La formalización laboral de los artesanos en Panamá se ha convertido en un motor clave para dinamizar su economía y la venta de productos autóctonos
Las sociedades siempre han buscado contar con espacios donde puedan congregarse para compartir los valores de su cultura. Esto posibilita afianzar los perfiles que dan rasgos comunes en cada una de las manifestaciones creativas y que en suma van a caracterizar a los individuos y a la noción de país que los encierra. Las peculiaridades regionales engrosan y hacen complejo el balance nacional, pero lo profundizan y, por tanto, lo enriquecen.
Es evidente que existe un patrimonio cultural que pertenece a todos. Por esa razón, en la ley respectiva aprobada en esta administración, el Estado establece principios, regulaciones, atribuciones y compromisos para diseñar una política pública inclusiva y participativa, que se orienta en dos direcciones: las expresiones y los procesos creativos del país.
En atención a estos principios, se ha concebido una sólida propuesta de establecer una Ciudad de las Artes, cuyas instalaciones están a punto de inaugurarse en estos días. Es quizás un hermoso ejemplo de formulación conceptual que se concreta en una acción gubernamental. Al analizar el proyecto en su fase didáctica, se aprecia que, por primera vez, se logrará reunir, en un solo lugar, todas las escuelas de arte administradas por el Ministerio de Cultura.
El diseño arquitectónico permitirá que haya una sede para la Orquesta Sinfónica Nacional con las adecuadas formalidades técnicas y de proyección armónica. La ubicación de los edificios que parecen surgir del bosque, crea un entorno que estimula las tareas que allí se cumplirán en un ambiente tranquilo y en que cada sector, imbuido en la producción de bienes culturales, puede contribuir a fortalecer esa poca conocida variante de la economía.
Existe también una dimensión que habrá de desarrollar la Ciudad de las Artes en sus objetivos y que puede transformar la relación de los panameños con esta opción de su programación mental colectiva. Es la posibilidad de que allí se establezca un escenario para el paso de las principales obras en cada uno de los géneros artísticos que surgen en otros países y que recorren las capitales.
Esto supone impulsar una dinámica gestión de diplomacia a través de un mayor vínculo con el Ministerio de Relaciones Exteriores para atraer esas compañías foráneas cuando salen a exponer lo que construyen sus ejecutantes y que transforman la realidad en una mágica e imaginativa propuesta. Hay una extraordinaria cantidad de ofertas en el mercado internacional y que pudieran ser incluidas en las agendas.
Esta es una de las facetas de este nuevo centro que refleja a los ciudadanos en su forma de ser. La naturaleza del espíritu que requiere se fortalezca para alcanzar un mayor nivel de sensibilidad, expresividad y encontrar los indicadores que lo legitiman. Ya lo define la ley, que la cultura es el: “conjunto de rasgos distintivos, espirituales, materiales, intelectuales, emocionales y modos de vida que caracterizan a los individuos y a los grupos humanos”.
Entonces, la iniciativa de enseñar artes en esta nueva zona, es un paso previo, luego vienen los momentos de la percepción, comprensión de claves que surgen en este contexto. Cuando esto ocurra, se tendrá una audiencia para todas esas delegaciones que hayan de ser expuestas en esta plaza que se inaugura en los bosques urbanos de Curundú y que han de ser todo un orgullo para la colectividad.
Se deja además un mensaje para todos los sectores que impulsan tareas en este campo. Su trabajo ahora podrá ser apreciado y requerirá de una consistente idea que genere sentido a las iniciativas y que tendrá que someterse, precisamente, a un examen ciudadano o a consideraciones que habrán de darle mayor concisión y trascendencia a esas visiones de la realidad y de la fantasía.
La Ciudad de las Artes marca un hito histórico cuyo influjo nos abarca a todos y, por tanto, su desenvolvimiento nos cambiará como nación.