• 06/05/2025 01:00

El ‘trumpulinismo’ o la creación de frentes de batalla

Los procesos histórico-sociales no son ejecutados ni originados por seres humanos en su calidad de habitantes de un territorio, sino en tanto integrantes de algún tipo de agrupamiento humano. De aquí que compartimos algunas tesis aportadas desde las ciencias sociales que nos permiten comprender tales procesos en esta coyuntura conflictiva. Iniciemos con la identificación de los actores sociales e históricos más relevantes que suscitan los conflictos actuales en el proceso panameño.

En primer término, se identifican los dos principales bloques de poder colono imperiales que han operado en nuestro país desde más de un siglo. Uno, que representa al capital global de las grandes corporaciones transnacionales —por lo que suele denominársele grupo globalista— muy vinculado al imperio financiero internacional y, por tanto, con incidencia en todos los países endeudados con sus bancos. El otro, representado a través del gobierno de Trump, conocidos como los “soberanistas”, con intereses en el mercado interno y en el capital monopolista norteamericano que, al estar actualmente en crisis, busca reproducir la política Monroe de ribetes racistas étnica cultural o de nacionalidades, con la que imponen su dominación. La cínica y tajante afirmación del secretario de defensa EE.UU. de que somos su “patio trasero”, no es otra cosa que lo que el brillante científico Frantz Fanon describió como la “zona del no ser”, donde los colono-imperiales consideran que los del sur no somos seres merecedores del desarrollo humano. El agravante hoy es que ya los colonos de hoy no pueden imponer dicha doctrina como antes del siglo XXI.

Entre los actores criollos, observamos a los que alcanzaron el podio gubernamental, liderado por el presidente Mulino, quien se ha alineado con los agrupamientos sociales que históricamente han sido la negación de un capitalismo autónomo, con alta vocación rentista, además de un indisimulado racismo étnico, cultural y fuertemente clasista. Las múltiples declaraciones del presidente Mulino, donde espeta epítetos, estereotipados, contra quienes manifiestan públicamente disensos hacia sus acciones como la firma del “memorando de entendimiento”, “negociaciones” para la reactivación de la mina de cobre de Colón, evidencian tales rasgos racistas y clasistas.

Su filiación con los “soberanistas trumpistas” es tal, que defienden y ejecutan las políticas de este bloque a pesar de que estas forjan una contradicción insalvable con la nación (o naciones) panameña, al llevarnos a perder nuestra soberanía no solamente territorial, como pedir permiso a tropas extranjeras en nuestro propio territorio, sino económica, vista esta en las imposiciones sobre la gestión de la empresa estatal Canal de Panamá. La contratación directa de firmas vinculadas al trumpismo (israelita-estadounidense) para la compra de dispositivos de seguridad por el valor de $37 millones parecen confirmar que ya Mulino no es Martinelli como le hizo ver a los electores en el torneo electoral que sí lo era, sino que ahora “Mulino es Trump”. De aquí la conjugación en una unidad de intereses antinacionales para Panamá y favorables hacia EE.UU. y sus cipayos en el gobierno, que hemos denominado.

En correspondencia con el bloque de poder de los “globalistas”, existe un conjunto de agrupaciones con intereses económicos coincidentes con estos, aunque pertenecientes al bloque rentista transitista criollo, pero que ha entrado en ruptura con los rentistas de prácticas fascistas-coloniales que ejercen hoy el gobierno. Es este un frente de batalla derivado de esta ruptura.

Los/as voceros/as de este segmento del bloque rentista transitista (“personalidades políticas”), han tomado iniciativas de shows de firmas de actas en favor de la soberanía. Este grupo segmentado del bloque rentista transitista extractivista, no quiere favorecer el otro frente de batalla suscitado —las protestas populares en las calles— por el “trumpulinismo”, porque no las controlan. Los de este frente, están en las calles, entendiendo que la batalla no es contra la Ley 462 (CSS), por la reactivación de la minera de cobre de Colón ni por los embalses de Río Indio, por separado, sino que se trata de aspectos de la misma lucha, que se condensa en la disputa por la soberanía, ya que, si no hay nación con su propia personalidad de Estado, lo demás se cae por inercia.

En otras palabras, el Trumpulinismo ha creado una fisura en su propio bloque de poder, además del frente de batalla erigido contra las clases trabajadoras y sus organismos sindicales y no sindicales que defienden sus intereses. Eso es lo que se expresa en los levantamientos de protestas sociales que rebasan lo sindical que originalmente reivindicaban la derogación de la Ley 462 de la CSS. El trumpulinismo está haciendo lo que las propias organizaciones sociales del pueblo no habían hecho desde la invasión EE.UU. de 1989: crear frentes de batalla que se unen para superar la principal contradicción que se condensa en la lucha por la soberanía.

*El autor es sociólogo, investigador y docente
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