• 17/12/2025 00:00

El volumen en la sociedad

Los últimos tres lustros del siglo XX han traído consigo un avance de la tecnología que ha cambiado la vida en forma cualitativa a escala planetaria. Las contingencias de tiempo, espacio y aislamiento han sido superadas y muchos trabajos que antes se hacían manual e individualmente, ahora pueden ser realizados de manera instantánea, o resueltos a distancia y en forma masiva sin mayor esfuerzo.

Esto ha implicado que el trabajo en los tiempos actuales se caracterice, según los expertos, por la tecnificación y la producción en masa, la flexibilidad y precariedad laboral, pues los proyectos conllevan a la búsqueda de condiciones más humanas, flexibilidad horaria y un buen ambiente.

Pero ¿cómo ha respondido el individuo de la gran masa ante los nuevos escenarios que le presenta el adelanto tecnológico que lo invade en la cotidianidad? Es lógico que las tareas y el desenvolvimiento en diversas especificidades se han vuelto más descansadas y eficientes y se ha sabido aprovechar ese clima de mejores condiciones para modificar incluso su propia realidad personal.

En Panamá, donde la tecnología llega con mucha fuerza, es evidente que la población exhiba pronto los avances que brindan los descubrimientos e invenciones. Habría que preguntarse entonces, ¿cómo se introducen en la realidad diaria y si se sacan los mejores resultados con los productos que entran al mercado? No siempre ocurre, porque en ocasiones, los aspectos menos positivos de la cultura empañan las prácticas y costumbres individuales y grupales.

Una de ellas resulta en el uso de las unidades de celulares y esa tendencia de utilizar un alto volumen cuando algunos se expresan oralmente. Es así que en muchos casos no se preparan adecuadamente los equipos y quienes lo utilizan cuando hablan con otros, no escuchan bien o se desenvuelven como si estuvieran solos y hablan por el aparato semejando a la persona que está a cierta distancia, lo que les obliga a gritar.

¿Cuántas veces el público que coincide con alguna persona se siente obligado a escuchar la conversación de este, porque habla sin mayor limitación de volumen? Esto obliga a los demás a ser testigos de las explicaciones, las quejas, el enojo, los sentimientos y hasta las groserías de quien sostiene el diálogo con una persona que está al otro lado de la línea, pero los demás se obligan a conocer el motivo de la llamada del elocuente emisor.

Se sabe que hablar muy alto interrumpe la paz y tranquilidad, siendo una molestia para otros, similar a la música alta o los gritos, y a menudo se catalogan como “alteración del orden público”. Resulta que tal “alteración” es causal de sanciones a nivel administrativo y por lo general, es motivo de medidas que adoptan las autoridades policivas y sanitarias; ya que el ruido resulta también dañino para la salud comunitaria.

Habría que pensar lo que ocurriría si todos en un autobús hablaran simultáneamente por sus unidades celulares, el caos que significaría y haría imposible la convivencia. En otra circunstancia estos abusos pueden ser el inicio de una discusión o conflicto, tan solo porque alguien le diga a quien conversa, que por favor baje la voz o que está molestando al resto de los que viajan o coinciden en un determinado ámbito.

Hubo una campaña en el sistema de metro local para que los pasajeros bajaran la voz y hasta se les pedía viajar en silencio. Aunque los mensajes estaban situados ampliamente en la parte interna de los vagones y en lugares visibles, muchos hacían caso omiso y se dedicaban a atender diferentes asuntos tanto domésticos como de trabajo o sencillamente, cualquier eventualidad, mientras que el rostro de los demás se angustiaba con el volumen elevado.

Se requiere prolongar y profundizar en iniciativas y proyectos que hagan énfasis en la adquisición de conciencia sobre el conocimiento de que el volumen alto molesta a los demás. ¿Será posible contar con una sociedad cuyos ciudadanos dialoguen en tonos “socialmente” aceptables y nadie imponga sus escandalosas conductas a quienes le rodean?

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