• 06/08/2025 00:00

La neolengua del poder contra el movimiento social panameño y latinoamericano

El lenguaje no es un simple instrumento de comunicación. En manos del poder, puede convertirse en un arma ideológica formidable. Así lo advirtió George Orwell en su novela 1984, donde acuñó el concepto de neolengua: un sistema lingüístico diseñado para limitar el pensamiento y hacer imposible la disidencia. En el mundo actual, la neolengua no es una ficción distópica. Se expresa en eufemismos, distorsiones y etiquetas que buscan moldear la realidad para que encaje en los intereses de las élites dominantes.

En América Latina y en Panamá, la neolengua se manifiesta en la criminalización del liderazgo popular. Dirigentes como Rafael Correa, Evo Morales y Luiz Inácio Lula da Silva fueron víctimas de campañas judiciales y mediáticas que los presentaban como corruptos o prófugos, antes siquiera de ser juzgados. En Panamá, el caso reciente del dirigente sindical Saúl Méndez, acusado por la ministra de Trabajo de ser un “prófugo internacional”, se inscribe en esa misma lógica. Más que una descripción objetiva, el término es un acto de violencia simbólica.

Llamar “prófugo internacional” a un ciudadano que no ha sido condenado ni juzgado por delito alguno vulnera el principio de presunción de inocencia y constituye una forma de linchamiento moral. La ministra de Trabajo no solo prejuzga, sino que usurpa funciones del Ministerio Público y desacredita a un movimiento sindical legítimo. Es un uso del lenguaje que busca aislar, dividir y desmovilizar.

La neolengua también reconfigura otros términos: manifestantes como los llamados “vándalos”; las luchas sociales se etiquetan como “actos terroristas”; el saqueo institucional se presenta como “gobernabilidad”. La idea no es solo censurar, sino imponer un marco mental donde lo justo aparece como ilegal y lo ilegal como necesario.

George Orwell advirtió que “el lenguaje político está diseñado para hacer que las mentiras suenen verdaderas y el asesinato respetable”. En Panamá y en América Latina, el poder mediático y político ha adoptado esta estrategia. Pero frente a esta manipulación, el movimiento social resiste con palabras verdaderas, con memoria, con dignidad.

La lucha contra la neolengua no es una batalla meramente semántica. Es una lucha por la verdad, por el derecho a nombrar el mundo desde la perspectiva de los pueblos y no desde el diccionario del poder. Quienes resisten al saqueo y a la represión también deben resistir al lenguaje que los invisibiliza y criminalice.

Defender la palabra justa es también defender la democracia.

Como advirtió George Orwell: “El lenguaje político está diseñado para que las mentiras suenen veraces y el asesinato respetable” y eso es lo que ocurre precisamente cuando se manipulan términos como “prófugo internacional” para estigmatizar a quienes disienten del orden establecido.

Pero no estamos solo ante una disputa lingüística o semántica. Según el filósofo Enrique Dussel, estamos frente a gobiernos fetichistas, es decir, poderes que se autonomizan, se desentienden del pueblo y se constituyen en fines en sí mismos, usurpando funciones de otras instituciones, justificando su represión con discurso de falsa legalidad.

*El autor es cientista social profesor de geografía e historia
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