• 13/10/2020 00:00

¿Cuáles evidencias científicas?

“[…] estoy sorprendido de la pasividad con la que se ha aceptado por tanto tiempo un plan de negocios alocado, sin mención alguna de los costos”

Imagine usted que un hombre le hace una propuesta de inversión con un plan de negocios que contempla proyecciones de ingresos, pero no de gastos. O que la junta directiva de una compañía presente a los accionistas un estado de resultados que hable de los ingresos, pero no mencione nada de los gastos y costos de la operación. ¡A quién podría ocurrírsele siquiera semejante cosa!, ¿cierto?

Pues, déjeme decirle que eso es lo que hemos aceptado durante siete meses de pandemia en Panamá. Nos encerraron y ordenaron la suspensión indefinida de actividades económicas, diciéndonos que ello era necesario para salvar vidas, pero nunca nos presentaron una evaluación del posible impacto del supuesto remedio. No me imagino una junta de accionistas en una sociedad, o asamblea de copropietarios en un PH, aprobando una propuesta que hable bellezas de los beneficios, pero no diga ni pío de los costos y los riesgos. Pero nos hemos aguantado, como “basado en la evidencia científica”, una serie de medidas sin precedentes en la historia, excesivamente prolongadas, que tendrá daños, pero sin evaluación de beneficio/daño. No solo eso, sino que los supuestos beneficios de las intervenciones se basaban en proyecciones de modelos matemáticos que han quedado refutados más allá de toda duda por lo observado en el mundo real.

No se hizo una evaluación sobre el impacto económico. Nos dijeron en las conferencias de prensa, allá por marzo, que la economía se recuperaría milagrosamente una vez terminara la pandemia. Pensamiento mágico como fundamento de políticas públicas. No se hizo una evaluación sobre el daño en salud -porque la salud, parece mentira que haya que recordarlo, no es solo ausencia de COVID-19. No se hizo una evaluación del daño a los niños, de perder un año escolar. No se hizo una evaluación de absolutamente nada que tuviera que ver con impacto de las medidas. Por pensamiento mágico, se asumió que una intervención tan drástica, sin precedentes en la historia moderna, va a tener más beneficios que daños. Sin evidencia alguna, hemos cruzado los dedos y nos encomendamos a la Providencia. Eso podrá tener mil nombres, pero de científico no tiene nada.

Se entiende que en marzo se adoptaran decisiones. Los cierres de escuelas ordenados el 10 de marzo tenían todo el sentido del mundo como medidas provisionales. En ese momento, se entendía como medida precautoria que duraría unas pocas semanas, por mucho. Pero luego de tantos meses, seguir postergando indefinidamente la reapertura de las escuelas y haber negado un año escolar completo a nuestros muchachos, es otra cosa. Pero las decisiones también tendrán impacto negativo en salud. Suicidios, infartos, tratamientos suspendidos por VIH, mujeres embarazadas que no se alimentaron adecuadamente durante su embarazo, niños en etapa crítica de su desarrollo neurológico, que no se alimentaron debidamente. Estas cosas son muy difíciles de estimar, pero al menos debería haberse hecho el intento. Nunca se hizo.

Los modelos son tautologías de las premisas hipotéticas que los alimentan. Utilizar las proyecciones de un modelo matemático que proyectaban X cantidad de muertos si no deteníamos el mundo con confinamientos de medio año, como “prueba” de que las medidas funcionaron porque la cantidad de muertes observadas fue menor que X, es argumento circular. Lo cierto es que el modelo del Imperial College London, de Neil Ferguson, no pegó una sola en ningún país del mundo. Para todos los países las proyecciones del modelo excedieron las muertes observadas en la realidad, por un orden de magnitud o más. Dado que hay países que ejercieron de “grupo de control”, porque no ordenaron confinamientos forzosos de sus poblaciones, es fácil contrastar las proyecciones del modelo contra lo observado en esos países. Suecia, Islandia, Uruguay, Japón, son ejemplos de países que no aplicaron confinamiento en ningún momento. Hay estados de la unión federal norteamericana, como Dakota del Sur, que tampoco aplicaron confinamiento. Y hay también países que aplicaron confinamientos muy cortos de tres o cuatro semanas, y luego los liberaron prácticamente de súbito, enviando a sus niños a las escuelas enseguida, como Noruega, Dinamarca o Austria. En todos estos países, la cantidad de muertos con COVID-19 ha sido un orden de magnitud menor a lo proyectado por el modelo del Imperial College London. En ningún país, estado o ciudad de los que se negaron a confinar a sus poblaciones, hubo colapsos sanitarios. Esto automáticamente invalida el modelo, por lo que seguir usando a estas alturas esas proyecciones como argumento para sustentar que las muertes en Panamá habrían sido X, es deshonesto.

La insistencia de que las medidas han respondido a evidencias científicas, increíblemente, ha continuado y ha sido muy poco cuestionada por periodistas, líderes empresariales, y sociedad en general. Yo estoy sorprendido de la pasividad con la que se ha aceptado por tanto tiempo un plan de negocios alocado, sin mención alguna de los costos.

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