• 16/11/2008 01:00

La linterna de Carlos Iván

Muchos conocieron al Dr. Carlos Iván Zuñiga el político, el que fue rector de la Universidad de Panamá, el abogado que defendió a los hu...

Muchos conocieron al Dr. Carlos Iván Zuñiga el político, el que fue rector de la Universidad de Panamá, el abogado que defendió a los humildes, el hombre que luchó por la libertad, el que estuvo preso en los días de la dictadura, el que todos los sábados publicaba una columna en el diario La Prensa. Fue una persona extraordinaria.

Yo lo conocí como el tío de mi esposa Vida. Y prefiero recordarlo así. Un hombre de familia, generoso, honrado y bueno; con una mente brillante, lleno de anécdotas e historias impresionantes, que querías escuchar una y otra vez. Cuando mis hijos estaban pequeños, a menudo viajábamos a Boquete. Solíamos hospedarnos en la finca cafetalera de tío Carlos Iván. Era toda una experiencia que disfrutamos en familia.

En las mañanas, bajábamos con tía Zydia (su esposa) a colectar naranjas por las laderas de la finca. Las comíamos frescas, allí mismo, recién cosechadas y guardábamos otras en un saco para traer a Panamá. Algunas noches, luego de cenar, prendían la chimenea y al calor del fuego, tío Carlos Iván nos relataba cientos de anécdotas de su vida y de las personas que conoció. Eran largas tertulias en las que nos comentaba sus ideas, los libros que había leído, su infancia, su vida. Qué agradable era compartir esos momentos.

Recuerdo una noche que me llamó aparte y me dijo: “¿Quieres ver cómo nos comunicamos en Boquete?”. Fue a buscar una gran linterna y lo acompañé al balcón, desde donde se divisaba un cielo estrellado y limpio. Hacía frío. Allí prendió y apagó la linterna, como haciendo señales. De pronto, arriba, en la oscuridad de la montaña, se encendió una lucecita y se apagó. Fue sorprendente. Él repitió la operación y del otro lado otra lucecita se encendió. Apenas podía creerlo. De pronto, toda la montaña estaba repleta de luces que se prendían y se apagaban, respondiendo a su saludo.

Hoy, busqué una linterna y la apunte hacia el cielo, donde seguramente está. La prendí y la apagué una vez. Es un gesto de aprecio, simbólico, recordando aquella noche en Boquete, cuando todos nos saludaron, desde el otro lado de la montaña.

-El autor es educador.cv2decastro@hotmail.com

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