• 07/11/2018 01:02

Pederastia: entre la fe y la confianza (II)

La crisis actual de la Iglesia es parte de esa convulsión, y no está claro cómo pudiera salir de ella, pues parece que ha gastado su último activo

A ctual crisis de confianza en la Iglesia. La Iglesia atraviesa una crisis que la ha hecho sucumbir en Europa, disminuye sus prosélitos en América y cuestiona su prestigio en el mundo. El europeo ha cobrado tal confianza que ya casi no visita iglesias. En Estados Unidos, la Iglesia católica es minoritaria respecto de las demás denominaciones cristianas en su conjunto; pero mayoritaria con respecto a ellas individualmente. Por eso ha sufrido ataques combinados; y aunque este conflicto parecía estarse superando, los escándalos sexuales lo han arreciado. Latinoamérica es el último bastión del catolicismo, pero está mermado por el crecimiento del evangelismo y, entre otras cosas, por la asociación que tuvo con gobiernos cruelmente dictatoriales, cosa no olvidada por la feligresía.

La pederastia

Hasta el siglo XIX las contradicciones del celibato eran superadas con el comportamiento sexual practicado abiertamente por la jerarquía eclesiástica y, con mayor discreción, por los subalternos. Con la pérdida del poder temporal, la Iglesia replanteó su autoridad sobre dos pilares: obediencia y castidad, para cultivar en la feligresía dos sentimientos: la fe en Dios y la confianza en sus sacerdotes.

No está claro cuándo ocurrió el primer caso de pederastia eclesiástica, pero quizá la administración de escuelas y refugios para menores dio oportunidad a muchos sacerdotes para entretenerse con ellos. Ser portavoz de Dios y ejercer su autoridad genera confianza en los más inocentes y complacencia en sus padres. Hay casos de pederastia de antes de la Segunda Guerra Mundial, y son miles los que en Alemania datan de 1946 a la actualidad. Por ello se puede conjeturar un origen temprano del problema, el cual se ha extendido a casi todos los países donde hay presencia católica y el nuestro, con lo investigado en la Ciudadela Jesús y María, de Colón, no escapa a ello. Lo que más lo ha agravado es la complicidad del sistema eclesiástico. Ora por acción, ora por omisión, la práctica, el conocimiento y encubrimiento del delito, profundizado por la obediencia, ha llegado a los más altos niveles. Tan grave es el asunto que hasta al canonizado Juan Pablo II se le ha señalado por ello.

Objeciones

No falta quien apologice diciendo que ‘son los curas los tentados.' Sin embargo de esta ridiculez, lo cierto es que muy lejos de tratarse de ‘casos de delincuentes aislados que no tienen por qué extenderse a toda la Iglesia', esta Institución, como cualquier otra, está representada y administrada por su jerarquía, y si ella ha dejado crecer el problema a niveles inocultables, es la institución llamada Iglesia la que se puso al servicio del delito.

Se dirá que si bien son graves los errores de la Iglesia, no son menores los de otras religiones. Aquí viene un dilema moral (no ético) nacido de que ellas, a pesar de casos escandalosos (sin obviar la legendaria la expoliación a que los evangélicos someten a su feligresía), no están sometidas al celibato; por ende, en general parece que no han tenido ‘necesidad' de seducir infantes. No obstante, nada garantiza que, si hay condiciones, ello no ocurra. Por otra parte, tales religiones están más atomizadas, al contrario de lo que ocurre en la Iglesia católica, que en esto sí le va, como desventaja, este adjetivo, pues el problema se le ha universalizado.

El problema de la fe y la confianza

Al actual papa, Francisco, a quien el obispo de Filadelfia acusó de encubridor, le ha tocado enfrentar la peor crisis que ha tenido su institución desde tiempos de la Reforma protestante. Entonces, aunque se impuso la separación, la animosidad fortaleció la fe en ambos bandos. Pero, actualmente, el problema para la Iglesia católica es mucho más grave, puesto que se enfrenta a dos enemigos que lastiman su existencia: la falta de fe y la nula confianza. Donde esta no existe y un padre tiene miedo de dejar a sus hijos con un cura, quedan minados el rol social de la Iglesia y los campos donde ejercía su acción cultural, o sea, la base de la fe. Y donde esta es nula no se justifica la presencia de pastores. Por ello, la crisis del catolicismo no solo afecta a esta religión, sino a otras que, para compensar la falta de fe, tratan de fomentarla por medio de ‘milagros', amuletos y otras extravagancias, a cambio del diezmo y donaciones casi forzadas (y libres de impuestos) a que someten a sus feligreses.

Pero cuando sucumbe el referente moral, ¿qué lo reemplaza? No por gusto el actual papa ha adoptado mucho del discurso de la ‘Teología de la Liberación' proscrita por Juan Pablo II, y ha sido mucho más tolerante respecto de minorías tradicionalmente menospreciadas por el catolicismo, como la de los LGTBI. Ello ha implicado el abandono parcial de ciertos parámetros de la moral cristiana para reemplazarlos por los de la ética, cosa no comprendida en donde la rigidez doctrinaria convierte en quebradizo el delicado filo por donde camina la Iglesia católica actual. No hay tampoco un referente político-ideológico que disminuya los efectos nocivos del ‘capitalismo salvaje', pues la debilidad de los existentes los inhabilita para ello en el futuro inmediato y a mediano plazo, por lo menos. Sin embargo, entre el fin de una era y el principio de otra siempre hay un periodo convulso en que las contradicciones generadas en los procesos histórico-sociales terminan por sintetizar alternativas y soluciones que desmadejen el ovillo. La crisis actual de la Iglesia es parte de esa convulsión, y no está claro cómo pudiera salir de ella, pues parece que ha gastado su último activo. Lo que sí se puede conjeturar es que una organización bimilenaria requerirá algo de tiempo para desaparecer, y es posible que, mientras ello ocurre, surja alguna regeneración parcial que lo postergue. En todo caso, parece seguro que las cosas ya no serán nunca como antes.

ESPECIALISTA EN LENGUA Y LITERATURA ESPAÑOLA.

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