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- 05/08/2016 02:02
¡Embajador de qué!
Para los que acariciábamos la idea de que Panamá podría estar transitando por el camino de la soberanía total y por una democracia moderna, la intervención flagrante del embajador estadounidense a raíz del caso Waked y de Mossack-Fonseca, resultó un duro revés a nuestras históricas aspiraciones. A 26 años de la invasión, resulta difícil negar que la restauración oligárquica se abre paso en Panamá. Sin disimulo alguno, el escenario se aclara y muestra a un suprapoder que prácticamente monopoliza las decisiones políticas más importantes de la nación y reedita el modelo que existió hasta 1968, a través de su poder económico, político, el control de los medios y el contubernio con los estadounidenses.
Es un poder sin contrapeso, pues los partidos políticos y la mayoría de los políticos somos invitados de piedra y las instituciones parlamentarias, judiciales y el poder Ejecutivo dependen, en última instancia, de lo que decida este suprapoder, frustrándose los sentimientos libertarios y dejando la imagen del país maltrecha ante la comunidad internacional.
Ese monopolio del ejercicio del poder inicialmente se hizo notar cuando se constituyó la alianza de Martinelli con el panameñismo en el 2009, precisamente en la Embajada de EE.UU. Se reeditaba la práctica, que algunos ilusos consideraban parte del pasado, de las intervenciones estadounidense. Aunque hoy el fenómeno se presenta con variantes y matices que hacen que el modelo se presente, ilusoriamente, como una democracia funcional y participativa. No hay que ser una genialidad para percibir cómo el suprapoder trasciende a las instituciones nacionales y cómo maneja sus hilos como titiriteros y actúa como en los tiempos de la patria boba.
La última ocasión que vivió el país cierta independencia fue en 1994 cuando el torrijismo ganó las elecciones, aprovechando la división en las filas civilistas. Implementamos las políticas que impulsaban la eficiencia económica y el desarrollo social a partir del final del colonialismo en la Zona del Canal y preparamos las condiciones para culminar el fin del siglo la salida de las tropas norteamericanas y la entrega del canal.
Desde entonces el contubernio de esta oligarquía con los organismos estadounidense ha tomado las precauciones para no dejarse sorprender, cooptando incluso a connotados miembros de nuestras filas convirtiéndolos en sus colaboradores, para mantener el control del poder. Así como ha aflorado la nueva plutocracia, entremezclada con un empresariado gansteril que en su momento encabezó Ricardo Martinelli, paralelamente presenciamos el deterioro de los servicios públicos y la depredacción durante el Gobierno del prófugo que espera, tranquilo en Miami, a que san Juan agache el dedo para que la Cancillería proceda con la extradición que pende sobre él.
De igual forma este modelo les permite distribuir la riqueza nacional, recordando el aforismo de quien reparte se lleva la mejor parte. Habría que examinar por qué los objetivos implícitos en la estrategia económica de 1994 de mayor eficiencia para alcanzar mayores logros sociales no se lograron. Es cierto que crecimos a una taza superior al resto de los países de América en los últimos diez años, pero la distribución del ingreso se ubicó como uno de los peores del mundo. Prueba de ello es que la participación del factor trabajo en la distribución del ingreso ha caído de 1996 de 37.6 % a 30.3% en el 2012, mientras el factor capital para el mismo periodo ha crecido de 35.1 % a 42.3 %, como bien ha expuesto el profesor Guillermo Salazar. A ello se agrega las leyes de Martinelli que aumentaron a todos el impuesto al consumo mientras reducía el impuesto al capital y anulaba los entes reguladores encargados de supervisar a las empresas a las que se adjudicaron la administración de servicios públicos.
Y ahora, como telón de fondo, aparece de manera espectacular, al margen de toda fineza diplomática y al margen del derecho internacional, la figura del embajador norteamericano para recordarnos, a través de los Panama Papers y del caso Waked, que también él es parte importante del modelo. Su ucase de adecentamiento selectivo, de cómo debe funcionar el sistema financiero y la justicia del país y las medidas arbitrarias e intervencionistas que anunció, nos lleva a preguntar ¿a título de qué? y ¿embajador de qué?
Porque si la historia se repite y esa restauración afecta la colectividad nacional, también los pueblos recuerdan que hubo tiempos mejores que deban volver, especialmente cuando unos pocos bribones y delincuentes controlan el futuro de todo un país, amparados de intereses foráneos que dejan muy mal parada a la diplomacia y al respeto que merecemos todos los panameños.
POLÍTICO