La periódica cita electoral de nuestros pueblos se ha convertido en el más calibrado medidor del hálito estomacal. Este soplo llevó a los “libertarios” al poder en diversas partes del planeta. La necesidad de orden y seguridad, tanto ciudadana como económica y laboral, opaca la legítima preocupación por los instrumentos político-jurídicos a utilizar en la regeneración de la sociedad. A segundo plano se trasladó el respeto a las conquistas del Estado de Derecho y a los medios civilizados de convencimiento y negociación. La masiva influencia de las básicamente manipulables redes sociales en su interminable y exitosa carrera por reemplazar la reflexión y la inteligencia natural por el menor esfuerzo y la IA, fortalece esta sombría tendencia. Articular tales necesidades, muy reales, con las reglas propias de una convivencia democrática, nacional e internacionalmente, es un gigantesco y necesario reto para cualquier fuerza que aspire a aglutinar el consenso popular en torno a una determinada fórmula política de gobierno. Dominar lo que impacta al pueblo dentro de esta realidad, será la clave secreta para alcanzar el poder. De hecho, así han llegado muchos sectores en diversos países para, en nombre de la libertad, aniquilar costumbres, avances científicos, instrumentos de cooperación y cortarles la yugular a instituciones sociales o públicas erigidas para manejar, con sabiduría y eficacia, situaciones y necesidades reales de la población.

Aquí en Panamá, mientras los resultados bancarios indican creciente prosperidad en la actividad y la reserva federal baja el costo del dinero, los intereses hipotecarios aumentan. Ni hablar de la tendencia al alza de los precios de la canasta básica a la sombra de los rascacielos. Expertos por un lado presagiando brisas veraniegas y en la esquina siguiente otros expertos augurando copiosas lluvias. Nadie duda que hay crecimiento, hay más puertos, más casas, Canal ampliado, más flota vehicular, más líneas de metro, más puentes, más y más, pero nada de esto logra tapar las comunidades sin agua, sin servicios médicos básicos, las exiguas jubilaciones, los afligidos salarios y la creciente inseguridad ciudadana. El amado sistema económico imperante no camina en línea recta. Desequilibrio que con gran peligro también contamina la política.

Algunos piensan que la solución está en convertir en cenizas lo que tenemos en las manos y tanto sudor nos cuesta todos los días. Otros se hacen los mudos, ciegos y sordos para que las cosas no cambien. Sacar lo bueno de ambas posiciones para beneficio de toda la comunidad, aunque persistan las desigualdades, pero con igualdad de oportunidades, es una tarea ardua y no puede encarnarla una sola persona. Solo podemos alcanzarlo en forma colectiva, eso sí, bajo el liderazgo de alguien que conquistó ese honor en la calle y no por carambola. Quien alcanzó el Poder en virtud de la gloria ajena, está condenado a vivir en la cuerda floja con escasa autoridad para fijar rumbos. Si llegó gracias al pulmón de otro, es cuestión de tiempo que se le acabe el oxígeno. Esta es la razón para aspirar al título de autoritario fundamentándose en el objetivo de controlar una ciudadanía amedrentada de ser parte de las estadísticas del crimen o la violencia, en el marco del asesinato cometido por el ardor visceral contra la reflexión. Ponderar los efectos de esta verdad será esencial para convertirse en una opción real de poder.

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