de memoria que persiste inalterable, tanto en los reservorios de la médula ósea como de los centros germinales de ganglios linfáticos, con una cinética indicativa de larga duración. Estas células, tradicionalmente, se activan para producir más anticuerpos, muchos meses o años después, apenas el individuo se expone nuevamente al microbio. De hecho, este fenómeno ha sido documentado en el suero de adultos octogenarios que padecieron la gripe de 1918 y que décadas subsecuentes aún tenían células de memoria contra la cepa original de influenza.

Considerable evidencia indica que tanto la infección natural como la vacunación inducen una robusta cantidad de células T en el suero de los enfermos convalecientes (incluyendo asintomáticos o casos leves) o de los inmunizados. Las vidas medias para estas células T han sido calculadas en 94-153 días para los linfocitos CD4 y en 125-225 días para los linfocitos CD8, lapso similar al encontrado en vacunados contra la fiebre amarilla, una vacuna que solo se administra una vez en la vida. La tecnología actual permite cuantificar mejor la inmunidad celular, algo que años atrás no era factible. La comunidad científica estima que para los virus y otros patógenos intracelulares, las células T podrían ser mejores predictores de protección a largo plazo que los anticuerpos. En estudio reciente, analizando muestras de personas inmunizadas en el pasado, se pudo comprobar la presencia de linfocitos CD4 y CD8 específicos contra el sarampión hasta 34 años después de la correspondiente vacunación. Otra investigación conducida en el 2020 confirmó la presencia de células T de memoria 17 años después de la infección por el virus causante del primer SARS en 23 supervivientes, un coronavirus muy similar al actual de la COVID-19.

A pesar de que las respuestas de anticuerpos neutralizantes parecen algo reducidas contra algunas de las nuevas variantes de preocupación (aisladas en Suráfrica, Brasil e India, principalmente), la inmunidad basada en células T parece conservar su potencia contra los cambios de la proteína S del SARS-CoV-2, tanto en supervivientes de COVID-19 como en individuos vacunados. Estas células atacan más de 50 sitios antigénicos distintos en la proteína S, por lo que mantienen una protección bastante intacta independientemente de las diversas mutaciones. De hecho, numerosos estudios en el mundo real han comprobado el efecto preventivo de varias vacunas (de mRNA, de vectores, de proteínas y de algunas inactivadas), después de sus esquemas completos, contra las variantes más relevantes hoy en día. La capacidad de mutar de los coronavirus, además, es notoriamente inferior a la de los virus de influenza y en la medida que controlemos su propagación con la vacunación masiva, esa posibilidad es aún menor.

Por último, la probabilidad de reinfección de alguien que ya sufrió COVID-19, durante al menos los 9 meses subsiguientes, es apenas del 0.3 %, pudiendo llegar al 1 %, dependiendo del grado de exposición al SARS-Cov-2, nivel de circulación del virus en el país y fortaleza inmunológica de cada sujeto. La vasta mayoría de estas reinfecciones, afortunadamente, es asintomática o banal. Se piensa que, en personas vacunadas, las reinfecciones son aún más remotas. La efectividad de la vacunación masiva ya está dando sus frutos. Con más de 100 millones de inmunizados en Estados Unidos, la posibilidad de adquirir COVID-19 (“breakthrough infection”) es aproximadamente de 1 caso por 10 mil vacunados, de ser hospitalizado de 1 en 100 mil vacunados y de morir de 1 en 500 mil vacunados. En países con coberturas de vacunación por arriba del 50 % (Israel, Reino Unido, Estados Unidos), se empieza a ver la protección de rebaño (por reducción de la circulación y transmisión del virus), con una disminución significativa en la tasa de casos en familiares de trabajadores de salud y en grupos etarios todavía no vacunados. El umbral de inmunidad colectiva necesario para acercarnos a la normalidad depende de la eficacia global de la vacuna, la tasa de propagación del virus (R0) y la cobertura poblacional inmunizada. Con el uso de vacunas de mRNA, vectoriales o de proteínas, el porcentaje andaría entre 65 y 80 %, mientras que para las vacunas inactivadas sería probablemente una cifra superior.

La luz al final del túnel está cada vez más cerca. Gracias a la ciencia, por enésima vez…

Médico e investigador.
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