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- 07/11/2025 00:00
La economía política del comercio como arma de seguridad hemisférica
Casi finalizando el primer cuarto del siglo XXI, creo que el Hemisferio Occidental necesita, con urgencia, el liderazgo de Estados Unidos (EE.UU.) para proteger su estabilidad económica, integración comercial e inversión -como instrumentos de desarrollo al servicio de la libertad- frente a una presencia de China que no garantiza ese horizonte, y cuyo avance, sustentado en financiamiento estatal y contratos condicionados, ha ampliado su influencia, pero no instituciones abiertas, competencia transparente ni ciudadanía fortalecida. La disyuntiva es clara: o dejamos que la región derive hacia dependencias opacas por parte de China, o recuperamos una integración basada en reglas, transparencia y prosperidad compartida de la mano con EE.UU.
Hoy, aproximadamente, unas tres cuartas partes del comercio de bienes en el hemisferio ya circula con arancel cero gracias a acuerdos existentes y EE.UU. ancla buena parte de esa arquitectura con Canadá y México y, con los Tratados de Libre Comercio (TLCs) con Centroamérica y República Dominicana, Chile, Perú, Colombia y Panamá, consolidan reglas modernas en bienes, servicios, inversión y contratación pública. El tamaño de la apuesta es enorme y abrir y armonizar esa puerta sirve más que cualquier discurso.
China, por su parte, ha seguido otra ruta. Aun cuando su integración comercial es limitada, -TLCs con Chile, Perú y Costa Rica, y uno firmado con Ecuador - su comercio de bienes con ALC ya suma cientos de miles de millones de dólares anuales, y en varios países sudamericanos es el primer socio comercial. Ese peso se apalanca en financiación estatal china, cuyos máximos, durante la década pasada, supusieron decenas de miles de millones en préstamos en la región. Si bien los flujos se han moderado, siguen siendo significativos, con una porción relevante atada a consorcios chinos para obras de energía e infraestructuras civiles. Esta modalidad acelera proyectos, pero a menudo reduce la apertura y la transparencia.
Frente a ello, Estados Unidos aún conserva las ventajas para emplear el comercio y la inversión como “arma estratégicia” de seguridad hemisférica: el mayor mercado; la red más densa de acuerdos de alto estándar; el liderazgo en tecnología, servicios y flujo de inversión; y un ecosistema financiero capaz de escalar proyectos con licitación abierta, menores costos de capital y garantías de pago. Usar ese “arsenal económico” permitiría frenar, y desplazar, la presencia de China allí donde compite a partir de ataduras y opacidad.
Panamá tiene un papel decisivo y un interés directo en acompañar a su socio histórico. Nuestro país, -por cuyo Canal transita cerca del 5 % del comercio marítimo mundial-, prospera cuando se fortalece un orden abierto y predecible, que permita captar más inversión para ser, realmente, la columna vertebral de cadenas de suministro continentales. Ello sería más viable con un respaldo, claro, de inversión estadounidense y un uso inteligente de herramientas ya existentes, como el subutilizado Tratado de Promoción Comercial (TPC) con Estados Unidos, -que debería relanzarse con una agenda de facilitación logística y reducción de regulaciones-; sumado a nuestros otros TLCs en el hemisferio, y el incompleto proceso de integración económica con Centroamérica. Fortalecer ese triángulo es la vía más directa para multiplicar exportaciones, servicios y empleo. En contraste, distraernos con una asociación, o eventual adhesión, a Mercosur no responde a nuestras realidades ni a nuestros verdaderos intereses: su arancel externo común y su gobernanza rígida, limitan la flexibilidad que Panamá necesita para profundizar vínculos con Norteamérica y la cuenca del Caribe.
Un nuevo impulso hemisférico, liderado por EE.UU. tendría impactos medibles. Si se avanzara hacia un Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) “moderno”, por fases, con apertura real de mercado, interoperabilidad aduanera, reglas digitales que protejan flujos de datos y privacidad, y contratación pública abierta, el comercio, a arancel cero, podría superar el 90 % tras un periodo de transición razonable. Cada punto porcentual adicional de apertura efectiva en América Latina y el Caribe (ALC) aportaría crecimiento al PIB regional a través de menores costos logísticos, mayor competencia y más inversión. En compras públicas, invertir en procedimientos de licitaciones abiertas con garantías y cronogramas expeditos, con la banca estadounidense y las instituciones financieras multilaterales respaldando los mismos, supondría que la competencia se profundizaría, bajarían costos, se mejoraría la calidad de infraestructuras, y se reduciría el espacio para la discrecionalidad. Ese alineamiento enviaría un mensaje claro al régimen chino: en las Américas, los proyectos se adjudican por mérito y transparencia, reforzando cadenas de suministro que premian el cumplimiento normativo, la trazabilidad y el estado de derecho.
A quienes sostienen que “no es tiempo de grandes iniciativas comerciales” hay que recordarles que lo esencial no es firmar por firmar, sino orientar la integración hacia un objetivo político: “libertad con prosperidad”. Reglas digitales modernas, aduanas interoperables, disciplinas de inversión y competencia, y contratación pública abierta, son garantías de que el crecimiento se traduzca en ciudadanía más fuerte, instituciones más sanas y oportunidades más amplias.
En definitiva, todo el Hemisferio Occidental gana si EE.UU. vuelve a materializar su presencia económica, comercial y de inversiones de forma clara y constructiva. Necesitamos a EE.UU. para consolidar libertad, economías abiertas, libre empresa y democracia frente a agendas que descansan en estatismo, burocracia y ataduras financieras. En la economía política de la seguridad hemisférica, el comercio y la inversión son de las mejores herramientas para afirmar nuestro rumbo. Es momento de emplearlas con visión y liderazgo compartido.