• 07/12/2020 00:00

¿Envenenar al paciente para que no muera de cáncer?

En intervenciones médicas y de salud pública dirigidas a reducir mortalidad, suele medirse su “beneficio” en términos de reducción, muertes por la causa específica de que se trate, y he allí un gravísimo error que conduce a daño iatrogénico sistemático en intervenciones médicas individuales, y también en intervenciones poblacionales.

En intervenciones médicas y de salud pública dirigidas a reducir mortalidad, suele medirse su “beneficio” en términos de reducción, muertes por la causa específica de que se trate, y he allí un gravísimo error que conduce a daño iatrogénico sistemático en intervenciones médicas individuales, y también en intervenciones poblacionales.

Sí, una intervención dirigida a cáncer de próstata reduce mortalidad por cáncer de próstata, pero genera un aumento compensatorio de muertes por otras causas, la intervención no reduce muertes, sino que solo reemplaza unas causas de muerte por otras, y, por tanto, la intervención es inútil, o peor, netamente nociva.

Hay múltiples ejemplos reales. En intervenciones poblacionales, un caso típico es el de los cribados o tamizajes para detección temprana de cáncer. Tomemos el de cáncer de próstata. Los cribados para detección temprana de cáncer de próstata son promocionados con la indicación de que reducen la mortalidad por cáncer de próstata. Pero no reducen muertes. ¿Por qué? Porque generan cascadas de otras intervenciones cuyo daño cumulativo en la población masculina sometida al cribado, se traduce en un aumento de muertes por otras causas, de tal modo que, en los grandes números, la evidencia apunta a que la intervención no reduce muertes, o si acaso las reduce en un porcentaje ínfimo (sobre esto, más en mi artículo “A repensar el cribado de cáncer de próstata”, La Estrella de Panamá, 11.05.2019).

Claramente, una limitación dirigida a reducir muertes no tiene sentido si solo sirve para intercambiar unas causas de muerte por otras. Si de eso se tratase, bastaría con que, al diagnosticar a una persona con cáncer, le diésemos una inyección letal, y ya con eso eliminaríamos el cáncer como causa de muerte. Absurdo, ¿cierto? Sin embargo, la evidencia acumulada desde hace muchos años indica que, en general, los cribados de detección temprana de cáncer no reducen muertes en el balance neto. ¿Por qué? Las razones pueden ser múltiples, como suele ocurrir en fenómenos complejos, pero hay dos en particular que ameritan énfasis. El primero es el sesgo que resulta de mirar enfermedades aisladas, en lugar de mirar el bosque de la salud. En el mundo real, tenemos que sopesar unos riesgos contra otros. Es imposible mitigar un riesgo a su mínima expresión sin que ello tenga impacto en otros riesgos. Usualmente el impacto es compensado negativamente en otros riesgos, es decir, llega un punto en que continuar en la senda de la mitigación del riesgo X conlleva un aumento en los riesgos Y y Z.

El otro factor que resalto es la inercia, tanto cognitiva como burocrática. Una vez que las personas e instituciones adoptan una política, es muy difícil que acepten evidencia que contradice la efectividad de la política en cuestión.

Con la pandemia de COVID-19, el mundo occidental ha cometido y sigue cometiendo los mismos sesgos. Seguimos enfocados únicamente en los indicadores de causalidad específica COVID-19, sin mirar otros impactos, y mucho menos tratar de medir los impactos de las medidas mismas. La data de mortalidad por todas las causas, en general, ha brillado por su ausencia en las consideraciones de autoridades sanitarias de occidente. Pero ya se va acumulando data de muertes por todas las causas que, para quien esté dispuesto a analizarla en frío, se hace evidente que contradice de frente la idea de que las medidas draconianas que hemos adoptado hayan reducido muertes. En esto, Suecia es el proverbial canario en la mina de carbón, pues constituye el “grupo de control” frente al experimento que, en el resto de occidente, salvo contadas excepciones, como el Uruguay o Islandia, fue aplicado con los confinamientos poblacionales. Suecia, que nunca confinó a su población -lo que no significa que no haya tomado medidas de control de la pandemia- no ha tenido más muertes por causas totales que países que confinaron. De hecho, comparado con el resto de Europa occidental, Suecia es uno de los países con menor “exceso de muertes” en lo que va de 2020, medido por sobre lo esperado conforme al promedio 2015-2019. Por otro lado, en el acumulado desde enero hasta octubre, comparado con los años 2000-2019, el año 2020 ni siquiera está entre los 10 años con más muertes en Suecia, en función de su población. Y esto debería ponernos a pensar, porque ha sido premisa fundamental de las medidas draconianas adoptadas para combatir la pandemia, el que sin ellas las muertes por COVID-19 llevarían a un número muy alto de muertes en exceso en la población.

En sistemas complejos no existen las intervenciones sin daño. A medida que va despejándose la niebla y podemos ir viendo data de mortalidad por todas las causas, será inocultable el hecho de que la clave de la respuesta al virus, los confinamientos poblacionales, fue remedio mucho peor que la enfermedad.

Abogado
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